El pasado 10 de abril la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) emitió los datos relevados en el primer informe sobre sobre pérdidas y desperdicios de alimentos realizado en Uruguay. Los informes completos, escritos por Sofía Umbre y Valentina Machado, los pueden leer aquí: primera, segunda y tercera entregas.
En relación a esta problemática, les presentamos la entrevista realizada a Agustina Vitola, representante del Nodo Uruguay de la Red Latinoamericana de Food Design (redLaFD), y Santiago Navratil, ideador del proyecto Miscrobosques; dos enfoques que parecen buscar alternativas a la cuestión alimenticia.
La RedLaFD se funda en 2013. No surge en sí mismo como iniciativa de Uruguay, pero fue aquí con se realizó el primer encuentro y la firma del manifiesto. En octubre de 2013 la Facultad de Arquitectura de la Universidad de la República recibió a un grupo de personas de diferentes países, campos y áreas disciplinares interesadas en crecer como comunidad profesional e intelectual. Este primer encuentro constituyó la piedra fundacional de la Red Latinoamericana de Food Design, un proyecto y desafío que busca afianzar en el continente este campo emergente y brindar soluciones innovadoras a los problemas relacionados con la alimentación/comida. Actualmente incluye 12 países: Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, Ecuador, México, Paraguay, Perú y Uruguay. En cada país —regiones en algunos casos donde hay más de uno por país— hay nodos, que sirven como apoyo y agrupación de diferentes actores sociales que van desde ingenieros, antropólogos, psicólogos, nutricionistas, y por supuesto, diseñadores, que son quienes conforman, en definitiva, la red. “Por mucho tiempo se hizo food design pero recién en 2002 se lo denomina así”, afirma Agustina. Lo importante de esta iniciativa en cada país, es que tiene una identidad propia y busca resolver temas, justamente, locales.
Está claro que comida no es lo mismo que alimento y si bien el food design en el resto del mundo incluye y trabaja sobre alimentos ultraprocesados e industriales, como el diseño de la papas chips que vienen en tubo, la RedLaFD ve a la alimentación mucho más allá del simple acto de comer y en esta parte del continente esta disciplina tiene una postura distinta al respecto: “Food Design en Latinoamérica es una visión construida para avanzar hacia una mejor calidad de vida en relación al alimento y todo lo que este implica, desde lo básico y vital que es nuestra conexión con él, hasta la infinidad de consecuencias inherentes a la comida y el comer, como la salud, cultura, identidad, producción, economía y demás. Esta definición va más allá de la intersección entre diseño y alimentos, ya que estamos en un momento crítico a nivel mundial con respecto a muchas cuestiones básicas de la vida, en donde los paradigmas vigentes se derrumban solos y hacen falta nuevos caminos” (Pedro Reissig, fundador redLaFD, www.lafooddesign.org).
En Uruguay las problemáticas locales están relacionadas a la salud en torno a la alimentación —ya sea por abundancia o por déficit—, el alto consumo de procesados, la desvalorización de la comida casera, el desperdicio de alimentos, el consumo de transgénicos y la matriz productiva ganadera-intensiva. Aunque hay una de las cuestiones que preocupa particularmente y es la pérdida del patrimonio alimentario. Para dar lucha, una de las soluciones en las que se está trabajando es revalorizar los ingredientes autóctonos. Como es el caso del guayabo nacional que actualmente se está buscando darle el valor cultural perdido. De hecho, el 9 de abril se presentó públicamente el estudio realizado por INIA (Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria) donde se dieron a conocer cuatro variedades de este fruto nativo.
A raíz de una pregunta muy personal que terminó en la risa desmedida, sobre el final de la nota, Agustina llega a una conclusión: “en esto de investigar los frutos nativos, uno empieza a ver por qué hay determinados consumos que están buenísimos, porque tienen mucho valor nutricional como es el caso del guayabo que es el top 1 en vitamina C, pero no los tenemos incorporados cuando antes en cada chacra se tenía. Era el árbol frutal de la casa y era lo que consumían. Nuestros consumos tienen que ver mucho con nuestra identidad. En el consumo se primó mirando a Europa y los consumos más europeos. Y no se valorizó los productos locales […] Por ejemplo, los cítricos que consumimos, no son nativos, son importados. Pero hubo todo un desarrollo que tuvieron los cítricos, que hace que ahora la identidad de Salto pase por la naranja, pero la naranja no estuvo siempre”.
Hay otro dato que no podemos dejar escapar con respecto a este aspecto cultural, más allá de la alimentación. Agustina nos cuenta que en Identidad uruguaya en cocina. Narrativas sobre el origen, tesis del antropólogo uruguayo —especializado en alimentación— Gustavo Laborde, hay una reflexión en torno a la descripción que se da de Uruguay en el Libro del Centenario (1930) como la de un país “libre de indios, donde éramos todos blancos”. Desde ahí se puede contemplar, ya, la mirada eurocentrista de las primeras poblaciones locales posteriores a la conquista. Además desprecia la fauna y la flora autóctona, “los indios y su pobre cultura”, ironiza Agustina y agrega “la incorporación del estudio de los montes nativos a los planes de estudio de la Facultad de Agronomía es muy reciente. Realmente no hubo un interés, porque nuestros consumos estuvieron mirando para otro lado”. Recién en 1998, la Facultad se acopla a las recomendaciones internacionales y crea un programa que estudia la diversidad genética, el valor agronómico y el potencial comercial de un grupo de frutos nativos integrados por el guayabo, el arazá, la pitanga, el ubajay y el guabiyú, nos cuenta Agustina sobre el estudio realizado por Beatriz Vignale, Ingeniera Agrónoma y docente de la Facultad.
La tierra no es excusa
Santiago, a colación con todo esto, nos presenta su proyecto Microbosques, un concepto que busca incentivar a la población a producir alimentos en su casa sin tener espacio para plantar, y concientizar sobre la escasez de recursos a nivel mundial. La idea fue presentada en Socialab, una incubadora de proyectos y emprendimientos con un impacto social y ambiental positivo, y propone una alternativa a esta realidad que es cada vez más lejana de los alimentos orgánicos y el autocultivo.
Microbosques propone extender de forma alternativa la agricultura sin suelo en el espacio urbano. Busca poner a disposición herramientas para que las personas tengan alimentos orgánicos en sus casas a través del cultivo hidropónico. Este tipo de cultivo que ha sido utilizado desde los aztecas hasta la Primera Guerra Mundial, cuando las fuerzas aliadas instalan en sus bases sistemas hidropónicos para proveer de vegetales y frutas frescas a las tropas en conflicto. Incluso en el plan de alimentación sustentable de la NASA se incluye la hidroponia al vacío como propuesta de alimentación del futuro. A partir de esto, la hidroponia comercial se extiende en el mundo.
La palabra hidroponia significa “trabajo en agua”. Proviene del griego hydro (agua) y ponos (labor). La podemos definir como un proceso de cultivo donde el agua y una solución de nutrientes son suficientes para que una planta crezca. No se utiliza tierra en el proceso. También es denominada “agricultura sin suelo”.
El cultivo hidropónico utiliza 90% menos de agua, debido a que esta se reutiliza dentro del mismo sistema. Se puede plantar cualquier tipo de alimento con este sistema. Incluso este cultivo produce cuatro veces más que un cultivo geopónico, es decir en tierra, ya que las plantas reciben los nutrientes necesarios de forma gradual y manual, entonces no compiten con otras por los nutrientes del suelo.
Este sistema es muy elegido para desarrollar cultivos en espacios pequeños y sobre todo urbanos. Es una excelente solución a la falta de suelo que hay en la ciudad, para poder cultivar nuestros propios alimentos. Ya fue probado con diversos vegetales, y los resultados son superiores, sobre todo en el sabor. Sin embargo, sigue primando el valor estético de los productos “un tomate divino que no tiene gusto a nada”, indica Santiago, incluso por sobre el nutricional. Por qué priman estas cuestiones es el qui de la cuestión, por eso tanto el food design como micorbosques buscan generar un cambio cultural.
Este entendimiento es parte también de desarrollar la autonomía alimentaria y ver que todos somos capaces de producir nuestro propio alimento así vivamos en una chacra o en un apartamento, por supuesto que en diferentes formas y cantidades, pero podemos al fin.
En la actualidad, la mayoría de la población consume productos mayormente envasados proporcionados por las cadenas de supermercados. Las frutas y verduras que consumimos son cultivadas en grandes dimensiones y con productos que ayudan a su “correcto desarrollo” generándoles resistencia a las plagas y poca competitividad en el suelo, desde una lógica industrial y mercantil, eso está claro. “Si somos lo que comemos, soy conservante, soy peligroso” se oye decir a la Abuela Coca de fondo y para rematarla Santiago declara “yo no creo que nadie quiera tener agroquímicos en el cuerpo. Al día de hoy existe una tolerancia mínima. Los alimentos que dicen no tener, están por debajo de un umbral de tolerancia, pero no quiere decir que no los tengan. Hay un montón de tecnicismos que no entendemos y que pasan desapercibidos”.
“El valor del microbosque es hacerse viral, una serie de microbosques hacen un gran bosque y eso es lo importante”. Incluso, considera Santiago, “plantar es una declaración de principios”.
Esta idea es materializa en un kit que incluye el instructivo con las semillas correspondientes, un manual, solución nutritiva, una NetPot (maceta específica para hidrocultivos), un frasco con sustancias nutritivas, un sobre con turba para poner las semillas y un velo capilar para el riego constante.
Microbosques están dentro del marco de Green Hands, primer asesoría en cultivo doméstico del Uruguay, y promueve la idea del cultivo doméstico a nivel urbano. Actualmente se está trabajando con un diseñador para generar uno de los equipos hidropónicos más grandes, que será bautizado como los míticos jardines colgantes: Babilonia. El objetivo es que pueda producir alimentos en un período de dos meses para una familia de cuatro integrantes, dos adultos y dos niños.
A nivel educativo, este proyecto fue presentado por la editorial Santillán, con la idea de incluir un kit hidropónico en el libro de Ciencias Naturales de los textos curriculares. Pero luego no se concretó ya que a través de Socialab se busca que la inclusión de este proyecto sea aun mayor a través de talleres o la inclusión en la currícula misma, y logre generar un cambio en las futuras generaciones, trabajando desde los lineamientos principales de esta iniciativa, como los son la concientización sobre la escasez de recursos y la agricultura alternativa.
Lo que es más, al incluirlo en la educación formal, también se busca desarrollar diferentes tipos de aptitudes y actitudes en los niños como la individualidad dentro de lo colectivo, la responsabilidad del colectivo, la delegación de roles entre otras tantas. “Cuando activas un microbosque, estás trayendo vida al mundo, tenés una semilla en potencia que es vida en potencia. Estás trayendo vida al mundo y el niño tiene que aprender a ser responsable”.
Recomendamos escuchar el audio ya que también se tocan temas como la inminente decisión del gobierno de etiquetar los productos envasados, la perversa alianza de Bayern-Monsanto y las iniciativas desde UdelaR.
Texto: Valentina Lasalvia y Lucía R. Novellino
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