La realidad política electoral de nuestro país se está viendo sacudida por una oferta cada vez mayor de precandidatos y aspirantes a ocupar cargos electivos. Acompañando una tendencia que se multiplica rápidamente a nivel mundial, la participación de personas provenientes de distintos partidos y orígenes en las próximas elecciones es un hecho consumado.
En Maldonado, un payaso aspirante a representante departamental ocupa el segundo lugar en una lista que apoya a uno de los precandidatos del Partido Nacional. En el norte del país, un chicloso jingle propagandístico llama a votar para la alcaldía de Tranqueras a un productor de sandías perteneciente al Partido Colorado, mientras que en el departamento de Salto, otro integrante del mismo partido, deseoso de obtener un escaño en la Cámara Baja, lanzó su canción en la que promete “mano dura y plomo” para abatir una sola clase de delincuencia. A esto se le suman viejas glorias del deporte, que integran listas y acompañan a líderes partidarios históricos (y no tanto).
En Uruguay, donde solemos jactarnos de ser diferentes a nuestros vecinos, se están produciendo fenómenos que no distan demasiado de perfiles que hasta hace nada eran vistos por estas pampas con algo de orgullo patriótico e incredulidad.
Ejemplo de esto es el del cantante y payaso brasileño Tiririca (cuyo eslogan aseguraba que debían votarlo porque “peor de lo que estás, no vas a estar”). Integrante del conservador Partido de la República y actual diputado federal por el estado de San Pablo, fue el candidato a diputado federal más votado de Brasil, no faltó a ninguna sesión, y a fines de 2017 abandonó su banca por la “vergüenza” que le causaban sus colegas políticos. Aun así, en las elecciones del año pasado obtuvo una cifra próxima al medio millón de votos.
Del otro lado del río, hay varias figuras de dudosa ética que también se atreven y dan el salto a la arena política. Un caso es el del salteño Alfredo Olmedo: empresario de la soja y evangelista, fue senador provincial, diputado nacional y candidato a gobernador de Salta. Es conocido por sus dichos controvertidos y sus propuestas polémicas, como la defensa del servicio militar obligatorio, la educación católica obligatoria y la castración química de los violadores, además de haber sido denunciado por trabajo esclavo en sus establecimientos.
Casos más lejanos son el de Nayib Bukele, recientemente electo presidente de El Salvador y primer mandatario que, pese a haber ocupado cargos públicos con anterioridad, es el primero luego de tres décadas de bipartidismo que no pertenece a ninguno de los partidos tradicionales; o el del actor cómico Vladimir Zelenski, quien desde hace poco más de un mes preside Ucrania.
Teniendo en cuenta estos ejemplos, ¿es esperable horrorizarse por la “toma” de la política que han hecho personas que no pertenecen a la casta de políticos a la que estamos habituados y que, en mayor o menor medida, validamos como representantes populares?
Si la respuesta a la pregunta anterior es sí, sería oportuno recordar que una de las definiciones de político es la de alguien que interviene o quiere intervenir en el gobierno de un Estado, comunidad o región. Es decir, cualquier persona que cumpla con ciertos requisitos básicos y decida ingresar en ese terreno.
Sin ánimo de defender los oportunismos poco serios con fines electoralistas, es cierto que este tipo de hechos es posible gracias al sistema democrático, por lo que renegar de una de sus consecuencias equivaldría a rechazar una característica propia de la democracia, así que no parece muy acertado. Independientemente de lo poco deseable que, en efecto, resultan los candidatos caídos en paracaídas (que, como parece quedar demostrado en varios de los ejemplos mencionados no suelen poseer convicciones ideológicas que atiendan el bien de las mayorías pero sí capacidad económica para impulsar su nombre) esta tendencia se basa, en su esencia, en un principio absolutamente plausible.
Pensando en los procesos de construcción colectiva y el tiempo que demoran en ir tomando forma, con sus marchas y contramarchas, y que estos implican diálogo y acuerdos, puede asegurarse que dichos elementos son indispensables al momento de gobernar una sociedad que se ocupe de las mayorías, con un trabajo de base muy diferente al de cualquier advenedizo personalista. Actualmente, informarse e intentar hilar fino para ver qué hay más allá de la fachada es un imperativo, se vote o no al nuevo y descontaminado oferente.
Texto: Facundo Berterreche
Foto: Goodfreephotos.com