Rosa, la candombera

“Domingo 3 de diciembre de 1978, poco después del mediodía. Los 123 inquilinos que aun viven en el vetusto edificio del Mediomundo acaban de compartir un asado y muchos de ellos todavía no han abandonado su lugar en la extensa mesa dispuesta a lo largo del patio. Poco a poco el lugar se va poblando con la presencia de vecinos, amigos y antiguos moradores que, en el último tiempo, ante la inminencia del fin, se las arreglaron como pudieron para mudarse del conventillo, pero sienten que en ese día tienen que estar ahí.” (Mediomundo: sur, conventillo y después de Milita Alfaro y José Cozzo).

El Mediomundo, también conocido como “el conventillo de Risso” o simplemente “Cuareim”, como lo llamaba verdaderamente la gente del barrio, fue un inmueble de inquilinato del Barrio Sur en Montevideo. Había sido inaugurado en 1885 y, 93 años después, ese 3 de diciembre de 1978, fue desalojado por la entonces Intendencia Municipal de Montevideo. Dos días después, fue demolido alegando peligro de derrumbe inminente. 

Alfaro y Cozzo definen el desalojo como un “operativo que quiso presentarse como una mudanza, pero tuvo mucho de auténtica deportación”. Si bien muchas viviendas estaban deterioradas, los terrenos costeros habían comenzado a tornarse más valiosos y las políticas de la dictadura distaban de querer conservar el patrimonio cultural y social que formaba parte de la identidad montevideana, especialmente de la población afrodescendiente. 

Esas paredes de Cuareim 1080 vieron nacer y crecer a muchas figuras del carnaval uruguayo, entre ellas a una de sus máximas exponentes: Rosa Luna. 

***

Ceferina “Chunga” Luna llegó al Mediomundo poco antes de 1940. Era lavandera y tenía 24 años cuando nació Rosa Amelia, la primera de 14 hermanos, el 28 de mayo de 1937. Fue anotada el 20 de junio con el apellido materno porque su padre, Luis Alberto “Fino” Carballo, uno de los fundadores de la murga Araca la Cana, nunca la reconoció. 

“Tuve la suerte de nacer en el Mediomundo, en Cuareim 1080, allí donde los morenos de mi raza repiqueteaban los tamboriles noche a noche y hacían temblar las paredes de construcción antigua. Fue allí, en ese conventillo, que descubrí mi gran amor: el candombe. Aunque creo que nació conmigo, y lo llevo en la sangre desde el mismo día que aquel vientre de mujer sufrida se abrió para darle paso en la vida a una niña negra que tuvo el nombre que su pecho materno supo darle”. 

Cuando era apenas una niña comenzó a trabajar en servicio doméstico y fue un solo año a la escuela. 

“¿Sabés una cosa? Si no hablo mucho de mi niñez no es solo porque me hace sufrir, sino también porque me da bronca. Pienso en las cosas que me pasaron y me da bronca. Yo en esa época tendría que haber ido a la escuela, pero andaba fregando pisos y limpiando la mugre de otros, y como yo, ¿cuántas?”.

El dolor apareció de forma temprana en su vida, pero también su máxima pasión: el carnaval. Antes de los 14 años, debutó en la revista Los Zorros Negros y en el año 1954 salió en la comparsa Fantasía Negra, junto a figuras consagradas como Carlos “Pirulo” Albín y Gloria Pérez Bravo, más conocida como la Negra Johnson, y otras emergentes, como Julio “Kanela” Sosa. 

“Cuando empezó, era tan flaquita que dormía en el dobladillo de una sábana. Después se convirtió en King Kong”, recordaba Kanela en una entrevista

Después vendrían Morenada, Añoranzas Negras, Serenata Africana, Esclavos de Nyanza y Marabunta, conjuntos con los que ganó muchos primeros premios y que la llevarían a ser una de las vedettes más importantes del Carnaval uruguayo, junto con la Negra Johnson y Martha Gularte. También hizo teatro, café concert y formó el grupo musical La Tribu de Rosa Luna, del que participaron Ruben Rada y Lágrima Ríos. 

Una noche, a fines de los años 60, Rosa mató a un hombre en el bar Antequera, boliche de la bohemia montevideana que quedaba frente a la Plaza Independencia. Fue el primer caso en la historia del país de homicidio en legítima defensa. Rosa mató a ese hombre para defender a una amiga.  

“Somos mujeres, pobres y además negras. En este país clasista, machista y racista eso es grave, imperdonable. Pero solo nosotras podemos revertirlo. No van a doblegarme jamás y seré celosa cuidadora de los maltratos y falta de respeto hacia la mujer y hacia mi raza. Quienes no la entienden, créanme que desdibujarán mi sonrisa y me tendrán como la peor de las enemigas”, dijo en una declaración al periodista Ettore Pierri de La república

Además de ser una figura destacada en nuestro país, también salió de gira al exterior. Llevó el candombe a rincones impensados, como Australia, Estados Unidos e incluso a Canadá. Fue en ese país, el 13 de junio de 1993, que murió después de una actuación. Su marido y representante, Raúl Abirad, le había prometido que sería el último viaje. Y así fue. Rosa murió a más de 10.000 kilómetros de Raúl y de su hijo Rulito. 

***

La mañana del 20 de junio, la misma fecha que figuraba en su partida de nacimiento, el calor de las lonjas mitigó el clima invernal. El cortejo fúnebre salió a las 8.30 de la Asociación General de Autores del Uruguay (AGADU), donde fueron velados sus restos, hacia el predio del conventillo Mediomundo. Siguió hasta Sociedad Uruguaya de Intérpretes (SUDEI), luego a la sede de Directores Asociados de Espectáculos Carnavalescos Populares del Uruguay (DAECPU) y finalmente al Cementerio del Norte, donde fue enterrada. En todo momento fue acompañada por una multitud. 

Rosa Candombe, Rosa del Carnaval, Rosa de las Barriadas, Rosa del Uruguay se despidió rodeada del cariño popular que la impulsaba a salir cada febrero, sobre sus 13 centímetros de taco aguja, a comerse el pavimento. 

Quienes la conocieron la destacan por su dulzura, su humildad y su trato con los niños y las niñas. Algunos la recuerdan por su pasión por Nacional y por Atenas, otros por ser una wilsonista rabiosa, otros por su carisma, que supo compensar su falta de técnica para el baile. Rosa se movía entre la cuerda, porque era ahí, pegada a los tambores, donde sentía el llamado tribal. 

“¿Qué son los tambores para mí? La razón de mi danza, los que mueven mi cuerpo a morir, los que calientan mi sangre. Los que llevo en el alma de manera tal que desde las motas a la punta del pie nada puedo contener. Los que menean con cadencia ese sentimiento legado por mi raza desde las raíces y me permiten representar y convertirme en la Rosa Luna de mi gente”. 

Las citas de Rosa Luna fueron extraídas de su autobiografía Rosa Luna, la leyenda, recopilada por José Raúl Abirad. 

 Texto: Laura Seara Rodríguez

Foto: Ruben Galusso

Otras notas para leer

Rosa, la candombera

“Domingo 3 de diciembre de 1978, poco después del mediodía. Los 123 inquilinos que aun viven en el vetusto edificio del Mediomundo acaban de compartir

Ver galería »

Menú

Buscar

Compartir

Facebook
Twitter
Email
WhatsApp
Telegram
Pocket

Gracias por comunicarte con PEDAL. Creemos que la comunicación es movimiento, y por eso queremos que seas parte.
Nuestra vía de comunicación favorita es encontrarnos. Por eso te invitamos a tocar timbre en Casa en el aire: San Salvador 1510, un espacio que compartimos con otros colectivos: Colectivo Catalejo, Colectivo Boniato, Cooperativa Subte y Palta Cher.

Te esperamos.