Accidentes, Gabriel Peveroni. Pez en el hielo Ediciones, 2021. 91 p.
En primera instancia me detengo en el título plural. Remite a varios accidentes pero existe uno en particular, insoslayable y medular, que es el del choque entre los géneros literarios. Parece que Peveroni junta las esquirlas y con ellas compone un texto lejos de las formas puras destinadas al mero entretenimiento.
Luego es necesario advertir que la narración se desarrolla en un entramado temporal, un entrevero: un, en fin, accidente. Nuestros modos habituales de procesar información, acostumbrados a la lógica lineal, se extravían y desconciertan de la misma forma que lo pueden hacer frente a un accidente que irrumpe en la calle: algo se rompe en la continuidad de los sucesos y no se lo puede digerir con facilidad. Hay entonces una convocatoria anacrónica de hechos que se reúnen en el presente dando lugar a un coro. Una polifonía que más que proponer el armado de una historia tiende a destruirla.
Accidentes es parte de esa literatura que se aleja de las historias (del cuentito tradicional) y del mismo modo atenta contra la construcción de personajes. Lo que queda de ellos son sus voces que también, como el tiempo, están enredadas. Propone, en cambio, un avance firme del espacio. La literatura como un territorio (¿escenario acaso?). “Una ciudad vendría a ser la conexión de todas las cosas”. Así pareciera que se construye el texto, como una ciudad simultánea y acelerada. Quien lee se convierte en un turista activo que se mete a fondo en el paisaje, debe hacer una dramaturgia de esa polifonía y de ese cruce temporal: debe darle cuerpo a las voces desparramadas en el tiempo, y esos cuerpos deben ser puestos en un terreno.
Como sucede en las costuras, el hilo entra y sale: se hace visible y cuando no lo vemos también está presente. Así trabaja Peveroni estos fragmentos: una anécdota que no es otra cosa que una excusa para hablar de la historia del país en los tiempos de la independencia, la política contemporánea (globalizada) con sus aberracciones y, claro, los destellos autobiográficos. Todo esto sin solemnidad, solo buscando trazar el camino propio que se puede vislumbrar en el relato de los viajes en bicicleta al norte de la ciudad, donde se borran los límites con el campo, la diferencia se integra y en el mejor de los casos se encuentra un poco de sosiego.
Texto y foto: Ignacio Martín