Miedo
Mis hermanos y yo íbamos a visitar a los tíos de la ciudad desde la chacra en la que vivíamos. En las tardes, nos juntábamos con los gurises de la vuelta a jugar en la vereda. Y a las cinco en punto, aparecían doblando por la esquina los milicos a caballo que hacían la ronda de control.
Cuando pasaban cerca de nosotros, raspaban con los sables el piso para asustarnos y que saliéramos corriendo. Lo hacían como jugando, pero un milico a caballo con un sable en la mano solo puede marcar el límite del miedo.
Foto: Eliana Lucián