El viernes 9 de diciembre, los museos de Montevideo abrieron nuevamente sus puertas en la noche en su decimosegunda edición. Las calles de la capital se olvidaron del reloj y el movimiento te hacía pensar que estabas en pleno mediodía de un día agitado. Los transeúntes caminaban, algunos en bulliciosos grupos, otros en parsimoniosas duplas y algunos solos, en busca de las diferentes propuestas que Museos en la noche ofrecía. El Centro Cultural de España (CCE, Rincón 629) aprovechó la instancia para inaugurar cuatro muestras simultáneas: Sum 16; José Suárez. Unos ojos vivos que piensan: 10 años de Esquizodelia y Lugar. Hasta allí se dirigieron mis pasos.
En el tercer piso la Cámara de Diseño de Uruguay, con el apoyo del CCE, expone Sum 16, en la que se promueve y difunde el diseño de mobiliario uruguayo. En el piso central, Xosé Luis Suárez Canal y Manuel Sendón presentan José Suárez. Unos ojos vivos que piensan, una muestra fotográfica sobre la historia de este gran fotógrafo español del siglo XX. Por su parte, 10 años de Esquizodelia es una exhibición de la estética que este colectivo (Ezquizodelia) ha construido a lo largo de sus diez años de trayectoria. Se la encuentra al bajar las escaleras que llevan al Auditorio.
De las cuatro muestras, me interesaba una en particular: Lugar. En la antesala del Auditorio se disponían los procesos artísticos del Laboratorio de Creación de Proyectos Fotográficos a cargo de dos fotógrafos uruguayos: Diego Vidart y Pablo Guidali. Nueve fotógrafos, Sol Kutner, Déborah Elenter, Natalia Di Benedetto, Gonzalo García, Federico Moreira, Nacho Correa Belino, Tali Kimelman, Francisco Supervielle e Ignacio Iturrioz, exponen los procesos creativos de su obra “desde la ideación o conceptualización de una idea, hasta la elección del soporte final, su implementación y la difusión del resultado”, explican los gestores de esta muestra.
Una vez en el lugar, los autores de las diferentes obras deambulaban entre los ojos de todos aquellos que nos acercamos esa noche a la exposición. Fue así que, además de contemplar las paredes impregnadas de imágenes, la gran mayoría en la paleta de los grises, uno podía detenerse a conversar con los fotógrafos y deleitarse con las anécdotas y las explicaciones de cada proceso.
En el centro de la sala, en una mesa blanca y minimalista, se hallan nueve cuadernillos rojos con una pequeña etiqueta negra en el margen inferior derecho, que delatan la pertenencia. Estos cuadernillos exhiben fotos y registros manuscritos de cada autor que cuentan su respectivo proceso.
Esa noche, la gran mayoría de los visitantes del CCE elegían esta muestra, lo que dificultó contemplar cada espacio. Uno se tropezaba con la mirada de los otros cuando quería tomar distancia para ver más allá. También, era uno el que obstaculizaba a los demás, cuando quería ver el detalle de la obra y se acercaba tanto que parecía formar parte de ella. Sin embargo, la percepción de Ignacio Iturrioz sobre la multitudinaria concurrencia (excesiva para mi gusto) tenía un matiz diferente. No todo es blanco o negro, pensé luego de escuchar los grises de Ignacio.
Nacho recordó, en medio de una sonrisa embriagada por el recuerdo de la anécdota, las palabras, a modo de corolario, de uno niño que visitó la muestra. Luego de observar las fotografías y de escuchar atentamente las respuestas que Ignacio intentaba dar a sus interpelaciones, el niño concluyó: Ya sé, vos fotografiás cosas simples y luego las oscurecés.
Las 107 fotografías que Iturrioz eligió exhibir, en una suerte de collage, describen el proceso de creación que realiza desde 2007 en el Palacio Salvo sobre su vínculo con la soledad. A su vez, ilustra la charla que mantuvimos el 24 de noviembre en (H)ablando ciencia, donde nos contó sobre su metodología de investigación, sus motivaciones, sus inquietudes, su vínculo con el espacio y con los personajes que lo componen.
El viaje hacia la soledad en el Palacio Salvo empieza cuando uno se para frente a la pared que sostiene las fotografías. Fijar un lugar de inicio para empezar a contemplar es difícil. Las imágenes te invaden, te molestan, te aturden por un rato, hasta que lográs hacer foco en una y comenzar así el recorrido. Este camino no tiene un rumbo marcado. A veces volvés a una foto, y te quedás en ella un rato atrapada con el brillo del diente dorado de una sonrisa siniestra. Buscás otras sonrisas y te topás con una canina, y recomenzás el recorrido buscando sonrisas.
No es posible una mirada fugaz, esta exposición requiere de una contemplación pausada. Tomarse el tiempo para encontrar el recorrido que querés hacer frente a la pared. Recomiendo su visita. Se encuentra abierta al público hasta el 22 de diciembre.
Texto: Paola Melgar