Humor
Eran tiempos de Pacheco y no estamos hablando del Tony precisamente… El buen año 1969 estaba aromatizado por las “medidas prontas de seguridad”, herramienta de control pergeñada por el gobierno de Jorge Pacheco Areco con pasado de pugilista y bon vivant, o sea un uppercut a la mandíbula de la libre circulación de estudiantes y sindicalistas barbudos.
El Ministro de Industria y Comercio del “Pachecato” era el inefable Jorge Peirano Facio, figurilla delictiva tan presente a lo largo de la historia de nuestro país –se rumorea que el primer Peirano que llegó a la Banda Oriental, cagó a Zabala con un plazo fijo a noventa días en un banco de las Caimán–. El 15 de marzo de 1969 el Ejecutivo levanta provisoriamente las medidas prontas de seguridad, el 15 de abril el Frigorífico Nacional cesa sus funciones de abasto y exportación cárnica, lo que era el preámbulo de su definitivo cierre. Detrás de todo eso, estaba Peirano Facio. Cuya política en torno al frigorífico –influenciada intereses privados en los que obviamente estaba metido– había sido nefasta. Debido a eso, entró uno de los eternos naipes del Partido Nacional en acción; Carlos Julio Pereira, que interpeló a Peirano el 23 de mayo de 1969, a la vez que el Turco Abdala retuiteaba las declaraciones de la sesión y le mandaban emoticones con caritas felices a Julio María Sanguinetti.
Peirano fue interpelado por Carlos Julio de manera inobjetable y no pudo decir ni “Mu” (como en el 2002 cuando la quedó por un paro cardíaco en la cárcel y muchos pedían que se comprobara que el cadáver que estaba en el Cementerio Central fuera el del viejo y no fuera otra de sus “peiranadas”).
La cuestión es que dado el clima enrarecido en 1969, Peirano le presentó la renuncia a “El Bocha” en varias oportunidades en su mismísimo despacho; el Presidente la rechazó de cuajo. Entre el 3 de mayo y el 5 de junio de 1969, la Asamblea General votó tres veces la censura de Peirano no obteniendo los tres quintos necesarios para su destitución y en las tres oportunidades, Pacheco lo confirmó en el cargo.
Esta situación, en estos tiempos tan peculiares, solo tenía una solución y no estamos hablando de instaurar la Dictadura del Proletariado; era disolver las cámaras y la convocatoria a elecciones legislativas. Los Blancos estaban muy afines, porque tenían al caballo blanco del comisario (Wilson) y lo que se podía considerar como “La izquierda” en esos momentos, argumentaba que el gobierno podía aprovechar esto para “gobernar por decreto” durante cinco meses y mandarse cualquiera –claro, porque lo que estaba sucediendo hasta ese momento era la política de una polis ateniense… vamoarriba–.
En otro orden de cosas, y para descomprimir la tensión generada en los anteriores párrafos, vamos a la cartelera de películas estrenadas en esos días. El 7 de junio se estrenó en el Cine Censa “El diablo sabe por diablo” con Vittorio Gassman en papel protagónico y con una pequeña intervención de Berugo haciendo de payador. Y el 14 de junio se estrenó, en el Cine Radio City, la producción británica filmada en 1961 y estrenada ocho años después en Montevideo; llamada “Si la hallaste, es tuya”. (No tenemos más datos del film, no sabemos si es mala o regular, o si habla de una valija con plata que dejaron arriba de un taxi y el vejiga del tachero devolvió en una comisaría).
Volvamos al fragor de los hechos. El horno no estaba para bollos ni bizcochos Pagnifique que se petrifican a las tres horas, parece que se venía la disolución “legal” de las cámaras y el llamado a elecciones. Pero apareció un personaje político fundamental, a salvarle las papas al Partido Colorado, una vez más. ¿De quién estamos hablando? De Jorge Batlle. (Nota: varios se me han caído de culo. Levántense.)
Jorge se encontraba de viaje en Europa en ese tiempo –seguramente estibando bolsas en el puerto de Rotterdam– y elaboró una estrategia desde el exterior para salvarle la cabeza a su partido, el de su abuelo, el de su tío y el de su nieto; ese que ahora canta cumbia cheta. Jorge obligó a la bancada de su partido votar a favor de la destitución de Peirano y así, evitar el llamado a nuevas elecciones. Se elimina a Peirano del tablero político, pero Pacheco que era boxeador pero no bobo, no propuso a nadie para sustituirlo. Todos se pasaban la pelota embarrada: el subsecretario Ramón Díaz quedó como ministro interino, después designaron al canciller Venancio Flores –que a esa altura estaba por cumplir 235 años–. Ante tal despiole pachequista (y no estamos hablando de Antonio de joda en Azabache en 1995) renuncia el ministro del Interior Alfredo Lepro, dándole un lindo ejemplo a Bonomi, que no renuncia y no renuncia, che.
Como aderezo para este postre Chajá presetentista, ocurre una huelga frigorífica; columnas de obreros del Interior llegan a Montevideo el 9 de junio y acampan en el Parque Lecocq. Nixon manda al alcalde de Nueva York, Nelson Rockeffeller, a visitar Uruguay como “Embajador de la buena voluntad” (¡RECONTRACHAN!). El Poder Ejecutivo suspende las clases entre el 17 y el 30 de junio y le clausuran a Fasano el Diario Extra.
Llega Rockefeller el 21 a Punta del Este, justo va a pasar unos días a lo de Pancho Dotto y los Tupaviejos –que en ese momento eran Tupajóvenes– revientan una bomba en la planta de General Motors para gran algarabía de los vendedores de Chery QQ. Las medidas prontas de seguridad, vuelven para quedarse y en medio de todo esto, surge la buseca golpista.
El 24 de junio, el Coronel Julio César Vadora, organiza en su casa una buseca junto a varios camaradas de armas, entre los que se encontraban varios elementos de la logia militar conocida como Los Tenientes de Artigas, organización castrense con un cortecillo ideológico algo “conservador” ante otros colegas de las “efe-efe-a-a” (imaginate).
Un cabo raso, oriundo de Tupambaé, se encargó de encender el fuego. Mientras los altos mandos descorchaban sendas botellas de Long John y Ye Monks y el personal de servicio y civiles alcahuetes de los milicos pelaban papas y boniatos como para alimentar a un batallón, el mondongo hervía en una gran olla que se había traído del Batallón 13 –para nunca más volver– y sonaban músicas del Club del Clan y la Marcha 25 de Agosto en la reunión.
Cuando la reunión estaba en su apogeo, cayó la policía a llevarse detenidos a los participantes de la reunión. ¿El motivo? Fuentes del Poder Ejecutivo habían sido puestas en conocimiento de que Vadora y camaradas preparaban un Golpe de Estado. El coronel intentó deslindarse de tal acusación infame (“No me peguen, soy Vadora”) y enterró en el patio los ejemplares de algunos fanzines franquistas y cómics con un tal Pinocho vestido de milico, que hacía las delicias de grandes y chicos.
La cuestión es que la policía cargó con todos hacia la seccional, al mejor estilo de las razzias de los ochenta. Vadora pidió un abogado y una llamada telefónica como en las películas, pero se le cagaron de la risa y le dijeron que le aflojara a los films de Harry El Sucio. Allá, a las cansadas, llegó una orden de liberar a los militares. El Coronel Vadora salió puesto y jugado a presentar una denuncia en el Comando General del Ejército. Mientras se dirigía al mismo, policías allanaron y registraron su casa, no encontraron los materiales enterrados en el fondo, pero se llevaron sendos tuppers con buseca para sus hogares, una damajuana de vino, un long play de Palito Ortega y varios garabatos en una libreta que hablaban de nombres claves, operaciones y estrategias. Los efectivos policiales lo tiraron a la basura al abandonar la finca, no vaya a ser que los encuentre algún Tupa y le aseste un golpe antidemocrático a las instituciones.
Atentamente: El Recopilador