
Editorial Paradiso, Buenos Aires, Argentina, 2021
Ignacio Martín, nacido en Buenos Aires en 1982, recala en Montevideo desde 2017 y en la solapa de su última obra publicada se presenta como rioplatense. Ignacio Martín, Eleutherio Boedo, Ignacio Santillana, Nacho… son algunos de los heterónimos con los que crea.
La posibilidad de ser muchos me atrae. Creo que todos somos muchos, a mí me divierte ponerles nombres; aunque los nombres aparecen solos, sin esfuerzo. (Defiendo el no esfuerzo). Ignacio Martín escribe, entonces va con ese nombre para evitar el rimbombante Santillana que dentro del mundo literario tiene un peso unívoco (y porque Martín es mi segundo nombre y no lo usé nunca). Eleutherio Boedo es el que canta y toca la guitarra. Eleutherio me gusta como suena en el oído, además su significado en griego está cerca de libertad, y Boedo es una evocación al barrio perdido con el que identifico toda Buenos Aires y las calles que más se me aparecen, es sin duda el terreno de mayor felicidad dentro de la ciudad (libertad y felicidad no están nada mal, ¿no?). Ignacio Santillana y Nacho son el mismo, soy yo que voy a la feria, leo, ando en chiva, el amigo, hermano, hijo, pareja, empleado, vecino… Necesito separarlos, si bien sacan del mismo lugar el material, lo ejecutan de otro modo. Me sirve pensarlos separados.

En los horizontes cercanos Ignacio Martín, a través de juegos rítmicos y sonoros, genera sentido con las palabras para registrar instantes esquivos, pausas, paréntesis…
la coma es gusano que está en lo que fermenta: se la ve poco por acá porque casi no hay agua (no dije ya que huelo poca tormenta?). en cambio abunda la paréntesis lombriz y su trabajo con la tierra (aire subterráneo).*
En relación con los tópicos que mueven su escritura, nos explica, en la entrevista que le realizamos con motivo de esta reseña, que hay un deseo de transmitir una experiencia más allá del consumo de historias. Sobre el horizonte que sobrevuela el título siente que lejos de ser un límite es algo bello:
a mí se me presenta como algo inalcanzable y silencioso (otra vez, libertad y felicidad). A medida que avanzás el horizonte muta, cambia, se aleja: siempre está a la misma distancia, y esa distancia es cercana, es la que puedo ver, lo que puedo ver, puedo recorrerlo a pie, autónomo. Tengo una obsesión con la autonomía (con el silencio, otra). Así que horizontes siempre. Es decir, que es una redundancia el título, como en la novelita anterior (porque las voluntades siempre son imperfectas). Esa redundancia creo que intenta cometer una acción, remarcar, enviar el sentido hacia un lado (que pueden ser muchos a la vez, como los heterónimos), volver verbo el adjetivo.
Su obra (narrativa, poética, rítmica, musical) es, en múltiples ocasiones, una reflexión metadiscursiva sobre la propia experiencia de escribir, verbo que solo puede entenderse junto a leer. Y leer en voz alta, escuchando la materialización de la palabra en sonido y disfrutando del sentido que aporta su sonoridad.
avanzo como la babosa el caracol: lento y dejando huella (baba) que a determinada hora del día (inclinación) brilla. escritura.*
En cuanto a la lectura, su obra ilustra
si me explico es porque lo creo necesario y es parte del relato. la cosa es dar con el punto justo. gambetear el uso abuso.*
Ese gambetear la norma, lo establecido, lo esperado, lo definido… coloca al autor y su obra en un lugar de no catalogado. Que esa etiqueta lejos de ser una barrera sea una puerta que deseemos abrir.
la única frontera que acepto está en la lengua (y me encargo de romperla). no sé a dónde voy y voy por eso.*
Texto: Eliana Lucián y Paola Melgar
Imágenes: Portada y foto de solapa del libro
*fragmentos de la novela los horizontes cercanos