Las miradas hegemónicas sobre la juventud responden a los modelos jurídico y represivo del poder.
El adultocentrismo atraviesa todas y cada una de las partes del Estado, y la juventud queda relegada a la marginación de la implementación de las políticas públicas. Siempre es secundario su acceso a la vivienda, al mundo laboral o a la educación.
De modo muy distinto al que se cree, la juventud no es una etapa natural, no es una etapa biológica. Tampoco es un momento de confusión, ni de carencias por una cuestión cíclica. La juventud no es un grupúsculo apartado del resto de la sociedad, y tampoco representa las patologías de la misma. La juventud es una cuestión política, y que las condiciones de ser joven sean buenas o malas depende de lo que las instituciones quieran hacer por y para la juventud.
Invertir en la juventud presente es invertir en el futuro de un país y, es más, es invertir en el futuro del mundo. Invertir, sí, dinero. Hay que invertir dinero en infraestructuras y recursos humanos para tener una educación de calidad que prepare a la generación del presente; hay que construir y habilitar hogares para que la juventud pueda desarrollar su independencia y su autonomía y no se vea obligada a vivir en casa de sus padres y madres hasta los treinta; hay que invertir en una oferta cultural de calidad para la juventud, porque lo que aprendamos hoy lo pondremos en práctica mañana; hay que amortiguar la entrada de la juventud al mercado laboral para que los puestos que ocupen sean de calidad, con una remuneración digna y con unas condiciones dignas.
Ser jóvenes es estar en el mundo y ese estar depende de condiciones materiales. No invertir en juventud es poner en práctica una tiranía política imperdonable.
Texto: ¿Por qué no te callas?