María Galindo. Poética de la toma del espacio público

Las líneas que leerán a continuación son apuntes de dos personas, dos mujeres, dos feministas, dos comunicadoras que se han propuesto hace algunos años aprender, escuchar, repensar, discutir e intercambiar con otras mujeres sobre su lugar en el mundo, cómo ocuparlo y resistirlo. Mirar para adentro y dejarse ver, transitar y abrir espacios que no conocían. Las líneas que leerán a continuación son apuntes del taller “Sobre toma del espacio público, calle y poética de nuestras luchas”, de María Galindo, organizado por el colectivo Minervas, que tuvo lugar en la Escuela de formación feminista, el 26 de marzo.

María Galindo es, en sus palabras, LGBT, lesbiana, gorda, boliviana y terca. Militante anarcofeminista, psicóloga y comunicadora, cofundadora en el año 1992 del colectivo Mujeres Creando. Actualmente, codirige Radio Deseo, emisora radial con alcance en las ciudades de La Paz y el Alto.

Galindo es también escritora. Como dice en su libro Espejito mágico: “Escribo por necesidad, la necesidad de formular en palabras lo que veo y siento, la necesidad de impugnar, refutar, replicar este machismo absoluto en el que vivimos”. Su último libro, No hay libertad política sin libertad sexual, fue editado en 2017.

Las mujeres como ejército amortiguador

Después de la instauración a distintos niveles del neoliberalismo en gran parte de Europa, que surge en los años 80, en los 2000 llega a consolidarse en América Latina.

El éxito del neoliberalismo se debe a diversos factores, uno de ellos fue desmantelar la lucha proletaria, lo que generó un vaciamiento de la democracia. La otra gran causa que garantizó al neoliberalismo su victoria fue la instauración de un paquete de categorías, dinámicas y medidas dirigidas específicamente a las mujeres que se implementaron a escala masiva, a través de organismos internacionales como el Banco Internacional de Desarrollo, la Organización de las Naciones Unidas, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe y la Agencia de Cooperación Internacional.

Dicho paquete, diseñado para las mujeres, tenía muchas medidas, pero una de ellas, y quizá la que más impacto tuvo, fue la que agrupaba las tesis de igualdad e inclusión. Es la llamada tecnocracia de género, que ató y soldó la categoría de género al modelo liberal, adaptándola a los intereses de este sistema. El proceso, que implica la asunción de las teorías de género, no fue un proceso únicamente regional, sino también global.

Algunas de estas medidas son fácilmente reconocibles en varios países, incluyendo Uruguay: la cuota de género en los partidos políticos, que tiene la intención de aumentar la presencia de las mujeres en el ámbito institucional, pero que no supone la abolición del resto de las desigualdades que ellas viven; asumir la violencia de género como un problema jurídico-policial y no como un problema de machismo estructural que utiliza como herramienta el punitivismo; las ofertas de anticonceptivos bajo el rótulo de “salud sexual y reproductiva”, lo que las convierte en un negocio que genera mujeres deudoras bajo un falso empoderamiento.

Estas medidas, parte de una maniobra neoliberal, ponen en el centro, como causa principal de la desigualdad, una cuestión meramente biológica e intentan saldar esa desigualdad con estrategias meramente paliativas, pero que no atacan la raíz del problema, ni tienen en cuenta factores transversales, como puede ser la pobreza o la discriminación racial. Es así que el neoliberalismo armó su ejército amortiguador con mujeres y mantiene intactas sus relaciones de poder.

Este modelo caló y se instaló, con resistencias y luchas sociales, feministas, pero finalmente fue vencedor, y va por su próxima fase.

Estamos en un momento de transición, de un neoliberalismo con énfasis en las libertades individuales hacia un neoliberalismo de corte fascista que despliega diferentes fuerzas autoritarias al mismo tiempo, y ya no serán, sola o exclusivamente, las fuerzas militares las que avancen. Ahora serán y son los fascismos regionales, los de refrigerador (los que están ahí desde siempre esperando su momento para salir y han sobrevivido gracias a la impunidad), los fundamentalismos religiosos, las crisis de masculinidad y las formas discursivas. Todas estas formas autoritarias y violentas se están estrellando contra el cuerpo de las mujeres y contra sus derechos. Nosotras respondemos.

Construir nuestro propio relato para que no nos quiten la poesía

La toma del espacio público es una de las claves de la lucha feminista, pero el relato sobre esa toma tiene que ser propio, no de los medios de comunicación. El movimiento feminista tiene su propia narrativa política y poética y no debe aceptar traducciones. En base a ese relato propio se construye una voz propia colectiva de la que nadie se puede adueñar, que nadie puede patrimonializar, que toma el espacio público colectivamente, saliendo de lo individual. Desde ese lugar es importante preguntarse para quién hablamos, de qué hablamos y con quién hablamos.

Pensar en la narrativa política supone cuestionar quién es el interlocutor de las mujeres, del movimiento feminista. Hablamos para la sociedad, no para el Estado. Para hablar con el Estado es necesario usar su lenguaje, no el nuestro. Si queremos hablar con el Estado, dice María Galindo, tomémoslo. En la calle le hablamos a la gente.

La calle es el afuera radical. La calle despoja de los lugares propios. La calle es el lugar para construir una voz pública de cara a la sociedad. La calle es de la sociedad (nuestra), no del Estado. Sin embargo, debemos conocerla, porque, aunque no tiene institución apropiadora, está cargada de significados y lenguajes, de contenidos simbólicos. Hay que armar entonces como estrategia una cartografía política de nuestras ciudades. Es a lo que María Galindo llama poética de la calle.

De la falsa retórica a la intimidación, de ser libre con Coca-Cola a la amenaza

Con el neoliberalismo de corte fascista surge una nueva forma del lenguaje hegemónico que facilita su instauración. Este lenguaje es absoluto y violento, es el que nos llama feminazis, el que nos habla de una guerra de sexos, el que nos amenaza y nos dice que nadie se mete con lo que es suyo.

Este lenguaje crea e implementa formas de hablar, ideas, conceptos, contenidos simbólicos y atmósferas determinadas, e instala superioridad hablándole siempre a la sociedad por encima de ella, desde una postura omnipotente, expresándose como amenaza. Es un lenguaje de odio y tiene una víctima: las mujeres y sus libertades y, como no podía ser de otra manera, es masculino.

El sujeto político al que se le ofrece este lenguaje es al varón, jefe, blanco y heterosexual. Le sirve para reafirmar su lugar y como arma para descalificar y frenar las luchas sociales, de derechos, pero principalmente las luchas feministas. El objetivo de ese campo semántico caracterizado por el miedo, el absoluto y la intimidación es, por tanto, nosotras. Es por ello que, para reivindicar otro sujeto político, hay que construir un lenguaje con y para las mujeres, trans, disidencias, negras y para todas las comunidades negadas hasta ahora por los discursos dominantes.

Las estrategias ante esta avanzada fascista implican reírse, no contraargumentar, desnudar sus contenidos y develar los trasfondos de esta narrativa violenta. La estrategia es moverse, correrse, romper con sus normas y construir otro lenguaje desde otro lugar. Ese acto de moverse no es un acto natural, es algo que hay que ejercitar y poner en práctica. Desde que nacemos nunca nadie nos habla de esa posibilidad. La estrategia es estar y afirmar nuestro lugar, el nosotras. Las estrategias son nuestras.

Una gran nosotras

En el taller se volcaron distintas reflexiones y sentires sobre el movimiento feminista. Tanto Galindo como el colectivo Minervas creen necesarios los espacios de construcción feminista fuera de la academia. No todo el feminismo está en los libros, ni en las teorías, ni en las aulas. Existe lo que Galindo llama “feminismo intuitivo”, que es la capacidad de poder leer la vida de nuestras madres y nuestros cuerpos y, por supuesto, desviarse de ese camino.

Para finalizar el encuentro, María Galindo concluyó con una idea clave: “el feminismo tiene fronteras no rígidas, y el problema de la lucha feminista de hoy no reside en las diferencias entre feminismos, sino en el pacto ético que podamos hacer entre nosotras”.

Texto: Valentina Machado y Ema Zelikovitch

Imagen en cuerpo de texto: Mica.p – tortillerx NB

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