Sin madre ni consuelo, César Monteavaro. Astromulo, 2021.
La tapa no dice nada, tampoco la contratapa. En la primera página nos enteramos del nombre del autor (no hay datos en la solapa) y del título, que nos viene a traer otras dos ausencias. Bien, a partir del título y la dedicatoria se empieza a armar algo, que si bien no explica, marca la cancha, traza coordenadas. Si fuéramos por el lado de las palabras clave arriesgaría carencia.
Tiempo y espacio avanzan trastocados (enredados) con la ayuda de lo fantástico quitando así la tentativa ilusoria por definir: un Dios mutable que encarna en distintos cuerpos y todo lo sabe, un habla que por momentos remite al español antiguo (puro), un huerto trabajado por suicidas, un cuadro que se elige al tacto (por la textura). Así y todo, nunca dejan de haber elementos que organizan y traen a este mundo: hay un T. S. Eliott con sus Cuatro Cuartetos merodeando y sobre todo un Elvis Presley afinando las melodías de Love me tender que da las herramientas para amagar una decodificación posible: Presley / Love me tender / Blue Velvet / David Lynch. Esa evocación, unida a las peripecias del protagonista, produce una especie de versión de Alicia en el país de las maravillas entreverada con el mito de Adán y Eva, todo filtrado por el ojo de Lynch. Algo así.
Vuelvo al comienzo: el título, la dedictoria: una madre es siempre el punto de inicio en este parque de alegrías y tristezas en donde sobrevuela omnipresente un conflicto con el deseo: o bien no lo hay (otra ausencia) o hay uno equivocado. Como sea, hay dificultad para hacerse cargo y pareciera que para eso está Dios.
Hay una manzana, también, y alguien que va tras ella.
Texto y foto: Ignacio Martín