Crónica de un mural

Es un trayecto largo del taxi a la cancha, la desolación de las primeras calles son imágenes habituales de la era pandémica en un fin de semana. Es extraño, pero siento que si no fuese por el movimiento del vehículo todo parece congelado. A unas calles comienzan a visualizarse las primeras personas, algunos pasean perros, vecinos que charlan, parejas de las manos, solitarios con su termo y mate. Por un instante pienso que el mundo siempre continúa su marcha. 

El taxi me deja en el estadio Paladino. En las afueras los encargados de la transmisión de la televisión cargan el equipo en un camión. Antes de entrar me quedo mirando el mural que han comenzado a pintar como tributo a Nahuel, un adolescente asesinado hace un año junto a su amigo Rodrigo. En el muro, la hinchada celebra un gol, Nahuel congelado en su correr se besa emocionado la camiseta de su club. Arriba el cielo y las nubes. 

Me presento a los muchachos de Contra la pared, un colectivo de artistas que busca sensibilizar a través del arte y talleres de reflexión. Mientras esperamos a que lleguen los amigos y familiares me quedo observando al utilero limpiar los zapatos en la pileta. Hace unos minutos, Progreso empató con Cerro Largo por el campeonato uruguayo. Me voy arrimando hasta que Jona, el utilero, me saluda. Los zapatos limpios los va colocando en el piso en una fila para que se sequen. En el fondo una niña alegre juega con una pelota. Nahuel tenía dieciséis años, su sueño era llegar a primera y antes del suceso había participado en las juveniles de la selección uruguaya. 

Los amigos y familiares llegaron. Florencia, una de las integrantes del colectivo, me avisa que la actividad está por comenzar, me despido del utilero y antes de irme miro todos los zapatos.  

Florencia junto con Marianela son las encargadas de inaugurar la actividad, un taller de masculinidad donde se reflexiona sobre roles y género en la sociedad. Se unen a la actividad y se colocan en ronda, los amigos de Nahuel, los familiares y los muralistas del colectivo. Florencia se presenta, patea la pelota, e indica que a quien le cae debe presentarse y decir el motivo que lo hace concurrir a la actividad, y así sucesivamente.

La ronda es grande. Estoy afuera sacando fotos observando las caras desde el visor y escuchándolos atentos. Es el turno de la madre, la voz se quiebra con las primeras palabras, mira hacia abajo y sujeta fuerte la mano de su hija que la acompaña. Suelto la cámara, hay fotografías que no son necesarias. Ella alza la mirada y dice “estoy acá porque a él le gustaría”. Hay silencio. Todos asienten con la cabeza y se pierden en sus miradas. 

Los participantes son separados en dos grupos, se los sitúa en paralelo y asigna un número a cada integrante. Perpendicular a las columnas humanas se hacen dos arcos con conos y se coloca en uno el cartel de falso y en el otro el de verdadero. Florencia, en voz alta, hace una pregunta referida a los mitos de la masculinidad, luego elige un número, hace sonar el silbato y las parejas que coinciden trasladan la pelota hacia el arco, según lo que crean. Luego responden sobre su decisión.  

Marianela invita a que se sienten en un círculo. Ella se ubica en el centro y hace de moderadora preguntando sobre situaciones de violencia que han experimentado en la calle y sobre las personas referentes en sus vidas. A veces gana el silencio, así que con sutileza va rotando sus preguntas hasta lograr que las voces se multipliquen. Un adulto, entrado en años, toma la palabra y recuerda las enseñanzas de su padre que le permitieron continuar frente a las dificultades de la vida. Un adolescente, que había permanecido callado, dice con voz decidida; mi madre. Marianela se da vuelta y lo invita a seguir contando. El joven la encuentra con la mirada y con voz firme agrega que su madre es la persona más importante en su vida ya que cuando fue baleado ella siempre lo acompañó y dio fuerzas. Tengo el ojo en el visor, el dedo no aprieta, siento que la cámara es una ventana. La cámara me protege, la cámara me indaga, la cámara me cuestiona. 

Los talleristas reparten cartulinas de colores verdes, amarillas y rojas. En ellas se escriben mensajes a Nahuel, recuerdos y deseos de cosas que no quisieran que continuaran sucediendo en la sociedad. Es un momento íntimo, algunos se alejan para escribir, otros comparten recuerdos para facilitar las palabras. Al final las tarjetas son pegadas en una cartulina, será el material para trabajar el estribillo de un rap en homenaje a Nahuel. 

Nos dirigimos a la calle con la cartulina. Nataniel, un joven que colabora con el colectivo, hará un taller para los jóvenes donde explica las formas para componer y hacer rimar los versos. Hace seis años, saturado por la rutina, decidió abandonar el trabajo en una fábrica y volcarse por completo a su pasión. Antes de iniciarse la pandemia recorría Montevideo rapeando en los ómnibus, haciendo mínimo ocho horas al día. Me dice que no dudó cuando lo llamaron para el tributo ya que cree que es una forma de ayudar a la comunidad.    

En la vereda, frente al mural, las miradas se vuelcan a la cartulina en el suelo, las palabras y frases que escribieron se unen para dar forma al estribillo. Antes de finalizar, Guillermo, uno de los muralistas, invita a quienes quieran tomar el pincel y escribir un mensaje o palabra en el mural. Primero se asoma un muchacho y luego se van pasando el pincel uno tras otro.

El sol se ha marchado, el frío contrae los músculos y anuncia la cercanía de una noche gélida. La actividad concluye, hay miradas de agradecimientos y silencios reflexivos. Me quedo mirando el mural, a los familiares y a las nubes que continúan encima. Quiero creer, como pocas veces lo he hecho, que existe un Dios, no para mí sino para ellos. 

Me avisan que hay lugar en uno de los autos. Las primeras calles que transitamos están vacías. En el auto inunda el silencio, no es incómodo o espera ser rellenando, cada uno necesita esos segundos para charlar internamente. Nos metemos en la rambla, los autos se multiplican, los caminantes aparecen, las palabras rompen el silencio y la cotidianeidad se instala como la noche. 

Dos fines de semana después en una jornada despejada y soleada regresé a las afueras del Paladino. Era el día elegido para inaugurar el mural y dar a conocer la música en tributo a Nahuel. La comunidad se hizo presente para acompañar a los familiares y recordar al adolescente. Guillermo, al verme, fue a mi encuentro. Estaba nervioso pendiente de que todo saliera bien, me dijo que esas semanas habían sido movilizantes a nivel personal. En esos días, cada vez que iba a terminar los detalles del mural, se sorprendía de observar la cantidad de murales dedicados a jóvenes que había en los barrios próximos. Se quedó en silencio, movió la cabeza con tristeza y disculpándose se fue a continuar con los preparativos o, tal vez, a caminar para no pensar. Él y Florencia explicaron a los presentes sobre el mural y pidieron iniciar una cuenta regresiva para sacar la tela que lo cubría. Cuando la misma cayó surgió un enorme y espontáneo aplauso. Nataniel y Facundo, un joven rapero, dieron a conocer la música que compusieron con el estribillo realizado en el taller. Ambos me contarían después que llegaron a no dormir trabajando en la letra. 

Luego, Florencia le dio un sobre a la madre. Adentro estaban todas las tarjetas que habían escrito la semana anterior y un cuadro con el boceto del mural. 

Al terminar la jornada acepté la invitación del colectivo para comer algo. Nos quedamos unas horas en el local de Contra la pared en la Teja, al principio en silencio para bajar las tensiones. Alguien hizo la primera pregunta y las palabras expusieron las emociones. Cada uno habló sobre lo que había vivido. Marianela contó que en el taller, cuando el adolescente dijo que había recibido un tiro, ella casi se quebró, y que los días siguientes en su casa fueron un desafío interno sobre cómo seguir; Florencia reveló que los padres pidieron si podían quedarse con las tarjetas de colores para seguir recordando a su hijo; Guille narró que cuando iba a pintar estuvo varias veces por quebrarse ya que el padre se quedaba atrás mirando el mural. Un día un niño, casi adolescente, le preguntó si tenía pintura negra. Luego le mostró un arma de juguete y le pidió si la podía pintar así parecería real en la calle. “Son niños” me dijo Guille mirándome a los ojos. 

Antes de marcharme les pregunto qué los motiva a hacerlo. Cada uno lo piensa y quiere hablar. En general coinciden que estos tributos brindan herramientas para procesar de otra forma el duelo, es otro tipo de justicia diferente a la que transcurre por las vías judiciales. Para Facundo, el más joven, la pandemia le hizo cuestionarse el significado de la empatía y la solidaridad y siente que es necesario contribuir cada vez más en la sociedad. Florencia, emocionada, recuerda a su padre que siempre le decía que era un deber ayudar a los otros. Guille cree que lo que hacen es un grano de arena, pero es necesario para seguir construyendo. Marianela propone continuar con los tributos. Todos se miran y asienten con la cabeza. 

Galeano invade mi cabeza con su frase sobre las cosas pequeñas. Miro al grupo, apenas los conozco, desconozco cómo actúan en sus vidas diarias, quizá no los vuelva a ver, pero han construido algo, porque en estos tiempos ningún acto que se vuelque hacia el otro de forma desinteresada puede ser pequeño, son mensaje de fe, de esperanza.

Estoy en el taxi de regreso. Saco la cámara de la mochila, el objetivo me mira y lo veo como una ventana. Retiro la memoria para guardarla y mientras la sujeto en mis dedos pienso que allí residen verdades sin mentiras.  

 

Texto y fotos: Aníbal Nario

Otras notas para leer

Menú

Buscar

Compartir

Facebook
Twitter
Email
WhatsApp
Telegram
Pocket

Gracias por comunicarte con PEDAL. Creemos que la comunicación es movimiento, y por eso queremos que seas parte.
Nuestra vía de comunicación favorita es encontrarnos. Por eso te invitamos a tocar timbre en Casa en el aire: San Salvador 1510, un espacio que compartimos con otros colectivos: Colectivo Catalejo, Colectivo Boniato, Cooperativa Subte y Palta Cher.

Te esperamos.