Episodio 1: el campamento Artiguista en Purificación

Es menester aclarar al principio de esta saga, que el único cometido (aparte de conseguir el sponsoreo de una fábrica de pastas) es darle vida a un espacio que rescate los hechos más relevantes de nuestra historia, pero además, darle lumbre a esas facetas desconocidas, a esos hechos que el capricho de la historia ha dejado un poco de lado.

Humor

Es menester aclarar al principio de esta saga, que el único cometido (aparte de conseguir el sponsoreo de una fábrica de pastas) es darle vida a un espacio que rescate los hechos más relevantes de nuestra historia, pero además, darle lumbre a esas facetas desconocidas, a esos hechos que el capricho de la historia ha dejado un poco de lado. Sucesos casi olvidados, relegados en el repechaje al Mundial de la vida, historias que merecen ser contadas. Y si podemos comer ravioles de hermosa factura como los de esa fábrica de pastas, más mejor.

La dirigencia de Radiopedal, me ha pedido encarecidamente que no entre en discusiones bizantinas sobre el Pacto del Club Naval o el decanato de los cuadros grandes. Nada más lejano, acá aprenderemos didácticamente, en un “relajo pero con orden” histórico, con el único fin de que nuestros gurises vayan a las pruebas PISA en Finlandia, les den la vuelta en cancha de ellos y les roben una bandera. Y nada más bello que la historia, para resaltar los valores que se han perdido, en esta vorágine de mamíferos marinos que aplauden al presidente de la República y bicicletas que ahora no podés dejar en la vereda sin encadenar.

Y si hablamos de valores, se entiende que cae en nuestra mesa de trabajo José Gervasio Artigas. Nuestro prócer más prócer. El encantador de serpientes neoliberales y leales a Fernando VII, el que timbeaba con los portugueses y se quedó con un par de terrenos en Floripa merced a los caprichos de la taba. Artigas: amado por policías de civil, Tupamaros arrepentidos y pediatras del Pereira Rossell. Ese es José Gervasio, el de Tenfield o de los jugadores que protestan. Ese Artigas que es de todos y cuyos derechos de imagen son carísimos.

Nos centraremos en un momento particular de su extensa trayectoria (llenita de discos de oro y giras por Argentina) que lo pinta en su costado más humano, de entrecasa, siendo amable con los vecinos. Iremos hasta el Campamento en Purificación en 1815. Pavadita de destino elegimos para la primera entrega. Acá no quiso poner plata el Pato Celeste, aclaro; vinieron fondos de hermética procedencia que permiten usar viáticos que nos depositen sin visa ni pasaporte comunitario, en ese epicentro democrático y federal, donde Artiguista no se hacía, sino que se nacía.

La capital de la llamada Liga Federal se encontraba, según foros de matutinos capitalinos, a unos cien kilómetros de Paysandú y a siete kilómetros de la meseta de Artigas (José Gervasio no era bobo, se afincó en un lugar en donde todos eran hinchas de él).

En el buen año de 1815 se estableció el campamento. Se rumorea que cerca del mismo había una especie de centro de confinamiento para insurrectos y sospechosos, para que se “purificaran” (según fuentes de foristas de matutinos capitalinos, estaba plagado de menores delincuentes con camisetas en tono amarillo y negro).

El rancho de Artigas fue el que inició la urbanización del lugar. En torno a el, Purificación se fue haciendo una realidad: ranchos, carpas, una agencia de loterías y quinielas, el prostíbulo en las afueras, un gaucho a caballo repartiendo merca los viernes de noche. También una iglesia con una virgen donada por feligreses de Montevideo, con el tatarabuelo del Cardenal Sturla como principal impulsor del regalo. La gente vivía el artiguismo con mesura y compromiso, al igual que muchos compatriotas con el Frente Amplio después de la época de los milicos. El pueblo contaba con la ventaja de que estaba en un punto equidistante entre Montevideo y Buenos Aires, ubicación ideal para el bagayeo que tanto fomentaba José Gervasio, pero de callado; el trabajo sucio lo hacía un antepasado calabrés de Víctor Semproni (Nota: la historia es cíclica, amigos).

Según fuentes muy calificadas, en el momento de mayor esplendor, Purificación llegó a tener cerca de 2000 habitantes. Hubo un censo en los primeros meses de 1815 (los resultados recién se pudieron conocer en 1834) pero las cifras fueron manipuladas por intereses creados del gobierno de Fructuoso Rivera.  La producción industrial del pueblo, aparte de recuerdos y remeras con la cara del prócer y Serranitos, eran maderas, cueros, sebo, crines y pasta de celulosa, que eran comercializadas principalmente en Montevideo y con ganancias que iban a engrosar la caja chica del artiguismo internacional. Los otros fondos venían de Moscú y La Habana.

Como corolario de este primer capítulo, nos adentraremos en la finca principal de Purificación, el rancho de José Gervasio. Desde adentro conoceremos la intimidad del Protector de los pueblos que creían ser libres.

Atado al palenque tenemos a “El Morito”, el pingo que acompañó en tantas campañas y raids a nuestro Artigas. Un caballo con menos marketing que el de Atila, pero con resultados óptimos en las carreras de 400 metros a campo traviesa. La construcción del rancho se basa en el adobe, con un par de perros pululando alrededor, pero con la patente al día. Dentro del recinto nos encontramos a Artigas, ataviado con poncho y botas de potro, sentado sobre una cabeza de vaca y con el fuego prendido con la caldera hirviendo sobre el mismo. En este momento no puede atendernos, ya que está hablando por teléfono, pero nos hace amistosos ademanes de que entremos y nos pongamos cómodos. La decoración es austera, carente de lujos y excentricidades, al mejor estilo Mujica o los dueños de FRIPUR: algunas fotos de los sobrinos en las paredes, un ventilador de techo similar al que uno se puede encontrar en un bar, un aparador con recuerdos de Cataratas del Iguazú, una foto con Posadas antes de la Batalla de las Piedras.

Artigas ha terminado la charla telefónica y nos convida con el primer mate del encuentro. Podemos observar de cerca la nariz aguileña y el porte de prócer, que nos han inyectado intravenosamente desde que vamos a la escuela. Hablamos del tiempo y de la incapacidad gubernamental de pronosticar las alertas naranjas, del problema del arreglo de los campos y de la situación regional, que está cada vez más complicada y que se olfatea que en cualquier momento a Allende lo vuelan en Chile.

El prócer se ha levantado de su asiento y nos convida con un aguardiente de su barcito decorado con cuero vacuno. Después de un par de rondas, la conversación ha derivado en temas más banales. Igual, cabe aclarar que, estando bajo los efectos del alcohol, mantenemos nuestra ética histórica periodística; no le preguntamos nada de los rumores sobre alguna prima o vínculos con el dueño de Cambio Nelson.

El sol ya se va estacionando en el horizonte, por lo que estamos ya con el pie en el estribo. Hay una kermesse en el centro del pueblo, Artigas nos invita a la misma con la premisa de que “va a estar buenazo” , pero nosotros nos excusamos por tener un compromiso ineludible con la gente de Karibe con K en la localidad del Tala.

Antes de ensillar los caballos, le damos la mano a Artigas, que nos desea buen viaje y nos obsequia un par de ticholos “pal camino” y un traguito de caña para sobrellevar la travesía. Ya cabalgando, nos damos vuelta para darle el último adiós a Purificación, con la caída de la noche y los primeros farolitos de la kermesse que se encienden. Artigas nos saluda con la mano alzada en la puerta del rancho, los perros lo rodean y el se introduce en la vivienda para acicalarse, ya que esta noche, hay fiesta en el pueblo.

Desde Purificación en 1815

Atentamente: El Recopilador

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