Cuerpas a la calle

Bienvenida tú también es una columna dentro del programa ¿Por qué no te callas? que busca articular temas de actualidad desde la experiencia y vivencia de las mujeres. Su nombre sarcástico pretende dar cuenta de que nosotras tenemos opiniones y sobradas capacidades más allá de lo que se legitima estereotipadamente. Nosotras también sabemos, podemos y estamos. Gracias a Julia Irisity, que es la acuñadora de la frase que hoy lleva por nombre esta columna.

Suena redundante estrenar columna refiriendo AL evento de marzo pero me resulta inevitable. El 8 de marzo, Día internacional de la mujer,  es el signo de la visibilidad y de la lucha de las mujeres, de la denuncia de las opresiones y de la toma del espacio público que tanto nos ha sido negado.

La intención de esta columna de opinión es aportar elementos para seguir pensando este día y todos los días desde la lucha feminista.

No es raro asociar el 8 de marzo con las flores y los bombones: está instalada la imagen consumista despojada de cualquier ideología. O no.

Seguramente cuando iban a la escuela y se acercaba el 8 de marzo, alguna maestra les contó que ese día es en conmemoración por las mujeres muertas en Chicago, tras el incendio de la fábrica en la que trabajaban y donde fueron vilmente encerradas para no escapar. ¿Se acuerdan? Es un poco en esa lógica conmemorativa que el 8 de marzo es un día internacional y es de las mujeres.

Este día está asociado a la mujer trabajadora: en su contexto histórico, las primeras reivindicaciones del feminismo están vinculadas a la obtención de derechos y garantías laborales iguales a los que accedían los hombres. Y no señores, no nos alcanzó sólo con poder votar, poder estudiar y salir a trabajar. Alrededor de 1811 data la primera conmemoración, fíjense si hará tiempo que estamos habitando el calendario con mucho más que deseos de flores y bombones.

En la historia contada y reproducida falta un poquito el carácter de lucha de las mujeres trabajadoras en torno al 8 de marzo y a la vida cotidiana, y la presencia de las mujeres organizadas pateando tableros.

Son las mujeres en sus tareas productivas y reproductivas las que están en las calles reclamando derechos y libertades, que están denunciando al capital y la alianza machista, que están exigiendo que paren de matarnos.

Ese capital, que precariza y explota nuestras condiciones de existencia y la de nuestro planeta, que establece relaciones de dominación, jerárquicas y utilitarias; ese capital, que en su afán de permanecer, ha tomado nuestras luchas y la ha convertido en productos. Ya lo advertía Silvia Federici en Calibán y la Bruja (2004): lo que ha hecho fuerte y permanente a este sistema económico, ha sido su capacidad de tomar todas aquellas formas alternativas a sus dinámicas para resignificarlas y usarlas a su favor. Comerciales con mujeres protagonistas, remeras feministas vendidas en las grandes superficies que las traen en contenedores de India, donde explotan mujeres para hacer dicha remera, como para poner ejemplos claros y gruesos.

Desde 2017 se convoca a nivel internacional el 8 de marzo al Paro de Mujeres de las tareas productivas y reproductivas con la intención de hacer sentir en las formas concretas de nuestras vidas cotidianas la centralidad de nuestras prácticas y la desigualdad que se sigue expresando en  ellas.

Entonces, si volvemos al origen del 8 de marzo y la lucha de las mujeres, es posible pensar la herramienta de paro como una herramienta de visibilización de la doble jornada laboral.

Las huelgas de mujeres han existido también en distintos lugares y momentos históricos: hace siglos venimos poniendo el cuerpo en la lucha y resistencia.

En marzo de 2017 se convocó el Primer Paro Internacional de Mujeres y parece que esta nueva forma de manifestación y reclamo llegó para quedarse en los sucesivos 8 de marzo

Es interesante mirar el paro desde una perspectiva feminista y pensar en la resignificación que supone el uso de la herramienta. Históricamente el paro se asocia  al movimiento sindical y a la lucha de clases. Está relacionado con el mundo de la producción y el reclamo de derechos laborales y condiciones dignas de trabajo.

Pero ahora somos las mujeres que a través del paro hacemos visible nuestras condiciones de existencia, que son tales por ser mujeres y que se complejizan cuando somos mujeres, pobres, negras, en situación de discapacidad, lesbianas, trans.

Somos las mujeres organizadas y en lucha que ponemos las demandas, proponemos las formas nuevas y resignificamos desde nuestra experiencia las formas de ser, estar y hacer.

Luego de la revolución francesa, aparece la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y los Ciudadanos. ¡Adivinen qué! Las mujeres no aparecen en ese documento: hubo lucha, pero no hay derechos.

En respuesta a esto, Olympe de Gouge, escribe la Declaración Universal de los Derechos de la Mujer y las Ciudadanas (1791), donde se puede leer lo siguiente: “Mujer, despierta; el rebato de la razón se hace oír en todo el universo; reconoce tus derechos. El potente imperio de la naturaleza ha dejado de estar rodeado de prejuicios, fanatismo, superstición y mentiras. La antorcha de la verdad ha disipado todas las nubes de la necedad y la usurpación. El hombre esclavo ha redoblado sus fuerzas y ha necesitado apelar a las tuyas para romper sus cadenas. Pero una vez en libertad, ha sido injusto con su compañera. ¡Oh, mujeres! ¡Mujeres! ¿Cuando dejaréis de estar ciegas? ¿Qué ventajas habéis obtenido de la revolución? Un desprecio más marcado, un desdén más visible. […] “.

Como verán y repito: hace demasiados años las mujeres venimos tomando las calles, poniendo el cuerpo y también nuestras demandas.

El cuerpo como territorio de lucha y resistencia es un concepto que Silvia Federici y Rita Segato –entre otras– trabajan de un modo interesante en cuanto a cómo, a través del disciplinamiento de nuestros cuerpos, se manifiesta el poder y dominación machista.

En este sentido, estar en las calles, organizadas, siendo manada ante este sistema que nos vulnera y frente a una masculinidad hegemónica que nos oprime, nos viola y nos mata, coloca nuestra materialidad concreta, nuestro cuerpo, en ese lugar de territorio de lucha y resistencia. Porque no existe la disociación de nuestra experiencia; nuestra vivencia es atravesada por el miedo, la rabia, el dolor, y también la alegría y el poder del encuentro con las compañeras, deconstruyendo para habitarlo de nuevo, a nuestra manera, denunciando la alianza entre el capitalismo y el patriarcado.

Poner el cuerpo es un acto político, y este es un concepto central para pensarnos desde los feminismos. Tomar las calles, generar nuestras intervenciones, denunciar el entramado institucional que nos vulnera cuando no nos da respuestas y en la espera nos matan; organizarnos, cuestionar las maneras de hacerlo, explorar formas nuevas; cuestionar la heteronorma, la maternidad, la brecha salarial, UPM, los agrotóxicos, el cuidado del agua: todas nuestras formas hacen a la política de nuestra lucha.

Como dicen algunas compañeras, el movimiento está en movimiento, y desde ahí estamos atentas a las plataformas internacionales, desde ahí estamos construyendo nuestras propias plataformas y desde ahí cada Alerta Feminista, cada 3 de junio, cada 25 de noviembre y cada 8 de marzo estamos en las calles.

Parece que la discusión del lugar de los varones en la marcha se reedita cada año. ¿Quién marcha dónde?  A mi entender la respuesta es clara y sencilla: su lugar no es el del protagonismo ni el de la voz cantante.

Fin del comunicado.

No son los hombres los portadores de proclamas ni mensajes y mucho menos los habilitantes o evaluadores de las consignas de las mujeres. Aunque usen sus lugares de poder para ignorar a las compañeras organizadas cuando plantean el paro DE MUJERES, por ejemplo.

La discusión interna sobre esto es amplia y profunda. Está claro que construir una sociedad equitativa, justa, libre y feminista es una tarea y responsabilidad de todas, todos y todes, y que no es sino a través de los procesos colectivos que esto es posible. Entonces, vamos, necesitamos a los varones caminando codo a codo para transformarlo todo, no me queda ninguna duda de eso. Pero necesitamos que sean críticos y se cuestionen sus privilegios, que hagan el ejercicio de no aconsejarnos qué hacer o cómo, que practiquen otras formas de crianza más equitativas y que se esfuercen por poder ver cómo opera el chip de lo estereotipado en las múltiples formas de habitar el mundo y las relaciones humanas.

No hay duda: la revolución feminista es urgente y está siendo ahora. En las calles, en las casas, en las camas: en todos lados.

No hay vuelta atrás: tiemblen, que las brujas hemos vuelto.

Texto: Fernanda Berrueta

Foto: Colectivo Catalejo

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