Vivir entre lenguas

Las tentativas, Isabel Retamoso. Pez en el hielo, 2021.

Un libro es un discurso que dialoga (y, a veces, discute). Todos, sin defecto, lo hacen con la misma autora o autor; pero a esta suerte de monólogo se suman los que lo hacen con la época, o los que están dirigidos a una persona en particular o grupo y están, también, los que conversan con otro libro. Sospecho que este último es el caso de Las tentativas, de Isabel Retamoso; y ese otro es Vivir entre lenguas, de Sylvia Molloy. Entre muchas sociedades, comparten al menos dos que componen la columna vertebral: la lengua y la familia. 

Entonces me pongo a rascar y lo primero que encuentro es que esa relación filial ya está en el término «lengua materna» con que se suele denominar a la lengua primera, la que se impone por cotidiana. ¿Qué sucede, entonces, cuando la cotidianeidad está compuesta por varias? ¿Cómo acontece esa vida?  

Ya que la realidad percibida es traducida por los seres humanos a algún tipo de lenguaje, y este se alimenta de la lengua, manipular varias lenguas estaría expandiendo nuestro lenguaje y así también la capacidad de percibir. Ahí, supongo, radica la jerarquía que implica el conocimiento de diversas lenguas. Pero no solo ahí; en la actualidad, luego ya de décadas de globalización, el dominio de otras lenguas abre también las posibilidades laborales, sugiere una herramienta. Esto le sucede a la autora, por más que no sea lengua viva la que se manipula en un call center (a la que podemos imaginar sin mucho esfuerzo como mecánica y llena de frases prefabricadas).

Lengua y familia, entonces. Relaciones que implican (y exigen), para el sujeto, estrecha intimidad. La lengua como cordón intangible que recorre la geografía familiar y traza una historiografía. Íntima. 

La autora, criada sin religión, pareciera haber sustituido a esta por la lengua: su reserva de creencias, su lugar al cual volver cuando la realidad patina. Siguiendo este juego de sustituciones, la lengua aparece como figura referente y, en consecuencia, se puede ser hija de ella (y, por supuesto, desheredada o huérfana). Y están también los silencios. El cordón se compone de lenguas y silencios: una familia que se organiza a partir de la palabra (por presencia o ausencia). 

Una tentativa, un atisbo que indaga y ensaya sobre el vínculo entre la lengua y sus afecciones, sobre el modo en que conversan y forman un cuerpo a la vez material y etéreo.

Texto y foto: Ignacio Martín

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