Sin prisa

Esperar es un verbo ambiguo. Podemos esperar con calma el ómnibus, o podemos esperar algo que nunca se va a dar.
De expectativas, hablamos en “Raccontos”.

Del latín expectatum, que significa: “mirado, visto”. Y también: “esperanza de realizar o conseguir algo”. Aquí el componente de esperanza le otorga al término un aire de confianza, fe, y de la mano de estos conceptos, deviene inevitable la frustración.

Es que si hay algo que todas las personas nos hacemos son expectativas. En nuestro programa número 38, compartimos un artículo que reflexiona sobre el peso que tiene crear estos “bancos de fe” y cómo es que se da la dinámica una vez que uno de ellos no se cumple.

“Vivimos —generalmente— a la expectativa del mañana, del otro, de nosotros mismos, de lo que viene , de lo que queremos que sea”. Suena tan cotidiano y repetido en nuestra jerga que a veces es difícil distinguir la clase de espera. Puedo pensar que está bien esperar un tiempo para encaminar cierto asunto ambicioso, o, por el contrario, deposito toda mi energía, fuerza y esperanza en lo que quiero alcanzar con todas mis ansias. Justamente, las ansias, o su derivada bien llamada ansiedad, genera que el interés crezca aún más, el pez se vuelve más gordo con el paso del tiempo; focalizamos en lo que no estamos teniendo, pensando en el qué tendremos.

Y así siguen las estaciones y el reloj, y la rueda parece no terminar.Los invitamos, en esta época del año, a replantearse si se cumplieron algunos de sus objetivos o proyectos para 2016, y, si, en cambio, ya están tomando notas de los próximos, bienvenido sea el futuro.
De un artículo de la página Pijama Surf, extrajimos cuestiones muy interesantes que pueden escuchar a continuación. Desde Sapos de otro pozo, los exhortamos, concretamente, a tomar el consejo de Alexander Pope:
“Bienaventurado el que nada espera, porque nunca sufrirá desengaños”.

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