Comúnmente se identifica el espacio de la ciudad con el espacio público, un espacio que no se relaciona con nuestras trayectorias vitales o que, si lo hace, es como mero contexto u escenario. A lo largo de la historia se ha creado esa otredad que parece ser la ciudad, ese espacio público que además de separar nuestras experiencias del territorio separa las implicancias que tiene la misma con nuestra vida “privada”. Las ciencias sociales, los movimientos feministas, así como colectivos subalternizados han logrado poner en evidencia que el espacio de la ciudad no solamente no es público, en el sentido despersonalizado, sino que nos implica de diversas formas. No es sólo un reflejo de las relaciones de poder existentes en la sociedad, sino que son espacios de producción de subjetividades, de producción de sentidos y de prácticas. El espacio como la ciudad es un lugar en donde conviven espacialidades y temporalidades diferentes que tiene que ver con sus usos, apropiaciones, significantes y prácticas. Asimismo están estructuradas y organizadas según normas genéricas, raciales y atravesadas por desigualdades de clase. La ciudad aparece entonces ante nosotres como un crisol de manifestaciones en donde conviven distintas formas de existencia, de sentidos y de prácticas. Vivir la ciudad es poner de relieve su complejidad y animarnos a deconstruir y volver a construirnos en ella.
Nuestra ley organiza la ciudad desde un punto de vista de defensa a la propiedad privada sobre la defensa de la vida. La ley que administra el espacio público es la Ley que se aprobó el 8 de agosto de 2013, Ley 19.120, de “Faltas y conservación y cuidado de los espacios públicos”, cuya ejecución se implementó en setiembre de ese mismo año. La ley de faltas reúne un conjunto de artículos referidos a tipos de comportamiento que se prohíben en el espacio público sobre la base de que atentan contra el orden y la convivencia. El artículo 368 de dicha ley establece que se prohíbe dormir o acampar en espacios públicos y se penaliza esta práctica con horas de trabajo comunitario o el equivalente en prisión.
Es un marco regulatorio de convivencia que incluye desde medidas de promoción y desarrollo de participación ciudadana, hasta medidas legales para regular la interacción entre individuos y el uso del espacio público, así como también medidas represivas cuando el Estado lo estipule necesario para dar garantías de seguridad. La Ley de Faltas supone el marco legal para la intervención represiva orientada a la seguridad. Limitando el problema de convivencia a un tema de inseguridad, poniendo al miedo en el centro.
En este marco de convivencia donde la inseguridad sirve de gramática para la comprensión de todos los conflictos, los vínculos entre los distintos sectores de la sociedad se ven cargados de discursos estigmatizantes que tienden a profundizar las barreras sociales y los mecanismos de exclusión. El miedo precisa de un “otro” al que temer y del que mantenerse a resguardo, así como el Estado precisa de un riesgo para tomar medidas de seguridad. En la lógica del miedo, ese “otro” suele estar encarnado en la población más afectada por las privaciones materiales y simbólicas sobre las que recaen los perfiles criminalizantes.
Las personas en situación de calle forman parten de ese “otro” que es sistemáticamente invisibilizado y excluido de la categoría social de ciudadano. Esta población tiende a ocupar los extremos de la sensibilidad social, entre el odio y la piedad. (Palabras tomadas de Soledad Camejo y Walter Ferreira)
El pasado lunes 19 de agosto desde las 17 hasta ya pasadas las 19hs en la explanada de la Intendencia de Montevideo, el colectivo NITEP conmemoró el Día de las luchas de las personas en situación de calle en Latinoamérica y el Caribe. Participaron: Grupo de Danza Comunitaria, Teatro Urbano, Juan Hass y La Ventolera Candombe y un centenar de personas que se sumaron a pesar del frío helado. Fue una actividad apoyada por Centro Cultural Urbano.
En 2004, entre el 19 y el 22 de agosto, se produjo la llamada “Masacre de la Sé”, quizás uno de los días más violentos en la vida de las personas en situación de calle. En esa fecha, 15 personas que utilizaban el espacio de la Praça da Sé en São Paulo como vivienda improvisada, fueron brutalmente atacadas en plena noche, resultando en 7 muertos y 8 heridos de gravedad. Recordando esa masacre y en solidaridad con las muertes de las personas de la calle en todos los países hermanos, ya sea por violencia policial, por hipotermia o por enfermedades resultadas de vivir a la intemperie, es que en Argentina, Brasil, Chile y Uruguay se generaron acciones tendientes a visibilizar las luchas que se están llevando a cabo. La gente de calle no se resigna y lucha, hermanados por las otras luchas de hermanas y hermanos latinoamericanos y caribeños.
Más allá de las diferencias de cada país, los huesos duelen igual en todas partes y ni una muerte debe quedar en la indiferencia. La calle no es un lugar para vivir ni para morir. En nuestro país en este invierno, ya han muerto cuatro compañeros durmiendo en la calle. Y un montón más que quedan en el silencio. Pueden ver más de la acción en: colectivo ni todo está perdido
Sonaron a lo largo del programa, No soy de aqui de KÍRA, Barrio de Se Armó Kokoa, La plaza del coro de Urbano y Caer de Buscabulla.
Imagen y texto: Revolviendo la Polenta