La ciencia de hablar: hijos del exilio. Parte 3

A unos 12 mil kilómetros de distancia, con apenas cuatro horas de sol en invierno, temperaturas bajo cero y casi sin lazos culturales que nos unan, Suecia dio asilo político a más de 2 mil uruguayos en la década del 70. La apertura democrática hizo que algunos pudieran volver. Armaron, entonces, sus valijas, subieron a sus hijos a un avión y llegaron a Uruguay a mediados de los 80.

Joaquín Soto fue uno de los tantos niños sueco-uruguayos que llegaron, en aquel entonces, a un Uruguay que solo conocían a través de historias remendadas y recuerdos rotos de otros. Malvín Norte lo recibió y le mostró otros olores, otros sabores…

Con cuatro años, Joaquín cambió el sabor a jengibre y canela de las pepparkakor por, quizá, el de la vainilla de las Solar. Y es probable que su paladar, acostumbrado al sabor a regaliz salado de los caramelos lakrits, colapsara con el dulzor de los Zabala. Montevideo le fue mostrando también calles, juegos, silencios, presentes que fueron transcurriendo. Y también transcurrieron distintos momentos, diferentes preguntas relacionadas con haber nacido en Suecia y con las razones de eso.

A unos cuantos años del Montevideo del 85, y a esos 12 mil kilómetros de distancia de Gotemburgo, nos acercamos a las experiencias e historias que hay atrás de la compleja pregunta “¿sos sueco o uruguayo?”.

Reconstruir y describir hechos históricos abona la construcción de la memoria colectiva, pero también lo hace visitar y recordar historias individuales.

Este 18 de julio, con retazos de los cielos de Suecia y Uruguay, “La ciencia de hablar” abre una vez más su espacio para escuchar una de esas historias singulares, pero que forman parte de nosotros, aunque sea de muy distintas maneras. Son muchos los casos en que tu historia es mi historia; mi historia es la de otro, pero todas hacen, de alguna manera, nuestra Historia.

Texto: (H)ablando ciencia

Foto: Joaquín Soto y su mamá (Alicia Cadenas) en el barrio Hammarkullen, Gotemburgo, Suecia (1983)

 

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