El 27 de setiembre, (H)ablando ciencia entrevistó a Carolina Guerra. Bailarina, creadora y coreógrafa de Danza Contemporánea, Carolina compartió en esa ocasión algunos de los lineamientos de su trabajo: el no al virtuosismo, el vínculo entre el espectador y el artista y la importancia del proceso de creación sobre el resultado, entre otros aspectos.
También contó sobre el proyecto de creación colectiva Caravana sísmica, que dirigió y presentó el 22, 23 y 24 de noviembre en la sala Zavala Muniz, del Teatro Solís, en el marco del Ciclo Montevideo Danza, que se lleva a cabo todos los años en Uruguay.
(H)ablando ciencia tuvo la oportunidad de presenciar el espectáculo, que nos despertó la siguiente caravana de ideas que no pretenden más que expresar algunas visiones subjetivas de lo vivenciado.
En escena, siete. Enfrentados, nosotros, el espectador, conformando otra escena, donde sucedería otro proceso: experimentar e interpretar lo que ocurriría. Dos escenas que determinarían la escena única, y verdadera, la que contiene el ida y vuelta que se sostiene en la dirección de Carolina. Como un juego de ping-pong, cada vez que en escena se plasmaba un estado, un movimiento, una quietud, un grito…, del lado de enfrente, se devolvían múltiples sensaciones. Esto conformó la sinergia entre estos dos polos que se unifican por el simple hecho de sentir y de experimentar.
Miradas encubiertamente inquisidoras increparon al espectador haciéndolo partícipe de la tensión sísmica que el espectáculo propone.
En algunos momentos, aparentemente, no pasaba nada. Sin embargo, se respiraba suspenso, tensión, inquietud y ansiedad —seguramente nos quedamos cortas de sustantivos que reflejen algunas de las sensaciones que dejó esta caravana de seres, que a modo de ritual se apresentaba a la vez que se evadía de la escena—. “Que algo pase” no está sujeto necesariamente a ver cuerpos en movimiento. En este caso, lo estático imperó la sacudida.
Luego, una conjunción de música, voces, humo, fraseos y colores generaron concomitantemente una presentación naif a la vez que salvaje de los cuerpos en movimiento. Porque sí hubo mucho movimiento, físico y emocional, que dialogaba, sin contradicción, con un silencio que estallaba en ira, indignación, reclamo, manifestación y liberación, con un juego de la luz que dejaba desprender la atadura y el control.
Bajo serpenteantes y coloridas miradas ocultas, los cuerpos eran a la vez uno y todos mediante despliegues conjuntos de juegos geométricos en una dimensión espacial que alcanzó una dimensión sonora tan abarcadora como acusiante: amor y guerra, color y oscuridad, movimiento y quietud… Un ritual ancestral vestido con los colores de la opresión.
Sin dudas, el vínculo entablado entre el espectador y el artista generó por momentos una disociación, pero, por otros, esta disociación se perdió estando todos sujetados por el mismo hilo tenso.
Esta caravana sísmica puede ser entendida tanto literal como metafóricamente: literalmente, un grupo de personas alineadas intenta desplazarse sobre un piso en movimiento y, metafóricamente, esta caravana sísmica representa al ser humano que avanza a ciegas en la vida, en conjunto e individualmente. Desde ya, la dimensión simbólica no se cierra a esta interpretación.
En ese andar a ciegas está la fuerte presencia del grupo que sostiene, del colectivo que, esperanzadamente, ensaya la ruta. Asimismo, y como otra de las múltiples interpretaciones, esta caravana sísmica romancea fuertemente con una postura político-ideológica que trasciende al conjunto de personas en escena.
Para escuchar la entrevista de Carolina Guerra en (H)ablando ciencia, ver aquí.
Texto: Cecilia Bértola y Eliana Lucián
Foto: Jennyfer Piazza