Episodio 4: el tesoro de las Masilotti

Humor

El chirrido de los frenos del ómnibus y la puerta que se abre. La voz del guarda que avisa que se ha llegado a destino. Los ojos entreabiertos, escudriñando dónde nos encontramos, mientras el chofer del 300 baja a tirar la yerba del mate. Estamos en la plaza Zitarrosa, donde Ejido desemboca en la avenida Gonzalo Ramírez. Cruzando la calle se ubica el Cementerio Central. Mientras esperamos que el ómnibus arranque de vuelta, no sin antes ver si tenemos plata pal boleto, recordamos una historia que involucra a la necrópolis capitalina ubicada en el barrio Palermo, la historia de la búsqueda de un tesoro fabuloso que conmocionó al Montevideo de mitad del siglo XX: el tesoro de las hermanas Masilotti.

En el otoño de 1951, desembarca proveniente de Estados Unidos, Clara Masilotti. Acompañada por su hermana Laura. Vienen con una extraña y peculiar misión: buscar el tesoro que su padre había intentado ubicar en nuestro país, en dos oportunidades. El viejo Masilotti había venido en 1874 a buscarlo, pero terminó en cana durante el gobierno de José Ellauri por ser considerado “sospechoso” (nuestras exclusivas fuentes históricas no nos han dado más datos sobre esa detención, pero parece que estuvo complicado). Por ende, el hombre decide que pase el tiempo para regresar y lo hace recién en el año 1904. Pero con tan mala pata que engancha la guerra civil en ese momento en nuestro país, más un tiro en la pata que le dan por su condición de “italiano” que le sirve como pretexto para abandonar el territorio nacional en calidad de “italiano-baleado-enyesado” (nuestras exclusivas fuentes históricas nos han revelado que no se sabe si Masilotti andaba en malos pasos o ligaba poco. Misterio misterioso…). La cuestión es que pasan los años y en ese interín Masilotti se muere. Les deja un mapa del tesoro a las hijas con las instrucciones de venir a buscarlo. Estamos en el año 1938, plena antesala de la Segunda Guerra Mundial, conflicto que hace que las hermanas que vivían en Estados Unidos demoren el viaje. Recién en 1951 pueden arribar a nuestro país, por la sencilla razón de que no tenían un mango y tuvieron que ahorrar para costearse el viaje.

Del mapa del tesoro no hay mayores datos, solo que era un papel arrugado y manoseado. Incluso con anotaciones de quiniela nocturna en el reverso. Elemento primordial para ubicar ese tesoro, aparentemente enterrado en el Cementerio Central de nuestra capital.

Pero antes de proseguir con el relato, damos paso a nuestros auspiciantes, quienes son los que posibilitan que esta columna llegue en tiempo y forma gracias a la página web de Radio Pedal (www.radiopedal.uy):

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Las hermanas Masilotti llegan a nuestro país en 1951 y enseguida se contactan con un par de abogados, para efectuar la “denuncia” sobre la existencia del tesoro, supuestamente ubicado en el Cementerio Central. Uno de esos abogados es Juan José de Amézaga, ex presidente de la República, quien ofrece sus servicios de manera gratuita en materia de “asesoramiento de encontramiento tesorístico”.

Ese Montevideo, apacible y otoñal, se alborota. Pero se alborota mal. La prensa se hace eco del hecho, situación que le salva las castañas del fuego, ya que la mayoría de las noticias se basaban en las vicisitudes del turf, algún asesinato que otro y los romances de la farándula uruguaya clase Z.

Según el mapa, el tesoro se encontraba en el Cementerio Central, más precisamente en un costado del Panteón Nacional, en la entrada del camposanto. Todo Montevideo (y zona metropolitana) se hace presente para chusmear el desarrollo de las excavaciones. Se instalan tres carros de chorizos habilitados por la comuna capitalina, en los que incluso se puede pedir lechuga y tomate. Y en la farmacia de la esquina de la plaza hay porro a discreción.

El lunes 21 de mayo de 1951 a las 8 y 25 de la mañana, Héctor Volpe rompe la primera baldosa indicada en el mapa, rodeado de curiosos, funcionarios, policías, revendedores de entradas del estadio y la prensa. Las hermanas Masilotti contemplan el desarrollo de las excavaciones calculando la casa en La Esmeralda que se iban a comprar. Y con vista a la playa y todo. Se hablaba mucho de lo que contenía ese tesoro escondido en un cementerio. Múltiples versiones se diseminaron de aquí para allá. Incluso, muchos años después se dijo que en el mapa estaba detallado un inventario del tesoro, al lado de las anotaciones de la quiniela nocturna.

A continuación daremos un breve resumen de algunos efectos que contenía tal botín, no sin antes decir que es información brindada por nuestras fuentes y que no son inventos de nuestra imaginación para provocar la hilaridad de la audiencia, como ya los tiene acostumbrados esta columna, por otra parte.

El tesoro tenía un dibujo de Miguel Angel, coronas de reyes, cálices de oro, barras de plata, infinidad de monedas de oro, máscaras mortuorias incaicas, joyas de diversa índole, escritos que revelaban la relación de la corona española con la Inquisición, más monedas de oro, y lingotes y guantes funerarios de oro.

Como podrán observar, era incalculable el valor de todas esas reliquias que se hallaban bajo el piso de la necrópolis montevideana, plagada de túneles y catacumbas, según los entendidos.

Las excavaciones se iban sucediendo, buscando una supuesta escalinata en la tierra, en cuyo final se ubicaba una losa y detrás, ese 5 de Oro acumulado durante siglos y siglos.

Al cuarto día de los trabajos no había noticia alguna de hallazgo, salvo algunos hechos que resaltaba la prensa de aquel entonces, como el vaticinio de que en algún momento podían volver los milicos o el suceso que ocurrió en la redacción de El Diario, cuando apareció un tipo con una extraña llave en la que admitía que se podía visualizar un mapa del tesoro que las hermanas estaban buscando en Montevideo.

 

Pero la búsqueda seguía sin dar frutos, rompiendo baldosas a cara de perro y promoviendo un debate en la sociedad de aquel entonces sobre el temita de andar escarbando en ese lugar, patrimonio de finados y demás entidades relacionadas con el Más Allá. Incluso apareció el alemán Kuno Tessman, en calidad de “radiestesista”. Un radiestesista es la persona que mediante métodos pseudocientíficos es capaz de detectar campos electromagnéticos bajo tierra, con la ayuda de un alambre doblado en “U” y otros poderes.

La cuestión es que Kuno detectó “señales de oro con diamantes” cerca del Panteón Nacional y Danilo ya se estaba afilando con ese IRPF. Pero la búsqueda siguió por dos semanas más, sin los resultados esperados.

A esta altura de los acontecimientos, es menester citar los rumores que versaban sobre cómo ese tesoro había llegado a nuestro país, vaya a saber de dónde y por qué. A continuación, algunas de esas versiones que tanta tinta hicieron cargar en las imprentas de la época y tanto tinto hicieron beber en los boliches.

Versión 1) El tatarabuelo de las Masilotti era un cardenal italiano que fue excomulgado en 1750. A pesar de no ostentar más el título, se dedicó a recaudar fondos para la iglesia. Y al ser descubierto estafando en nombre de Jesús, no siendo más miembro plenipotenciario, raja a América. Afincado en Montevideo se hace amigo de Giuseppe Garibaldi y se alista en la Legón Italiana. Giuseppe se va de guerra por ahí, pero en 1845 fallece Rosita, una de sus hijas. Cuando es sepultada, es notorio que el cajón es muy grande para una niña de esa edad. De eso se desglosa que ese féretro iba con doble fondo. Y ahí estaría el tesoro, sucuchado por el cardenal huidizo, con destino al Cementerio Central. Y más aún, cuando Garibaldi vuelve a Montevideo, se enfada porque el cajón iba a ser removido por reformas en el cementerio y eso no le gustó nada. Eso supuestamente “reafirma” tal teoría…

Versión 2) Cuando las hermanas Masilotti llegaron a buscar el tesoro, este ya había sido desenterrado años atrás. Hay que remitirse a principios de siglo, cuando existía una carbonería, propiedad de los hermanos Strauch, lindera al cementerio. De un día pal otro, los hermanos cierran el negocio y se van a Europa, con el dato no menor de que uno de ellos es joyero.

A la vuelta del viaje, abren una fábrica de creolina en el lugar donde estaba la carbonería, un negocio muy próspero pero a la vez ambicioso, con el nombre de La Buena Estrella.

 

Y cuenta la leyenda que tal prosperidad se debió a que los hermanos Strauch encontraron el tesoro, explorando en un túnel que iba desde debajo de la carbonería al cementerio. Al que posteriormente, taparon.

Versión 3) En diciembre de 1956 el diario Acción publica una versión que involucra al Papa Pío IX.

En 1820, aparece en Montevideo Giovanni Rastai Ferreti, el cual tiene amoríos con una chica para posteriormente volver al viejo continente. Ya en Europa estudia teología para devenir en sacerdote. Para seguir en la escala evolutiva como cardenal y finalmente… convertirse en el Papa Pío IX. Pero con el datillo de haber dejado un “recuerdo” de ese amorío montevideano, o sea, un hijo. Entonces el tesoro sería una forma de redimirse por parte del Papa hacia su hijo y la madre. Y por eso, esa fortuna viajó a Sudamérica en forma hermética y misteriosa.

Ya dejamos las versiones de lado. Entonces, vayamos a los hechos. En 1951, la búsqueda duró dos semanas, sin resultados. El segundo intento se da en el año 1956, también dentro del cementerio. Las Masilotti ya estaban algo impacientes. Incluso Luisa (la menos mediática) quiso acaparar la escena y se apuntó en un concurso de cocina que se transmitía en la fonoplatea de radio El Espectador. Anduvo lindo, pero perdió en la final frente a un policía de Pando que preparó moñitas con manteca y queso como plato principal.

En ese mismo año el periodista de El Diario Humberto Dolce anduvo rondando las excavaciones y dicen que “descuidadamente” tiró un par de monedas para el pozo, para “descubrirlas” después y salir hacia el diario con la primicia sobre los primeros hallazgos del tesoro…

En 1971, se dio el último intento de encontrar eso cofres repletos de joyas y artefactos de la realeza. Pero esta vez, afuera del cementerio. Ya no les quedaba lugar donde escarbar (o darse manija) a las hermanas Masilotti. En ese interín incluso había aparecido otra heredera del tesoro, como surgida de la nada, pero nuestras fuentes no nos han querido dar más datos, vaya a saber por qué…

Ese año fue el último intento de encontrarlo. Las hermanas, exhaustas, deciden irse del país. Este país que las acogió y las mantuvo en la palestra pública durante años. Existió un trascendido del diario Acción que dijo que las hermanas gastaron la suma de 240.000 pesos oro en la búsqueda. También se dispararon más historietas; que el tesoro lo habían encontrado los Tupamaros, que las hermanas se hicieron las “nunca vistas” y que lo habían hallado. Versiones de inscripciones en árabe en una tumba que, según la hija de Laura Masilotti, están relacionadas con un grupo islámico partícipe de los atentados del 11 de setiembre (no fumé nada, en serio). Historias que dicen que no es en el Cementerio Central el lugar en que está enterrado el tesoro, sino en el de la ciudad de Salto… Y hasta cuentos que involucran a funcionarios de la IMM con el hallazgo de las reliquias. Pero como con ADEOM no quiero tener conflicto, porque me levantan la basura todos los días en la puerta de casa, no digo nada.

Porque ya está casi todo dicho. Ya está todo escarbado y removido. En esos subsuelos de la memoria de este cementerio patrio con ganas de ir al Mundial. Con varios muertos incómodos y otros que tienen que aparecer. Como también nos preguntamos por Santiago, ¿no?

Y mientras ya nos subimos a la unidad del 300 con rumbo a lo desconocido, esperamos febrero con ansias, cuando el calor y la estrechez hacen al pobrerío rodear los tablados.

Atentamente: El Recopilador

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