Darío Dubois fue uno de esos tantos obreros del fútbol que nunca llegó a la élite, pero que dejó su impronta en absolutamente todos los campos por los que pasó. Zaguero rústico, caudillo del área, fue conocido por sus excentricidades en el campo y, fuera de él, por su compañerismo, su inteligencia y su capacidad para mostrar las miserias que sufren los jugadores como el.
Alto, excelente físico, rulos rebeldes, siempre de ropa negra o gastada, con barba, defendió las camisetas de Atlético Lugano, Midland, Deportivo Riestra, Laferrere, Cañuelas y Victoriano Arenas de Valentín Alsina. Se retiró en 2005, obligado, porque no pudo costearse una operación tras romperse el cruzado.
Formo además tres bandas de rock, laburo como sonidista y hasta toco en una banda de cumbia villera. Dubois, jugo 14 partidos con la cara pintada a lo King Diamond, denunció a un dirigente rival por querer obligarlo a perder por plata, simuló ataques de epilepsia en pleno partido o se sentó en el banco de suplentes de lentes de sol, y así, muchas otras.
Con 37 años y (y tras desafortunadas circunstancias) “el loco” dejó este mundo, pero en esta columna de “El juego de los picaros” repasamos porque su nombre quedó marcado en la historia del futbol del ascenso y porque logró diferenciarse del resto.