Santiago Mutuberría estuvo tres meses trabajando como voluntario en el barrio Exarchia, en Atenas, Grecia. El 25 de enero compartió su experiencia en el Centro Social Cordón Norte.
La ocupación del territorio sirio, cuenta Mutuberría, se da, no solo por sus riquezas naturales, como el gas natural y el petróleo, sino también por tener un régimen Baaz, laico y socialista, que ha resistido durante años, además de su localización estratégica entre oriente y occidente.
El conflicto bélico en Siria está oficializado, por eso los ciudadanos expulsados por la violencia pueden tener el rótulo de refugiados y buscar asilo en otro país. Pero hay países de la región que, a pesar de no tener el título de guerra, expulsa a la población de sus hogares por la violencia, ellos son simples migrantes.
La personas que huyen de su país tienen dos vías de entrada a Europa, donde esperan vivir su sueño europeo: por tierra o por mar. Por tierra es más largo y se debe atravesar la frontera de Turquía, lugar fuertemente militarizado donde son perseguidos, robados y violados en muchos casos. Si logran pasar esta frontera con vida ya tienen más de la mitad del camino hecho, aunque aún les queden muchos kilómetros por recorrer. Esta opción es elegida mayormente por hombres jóvenes y solteros.
La alternativa marítima no es menos peligrosa: cuesta cerca de 1000 euros por persona, que se entregan a un desconocido bajo la promesa de atravesar el mar Mediterráneo, siempre y cuando tengan viento a favor. Si todo sale bien llegarán a Grecia, donde tienen la obligación, aunque no el placer, de comenzar el trámite para alojarse en algún país de la Unión Europea. Este trámite tarda 2 años, aproximadamente, período en el cual están varados, sin posibilidad de trabajar, estudiar o realizar otras actividades. Las opciones para pasar ese tiempo son la calle, los campos de refugiados y las okupas.
En los campos de refugiados viven como números, en condiciones precarias, duermen en carpas, tienen horarios restringidos para moverse y están lejos de la ciudad. Estos campos son gestionados por el Vaticano (Caritas), por la ONU (Acnur) y por militares griegos. Otra opción son las okupas, ubicadas en la capital de Grecia, la mayoría dentro del barrio Exarchia, también llamado la capital anarquista.
Exarchia es un barrio ocupado con su propio hospital autogestionado, comedores públicos, clases de idiomas y abogados asesores. Los edificios ocupados son recuperados y cedidos a pequeños grupos voluntarios —como el que integra Santiago Mutuberría, Colectivo Octubre— para su gestión. Cuenta el voluntario que las resoluciones se toman en asambleas multitudinarias y largas, ya que se traducen en varios idiomas.
En las okupas de Exarchia hay 2000 refugiados aproximadamente; la idea es que se lleven adelante como espacios solidarios y colaborativos. Mutuberría estuvo la mayor parte de su estadía en La Office, un edificio tomado donde funcionaron oficinas y que en ese momento albergaba a 280 personas.
La gestión de espacios compartidos se encuentra con diferentes barreras a derribar, las diferencias culturales e idiomáticas se hacen presentes a la hora de llevar a cabo las tareas. Muy pocos eran los hombres que se disponían a limpiar y es difícil cuando el concepto de solidaridad no es servir a otras personas sino trabajar con ellas; el machismo como parte de una cultura que impide el trabajo colaborativo y horizontal.
Los voluntarios en las okupas trabajan también como nexo, para facilitar la comunicación de los refugiados con el exterior, realizan gestiones para enviar a los niños a la escuela, para ir al médico o hacer trámites. El papeleo para lograr el asilo que les permita reinsertarse en la sociedad, además de largo, es difícil para alguien que habla árabe. Una vez otorgado el país de residencia, al llegar a destino, los trámites vuelven a comenzar.
En este proceso deben elegir en una lista de diez países para residir. Las preferencias nunca son respetadas y si ya existe parte de la familia viviendo en alguna región nada garantiza que los manden al mismo lugar, lo que dificulta muchas veces la posibilidad de la reunificación familiar y crea así problemas de integración.
Para Santiago queda claro que los refugiados no son bienvenidos en la Europa “rica”; los mismos responsables de esta situación no dan respuestas adecuadas, al mismo tiempo que profundizan un conflicto que parece no tener fin. La solidaridad sin frontera de los colectivos sociales toma la posta con mucho sacrificio, mientras el capital concentrado mira hacia un costado.
Texto: Valentina Machado y Manuel Viera
Imagen: Tomada del facebook de Colectivo Octubre