A vuelo de pájaro por las resistencias primarias

Seguimos ahondando en el ámbito de trabajo de maestros en época de dictadura. Nos remontamos a los programas del 49 y del 57 para conocer el espíritu que movilizó la resistencia en las aulas en estado de terrorismo. 

Tomamos como base un texto de Miguel Soler, Uruguay, análisis crítico de los programas escolares, 1949, 1957 y 1979 (1984), y lo ponemos en diálogo con testimonios que resistieron dentro de las aulas el terrorismo de Estado. Miguel Soler Roca fue un maestro uruguayo de origen español que dirigió el Núcleo Escolar Experimental de La Mina y la División de Alfabetización, Educación de Adultos y Desarrollo Rural de la Unesco. Fue uno de los fundadores de la Federación Uruguaya de Magisterio, en 1945, y uno de los miembros de la comisión redactora de los programas de estudio para las escuelas rurales en Uruguay junto con Julio Castro, Enrique Brayer Blanco, Agustín Ferreiro, Jesualdo Sosa, Reina Reyes, entre otros. 

En la antesala

Por el año 1944, las organizaciones sindicales magisteriales organizaron dos importantes congresos de maestros rurales, uno en febrero de 1944 y otro en julio de 1945. Estos congresos coinciden con la etapa de unificación sindical del magisterio y de creación de la Federación Uruguaya de Magisterio. También se crean los clubes agrarios de niños y jóvenes y las misiones sociopedagógicas. Unos años después, en enero de 1949, se hace el Congreso de maestros de escuelas granjas y rurales, en Piriápolis, donde más de 500 maestros rurales establecieron las líneas conceptuales de lo que debía ser la escuela rural uruguaya. Se elaboró un nuevo programas escolar, que se aprobó en octubre de ese año. Se instalaron 103 escuelas granjas, se efectivizó la actuación del primer núcleo escolar experimental de la Mina y la misión permanente, que se instaló en Paso Centurión, y se oficializaron las misiones sociopedagógicas.

Estos aspectos fueron los antecedentes primordiales de lo que sería el programa de 1949. Este, destinado a las escuelas rurales ante la preocupación por hacer accesible al niño campesino una educación de buena calidad, generó un aumento de 242% en la inscripción de niños campesinos a la escuela.

En palabras de Soler, este programa “constituyó una pieza indisociable y fundamental de un largo recorrido que lleva de las acciones individuales, experimentales y a veces no gubernamentales al reconocimiento de la necesidad de atender cierta parte de la población de Uruguay”. Se trató, entonces, de un documento de una política educativa progresista, de hondo aliento social, cuyos propósitos eran la laicidad, la gratuidad y la obligatoriedad, así como la transmisión de cultura de grupo y desarrollo de las potencialidades del educando como ser autónomo y agente de su propia formación. El foco estaba puesto en en todo lo que tendiera a afirmar en el niño el espíritu de la solidaridad humana. Se buscaba priorizar los derechos del niño y potenciar su expresión y creatividad. Como herramienta primordial, el maestro debería “ver lo que hace el pequeño para descubrir su mundo interior y comprenderlo en su insospechada riqueza”. 

Estas inquietudes y necesidades se trasladaron posteriormente a las zonas urbanas. El programa del 57 constituyó, en términos pedagógicos, la regularización de los programas a partir de las nuevas prácticas educativas, que para esa altura ya estaban mucho más avanzadas, y contaban con un sistema educativo consolidado, en la medida en que la mayoría de los niños estaban en las aulas, los concursos públicos garantizaban la buena formación, las organizaciones magisteriales funcionaban muy bien en el ámbito sindical y en cuestiones de política educativa y administración. 

Ambos programas coexistieron y conformaron la aplicación de una misma política educativa en dos medios bien distintos, el urbano y el rural, en los cuales se entendía la democracia como una tarea, un edificio y una práctica en construcción, no como una concepción acabada de la sociedad, y además, se entendía que en esta construcción el niño tenía algo fundamental que aportar. 

Sin implantes

A finales de los años 60, se comenzó a vivenciar un período de viraje de ciertas nociones claves que venían acompañando estos procesos de pensamiento, por ejemplo la de laicidad. Comienza a haber fuertes controles ideológicos de la educación que dan inicio a un tránsito pesado de medidas que tienden a frenar los movimientos que venían gestando los maestros rurales y urbanos. Esto devino en la no implementación de estos dos programas. 

Pero el espíritu prendió. Maestros que se formaron con la ideología iniciada en los 40 no se demolieron, sino que constituyeron un foco de resistencia a la violación de la libertad de enseñanza; al alienamiento político antipopular; al autoritarismo; al terrorismo ideológico y disciplinante; a la ideología oficial, monolítica y regresiva; a la obsesión por la reglamentación; a la concentración del poder, al desaliento a la participación; al asfixie del diálogo; a la sembra de desconfianza, al espionaje; a la verticalización de la enseñanza; al endurecimiento de prácticas administrativas, a la violación a los derechos humanos en el tratamiento docente; a las destituciones; a la pérdida de derechos jubilatorios; al encarcelamiento, desapariciones y muertes; a la violación a los derechos más elementales del niño, a las desapariciones de niños, a los asesinatos de niños, a los nacimientos en las cárceles, a los niños exiliados; a la degradación del alto nivel de la educación; a la involución cuantitativa en primaria y secundaria; al subfinanciamiento del sistema educativo… A esto resistieron.

La purpurina en la noche

En un marco en que la educación uruguaya dejó de ser gratuita, laica y obligatoria, maestros y padres lucharon por la vigencia de los principios democráticos que inspiraron reformas anteriores. En un marco en que los militares colocaron la educación al servicio exclusivo de su interpretación política, muchos maestros resistieron con sus prácticas en el aula manteniendo el vínculo con los niños. En un marco donde todos los servicios auxiliares y asistenciales desaparecieron por completo (útiles, comedores, préstamos de textos, etc.), varios maestros, padres, vecinos, y todo un entramado social se organizó, se relacionó, se vinculó y se solidarizó. 

En un marco de vulneración absoluta, los espíritus quedaron impregnados de purpurina solidaria. Sin hacer referencia al miedo, sin mencionar el terror, queremos aportar, a vuelo de pájaro, con una perspectiva que nos permita reflexionar sobre nuestras propias formas de militar, de resistir y de pensar y construir nuestra propia memoria, rescatando, pero resistiendo también, otras memorias.

Texto: Cecilia Bértola y Paola Melgar 

Imagen: Ademu

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