Buenos Muchachos y el silencio cómplice para un show donde nadie habló

El viernes 19 de julio, los Buenos Muchachos abrieron el primer set de seis shows en la sala Hugo Balzo, del Auditorio Nacional del Sodre, que llamaron “Un lugar donde nadie habla”. Con entradas agotadas para todas las noches, la banda sacó a relucir su faceta más experimental durante una hora y media y superó las expectativas generadas en la previa. 

En la previa del show, uno ya podía olfatear que iba a ser una noche particular, distinta, porque arriba del escenario se podía apreciar un conjunto de instrumentos y artefactos extraños que iban a mostrar que, más que una banda, lo que íbamos a ver era una orquesta. Pasadas las 21.00, las luces se apagaron y el silencio se hizo cómplice para entrar en clímax con un Jorge Nozar, que soplaba por un tubo en una pecera y generaba un sonido burbujeante que dio paso al primer tema de la noche: “Vamos todavía, uruguayo”.

El título con el que denominaron este show no fue al azar: desde el inicio hasta el fin no se oyó una palabra. Los temas fueron tocados en una sola pieza, enganchados de manera muy equilibrada, tratando de no dejar huecos, algo muy bien trabajado y muy bien entendido por el público, que se dio cuenta de que había que guardarse los aplausos para el final, pese a que en algún momento de la noche se hicieron inevitables. El clima que se fue gestando con el correr de las canciones fue el cómplice perfecto para la performance de la banda.

Un montón de juguetes en escena cumplió el rol de instrumentos, como por ejemplo una especie de caja de arena para gatos llena de pedregullo, unas cornetas gigantes hechas con un material extraño que servirían para hacer coros con eco, ramas de árboles para generar ruido de viento, chapas para golpear, etc.

El set list de la noche fue una mezcla de canciones de su último disco, #8, y clásicos de todos los tiempos, lógicamente, la mayoría, canciones ambientales y relajadas que acompasaban la temática de estar en una especie de órbita que acariciaba la mente y el alma. La puesta en escena también estuvo muy bien lograda, había una suerte de trabajo teatral, donde los músicos se iban moviendo de posición jugando con el trabajo de los iluminadores, y de una canción a otra, se podía ver cómo los músicos cambiaban de instrumento, como si cada canción fuera una escena; una dinámica notablemente aplicada e innovadora que hacía que cada músico pudiera lucirse.

La atmósfera ya estaba generada; la idea, entendida y desarrollada por todos. Uno de los puntos altísimos de la noche fue la reversión de “Temperamento”, quizás una de las canciones en que se genera más pogo en un recital común de la banda. En este caso, la canción fue bajada miles de decibeles para que pareciera una pieza de otro mundo, para que se acoplara a la noche, para demostrar que una canción tan potente puede convertirse en una canción nueva pero sin perder su esencia.

Los temas siguieron pasando, la noche iba llegando a su fin sin que nos diéramos cuenta. “Sin hogar” fue la canción con la que decidieron cerrar la noche, también reversionada, que se convirtió en una especie de bolero rápido y rockanroleado. 

La banda se retiró del escenario, y cuando todos pensábamos que en minutos iban a volver para hacer los famosos “bises”, nos hicieron otra jugada magnífica: arriba del escenario se plantaron un grupo de jóvenes, con guitarras criollas, una chica en la voz y Falco (el hijo del baterista, José Nozar) en el piano de cola interpretando algunas versiones del cancionero “buen muchachero”.

Ahora sí había llegado el momento de la despedida, con todos los músicos en el escenario saludando y siendo ovacionados de pie, con aplausos apretados y sentidos de un público que tuvo que contenerse y esperar hasta el cierre para hacerse sentir.

Los que estuvimos allí salimos en una nube, habíamos vivido un show único e incomparable con otros de la trayectoria de la banda, muy experimental y ambicioso. Una vez más, Buenos Muchachos demostró ser la mejor banda del Uruguay, con una madurez, un profesionalismo, una disciplina escénica y una sensibilidad musical difícil de comparar. Lograron que todas las piezas encajaran a la perfección, fue la primera de las noches donde nadie habló, pero que dejó muchísimas cosas para contar. 

Texto: Darío Larmini 

Foto: Facebook Buenos Muchachos (oficial)

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