¿Qué dice tu silencio?

Desde 1996 el silencio se ha constituido como un hecho histórico. Los pasos que marchan en silencio se unen con, y surgen por, hechos que tuvieron sus inicios años atrás, y cuyas consecuencias se prolongan hasta ahora. La Marcha del silencio hace historia.

La huella histórica de la Marcha del silencio se encuentra en la primera convocatoria, de Madres y familiares de detenidos desaparecidos, en mayo de 1996, que versaba de la siguiente manera:

“Por verdad, memoria y nunca más marchamos en silencio el día 20 de mayo en homenaje a las víctimas de la dictadura militar y en repudio a las violaciones de los derechos humanos. Nos concentraremos a las 19 horas en la Plaza a Los Desaparecidos en América, en Jackson y Avenida Rivera, para desde allí partir hacia la Plaza Libertad con flores y el pabellón nacional. El homenaje a las víctimas no puede ser otro que el reconocimiento a través de la verdad de los hechos, la recuperación de la memoria y la exigencia de que en Uruguay nunca más exista la tortura, las ejecuciones y la desaparición forzada de personas. La sociedad debe poder reflexionar para no desconocer su historia, para no amputarla. A esta recuperación de la memoria colectiva queremos que todos nos sintamos convocados, marchando con banderas uruguayas, flores multicolores, en silencio y todos bajo la misma consigna: ‘verdad, memoria y nunca más’”.

Desde esta primera convocatoria, hasta hoy, y por el resto de los 20 de mayo, la Marcha del silencio establece un vínculo con sucesos del pasado y a la vez mantiene relación con otros hechos sincrónicos, que suceden en simultaneidad cada 20 de mayo.

Cada sincronía pone en diálogo a dos personajes principales: memoria e historia. Cada 20 de mayo, estos se encuentran y debaten; una, por su consolidación y la otra, en reclamo de ser una justa verdad. En este encuentro, ambas caminan juntas, y rompen el silencio para gritar sus necesidades. La memoria le reclama a la historia un espacio, que además es necesario para que su interlouctora, la historia, exista. La historia, la reconoce, le reconoce no haberla oído, y de golpe se da cuenta de que, si esto sucedió, quien está hablando no es ella. Se da cuenta de que no existe, y si es así, tampoco hay cimientos para recuperar la ruta de su destino.

Reclamar memoria lleva a transitar por diversas dimensiones, individuales, colectivas, generacionales; cada una de ellas con extensiones harto complejas. Hacer memoria supone volver a recordar, volver a traer al presente emociones, sensaciones, sentires…

Se trata de recurrir a un espacio de tiempo pretérito donde podemos localizar vivencias que muchas veces fueron y son compartidas con otros. Pero que muchas veces no se escuchan, aunque se sienten.

¿Por qué el silencio grita al hacer memoria? La ausencia total de sonido muchas veces viene de afuera. No escuchar. Otras veces, viene de adentro. Callar, no emitir sonido, hacer silencio. Pero, ¿qué es el silencio? ¿Qué no escuchamos? ¿Qué no decimos? El silencio se resignifica, o, más bien, los sentires se resignifican en la palabra silencio. Y en esto, el afuera y el adentro se reconstituyen como uno solo. Si no escucho no puedo hablar. ¿Qué quiero escuchar? ¿Por qué necesito escuchar para poder hablar?

Tuya y mía

Mi memoria me lleva al silencio desde los primeros años de vida. No suponía ningún problema responder a la pregunta “¿cómo te llamás?” Saberlo es un estado de conocimiento, siempre lo supe, y lo sigo sabiendo. Sin embargo, otros aspectos, quizá constitutivos de la vida, suponían una dimensión desconocida.

—¿Dónde naciste?

—No sé. Bueno, tengo un nombre, pero no sé realmente dónde situarlo.

Las preguntas que devinieron saldaron algunas de estas respuestas. Ya hay una ubicación, ya sé cuál es el clima, ya sé qué se habla —porque a veces en mi casa se habla así, aunque no entiendo nada—. “¿Por qué no entiendo lo que hablan mis padres cuando se juntan con algunos amigos?”

Pero ya sé qué se come en aquel lugar, ya sé que los caramelos son salados, ya sé que se juegan deportes en el hielo, ya sé que es oscuro y muy frío. Ya sé el nombre del hospital donde nací —aunque no puedo pronunciarlo—, ya sé el nombre del barrio —tampoco lo pronuncio bien—, también sé el nombre de la guardería, y que mis maestras eran chilenas. “¿Por qué en ese lugar mis maestras eran chilenas?” Pero, “¿qué hacía yo naciendo ahí?”

Ahí es cuando la historia se apoderó de mi memoria. El cuento, el relato, la sucesión de eventos que me permiten localizar en un tiempo y en un espacio a mis padres, a mi hermano, a mis tíos, a mis primos, en ese lugar desconocido, para mí. También me habilitan a localizar a mis abuelos y a mis otros tíos y a otros primos acá, allá, en el lugar que conozco y reconozco. Otros, no sé dónde ubicarlos, nadie sabe, ni dónde estuvieron ni dónde están. Algunos sabemos que están muertos.

De lo que creo que sé, todavía falta. Me falta saber lo que momento tras momento, día tras día, año tras año, vivieron mis padres y mis tíos. Pero eso no llega. De eso no se habla. Pero igual algo se sabe. Todos sabemos, pero en silencio. Ese saber(se) tácito empieza a cobrar un lugar permanente, cotidiano, rutinario, hogareño, perpetuo, asfixiante, frustrante, desesperante.

Me animo a empezar a hacer otras preguntas. Pero, tras ellas, el silencio.

—De eso no te puedo hablar, eso no lo puedo contar…

“Eso”, ¿qué era “eso”? ¿Qué es “eso”?

“Eso” pasó a encontrar su referencia gracias a todos los otros “esos” con los que me pude encontrar. Pero esta referencia no es a un nombre o a una fecha. Necesita de un contenido que es y fue proposicional: refiere a un “que pasó x”, que es verdadero. Muchas historias, relatos, biografías me llevaron a elaborar una batería de hipótesis de lo que mis padres y mis tíos habían vivido. Yo quería saber qué les había pasado, qué habían sentido.

Ya sé que se fueron porque se tuvieron que ir, ya sé de la cárcel, ya sé de la persecución, ya sé de la amenaza, ya sé de las gestiones para conseguir un pasaporte, ya sé pila de cosas, pero en realidad nunca supe. Ahora lo sé, pero por otros. Sé de hechos de otros que son asimilables a las historias, a las vivencias, de mis padres. Pero no sé si los sentimientos que desprendo de esas historias realmente se asemejan a lo que mis padres pudieron sentir. Sigo sin saber.

Ahora me alegro por saber que a mi tía no la violaron, “solo me hicieron el submarino” —me sorprendo sintiendo cierta tranquilidad por este dato, y pienso “ojalá mis abuelos también lo hayan sabido”. Y me sorprendo por jerarquizar las torturas, como si una fuese “mejor” o “menos peor” que otra—. A esta altura ya sé de las torturas…

Ahora sé que a mi madre la amenazaron y que no tuvo tiempo de despedirse de sus amigos, de su familia ni de mi padre. Ahora sigo sin saber qué le pasó a mi padre cuando estuvo preso.

Pero ahora sé lo que ese no saber supuso en mí. Ahora puedo hacer memoria de lo que sentí. Miedo, tristeza, angustia, vacío, soledad, falta de pertenencia, dolor ajeno, pero creo que es mío también, creo que es parte de mí, o al menos creo que vengo de “eso”. Ahora sé que haber nacido en el exilio destapa vivencias que son mías, pero que no tienen que ver solo conmigo. Ahora entiendo que comprender a mis padres supone comprenderme a mí. Ahora comprendo a un montón de hijos de amigos de mis viejos, a mis primos, a otros amigos… Ahora entiendo que esto supone comprender a otra serie de personas, porque sé qué les pasó. Esto supone reconstruir hechos de un pequeñísimo núcleo familiar, de toda una familia, de varias familias, de varios amigos de la familia, de varios amigos de los amigos de la familia, de un sistema recursivo que me lleva a comprender lo que le pasó a una sociedad entera. Ahora puedo entender que “eso” era parte de una política. De un sistema. Ahora entiendo que “eso” que nunca supe no les ocurrió aisladamente a mis viejos.

Ahora estoy haciendo memoria. Quizá esta memoria sea parte de la memoria que queremos construir. Ahora es cuando pienso que nuestras memorias ayudan también a reconstruir sentires. Ahora es cuando me entiendo como una memoria que es una consecuencia que ayuda a pensar en lo serial, en lo sistemático, en los denominadores comunes y que inevitablemente son parte de lo que será y de lo que nunca más queremos que sea.

Ahora entiendo que para construir una memoria colectiva necesitamos de muchas de las partes, y que cada uno es dueño de una.

Este 20 de mayo, seguimos haciendo historia. Este 20 de mayo hacemos memoria de los que no están, de los que están desaparecidos, y también de los que estamos y los que van a seguir estando. Para un “nunca más” se precisa siempre (saber) más. Para seguir, y saber adónde. Para eso necesitamos saber qué dice nuestro silencio. “A esta recuperación de la memoria colectiva queremos que todos nos sintamos convocados”.

Texto: Cecilia Bértola

Foto: Radio Pedal

Otras notas para leer

Menú

Buscar

Compartir

Facebook
Twitter
Email
WhatsApp
Telegram
Pocket

Gracias por comunicarte con PEDAL. Creemos que la comunicación es movimiento, y por eso queremos que seas parte.
Nuestra vía de comunicación favorita es encontrarnos. Por eso te invitamos a tocar timbre en Casa en el aire: San Salvador 1510, un espacio que compartimos con otros colectivos: Colectivo Catalejo, Colectivo Boniato, Cooperativa Subte y Palta Cher.

Te esperamos.