“Jesús murió por los pecados de alguien, pero no por los míos”. Esta es la frase que da inicio a Horses, un disco que arremetió como una tropilla salvaje en la escena musical de la década del 70 y que se convertiría en el primer álbum del punk. Su creadora: una joven que había llegado a New York para cambiar su vida. Sin saberlo, también cambiaría para siempre la historia del rock.
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Patricia Lee Smith nació el 30 de diciembre de 1946 en Chicago. Su madre era cantante de jazz y también testigo de Jehová, por lo que desde niña recibió una profunda educación religiosa.
“Nada me gustaba más que decir mis oraciones, pero aquellas palabras me inquietaban y la acosaba a preguntas. ¿Qué es el alma? ¿De qué color es? Yo sospechaba que mi alma, como era traviesa, podía escabullirse mientras soñaba y no regresar.” 1 Así describiría muchos años después a sus tempranas inquietudes existenciales.
Su infancia transcurrió en Filadelfia y su adolescencia en New Jersey. Era una niña muy lectora y poco a poco su amor por los libros fue desplazando a la religión. Uno de sus favoritos fue Mujercitas, de Louisa May Alcott, al que prologaría en su edición de 2019.
“Me reconocí como en un espejo en aquella chica larguirucha y testaruda que corría, se desgarraba las faldas trepando a los árboles, tenía un habla común y corriente y criticaba las pretensiones sociales. Una chica a la que se podía encontrar recostada contra un gran roble con un libro o en su mesa del ático inclinada sobre un manuscrito. Era Josephine March. […] Una chica estadounidense del siglo XIX obstinadamente moderna. Una chica que escribía.”2
Cuando cumplió 16 años comenzó a trabajar en una fábrica de bicicletas. Inspeccionaba manillares de triciclos, pero también dibujaba, escribía poemas y soñaba con ser una artista. A los 20, mientras estudiaba en la facultad de magisterio, quedó embarazada. Decidió dar en adopción al bebé, renunciar a la fábrica, dejar la facultad y nunca mirar atrás.
En el verano boreal de 1967 se propuso ir a New York, pero cuando ya estaba en la terminal descubrió que no podía pagar el costo del boleto. Un tanto frustrada y pensando en que debería volver a casa, se metió en una cabina telefónica para llamar a su hermana. Antes de descolgar el tubo descubrió un bolso blanco de charol. En su interior había 32 dólares. Por obra del destino —y de algún espíritu distraído— Patti llegó finalmente a la ciudad que nunca duerme.
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Durante los primeros días, deambuló por las calles sin dinero ni rumbo fijo. Pasó muchas noches a la intemperie y otras durmiendo en sillones prestados. También fue en ese entonces cuando conoció a Robert Mapplethorpe, uno de los fotógrafos más destacados del siglo XX, quien por entonces era un muchacho tan solitario y aventurero como ella, con la misma aspiración de vivir del arte.
Patti y Robert fueron amigos, amantes, compañeros. Su historia, que incluye un pasaje por el mítico Hotel Chelsea, se transformó en un símbolo de una generación que buscaba constantemente experimentar, crear, romper barreras y cultivar la libertad.
Uno de los íconos newyorkinos que reunió a muchos de estos artistas emergentes fue el CBGB, un antro con capacidad para 300 personas en Manhattan que nació en 1973, de la mano del músico Hilly Cristall.
La sigla que le daba nombre respondía a las iniciales de country, bluegrass and blues. Pero lejos de cerrarse a estos estilos musicales, Cristall abrió sus puertas a sonidos y bandas nuevas de la bohemia. Así fue como este lugar se transformó en la cuna del punk y del new wave.
Patti llegó por primera vez al CBGB en 1974, para ver a Richard Hell y la banda en la que él tocaba el bajo, Television. Se sintió atraída inmediatamente por la propuesta innovadora del grupo y también por su guitarrista, Tom Verlaine. Además de una relación amorosa, ambos tuvieron un vínculo artístico, ya que Tom participó de la grabación del primer sencillo de Patti ese mismo año.
Un año después sería el turno de Horses, su primer álbum, considerado como una piedra fundacional del punk estadounidense. La portada del disco, que se transformó en el retrato más recordado de su juventud, estuvo a cargo de Mapplethorpe. Es un disco punk por sus letras y por sus melodías, pero sobre todo por ser una declaración de intenciones de una mujer en un mundo en el que los hombres tenían la última palabra.
Durante el resto de la década del 70, ella formaría parte de la grilla de artistas que frecuentaban y tocaban en el CBGB.
El local, que supo albergar a bandas como Blondie, Television, Talking Heads y The Ramones, estuvo treinta años activo en la escena musical de la ciudad. Finalmente cerró el 15 de octubre de 2006. El último concierto estuvo a cargo de Patti.
“Podemos tener a CBGB en nuestros corazones, pero la nueva generación tendrá sus propios lugares para escuchar y hacer música. Ellos van a encontrar algún lugar de mala muerte y van a tocar en él como lo hicimos nosotros”, dijo en la noche de la actuación.
Con el paso del tiempo, las roídas chaquetas de cuero dieron lugar a la sastrería de alta costura. La gentrificación convirtió aquel tugurio del underground en una casa de vestimenta de lujo para hombres.
A Horses le siguieron tres discos más en la década del 70, pero a comienzos de los 80 puso una pausa a su carrera musical. Se mudó a Detroit, se casó con Fred “Sonic” Smith, integrante de la banda MC5, y tuvo a sus dos hijos, Jackson y Jesse. En 1986 lanzó su quinto álbum, Dream of Life, en el que Sonic participó como guitarrista. Este disco incluye la canción People have the power.
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La década de los 90 traería golpes duros a su vida. En 1989, a causa de complicaciones derivadas del Sida, murió Robert Mapplethorpe.
“Yo estaba durmiendo cuando él murió. Había llamado al hospital para desearle las buenas noches como siempre, pero la morfina lo había dejado inconsciente. Me quedé escuchando su respiración fatigosa, sabiendo que ya nunca volvería a oírlo”, recuerda en el libro de memorias que escribió para homenajearlo, Éramos unos niños (2010).
A esa gran pérdida la siguió la de su esposo Sonic, en 1994, y tan solo un mes después la de su hermano Todd. En Sueño de vida, documental del año 2008, cuenta que su amigo, el poeta beatnik Allen Ginsberg, le dijo: “Libérate del espíritu del fallecido y continúa celebrando tu vida”.
Así lo hizo. En 1996 retomó su carrera en la música, que continúa hasta la actualidad.
Si bien es reconocida mundialmente por su carrera musical, su obra literaria es igual de prolífica, con una veintena de libros publicados. Ávida lectora, destaca entre sus gustos literarios tanto a Rimbaud como a Roberto Bolaño, escritor chileno del que incluso se declaró fan.
Tampoco escapa del compromiso social y el activismo. Protestó contra la guerra de Irak, se declaró en contra de la era Trump, apoyó manifestaciones contra el indulto al expresidente de Perú Alberto Fujimori, se pronunció a favor del aborto y acompaña a su hija Jesse en luchas medioambientales por el cambio climático.
Sin embargo, lejos del apocalíptico “no hay futuro” que caracterizó al punk inglés de los 70, tiene una visión optimista del porvenir. En una entrevista que le realizaron en Dinamarca en 2012, en el marco de un festival de literatura, dijo:
“Estoy segura de que cada generación puede decir que vive en el mejor y en el peor de los tiempos. Pero creo que ahora estamos en un momento particular. Es un tiempo único porque es el tiempo de la gente. Porque la tecnología ha democratizado la autoexpresión. […] Todos los jóvenes, las nuevas generaciones, son pioneras en un tiempo nuevo. Así que les digo: manténganse fuertes, traten de divertirse, pero manténganse sanos, porque hay muchos desafíos por delante. Y sean felices”.
En la primavera de 2019 visitó por primera vez Uruguay para actuar en el Teatro de Verano. En esa visita fue declarada Visitante Ilustre de la ciudad de Montevideo. Al día siguiente posteó un carrusel de fotos, que acompañó con esta leyenda: “Esto es decir adiós. A la gente. A los activistas. A los desaparecidos, siempre recordados. Al río que se siente como el mar.”
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Patti tiene 74 años. Todavía vive en New York, esa ciudad que, como ella define, la formó, la deformó, la pervirtió, la convirtió. Postea en Instagram con frecuencia diaria, sigue haciendo shows y editando libros. En su última publicación, El año del mono, lanzado en 2020, comparte una vez más sus memorias, sus impresiones sobre el paso del tiempo, sus pérdidas e incluso la experiencia de la pandemia y el distanciamiento físico.
“A pesar de los decretos que prohíben las festividades —escribe Patti— la gente encuentra maneras de exteriorizar sus jubilosas tradiciones. Patalean y se aferran a la certeza de que el mundo no dejará de girar y de que el año nuevo lunar siempre estará ahí mientras exista la luna. Reinará, se esfumará, regresará”.
Y mientras el mundo siga girando, su música y su poesía seguirán sonando para alimentar nuestros sueños de rebeldía. Larga vida a Patti, la escritora, la poeta, la activista, la inspiradora artista y —aunque ella se empeñe en negarlo— la madrina del punk.
Texto: Laura Seara Rodríguez
1 Éramos unos niños (2010)
2 Prólogo a la edición 2019 de Mujercitas.
3 Documental Sueño de vida (2008)