Durante los meses de agosto y setiembre estará en exposición en Casa Arbus (Canelones 1989 esquina Blanes) el trabajo fotográfico de Pablo Albarenga, fotoperiodista, basado en la lucha de algunas tribus guaraníes de Brasil por la recuperación de sus tierras y su autonomía.
Pablo Albarenga se define como fotógrafo documental, no aún periodista, ya que está realizando la carrera de Comunicación de la Universidad de la República. Hace más o menos tres años y medio que se dedica a la fotografía de manera freelance, y en estos años estuvo trabajando en el proyecto que hoy tiene el placer de compartir con el público.
El proyecto comenzó, según el fotógrafo, de manera totalmente impulsiva. Inspirado por el trabajo Tribus de su profesor de reportaje fotográfico Iván Franco, disponible en el Centro de Fotografía de Montevideo, Pablo fue ganando gran curiosidad por el conflicto actual de las tribus guaraníes, que hoy en día están intentando recuperar las tierras de sus ancestros que les fueron arrebatadas en un proceso de “blanqueamiento” de la zona, y tomadas así por estancieros. Es así que se puso en contacto con una organización que se dedica a reivindicar y ayudar a estas tribus, y realizó su primer viaje a Mato Grosso do Sul, donde se encuentra la tribu Kaiowá, en octubre de 2016, para entender y observar más de cerca la situación.
Cuando los indígenas comenzaron a ser expulsados de sus tierras ancestrales, se crea el Servicio de Protección al Indio, que ofrece una especie de reserva donde las familias indígenas pueden instalarse. Sin embargo, al haber familias de diferentes orígenes, culturas, costumbres y sub etnias guaraníes, la convivencia no es la más llevadera. Es por eso que varios eligen salirse de esas reservas y ofrecer sus servicios a los estancieros de las tierras de donde fueron expulsados a cambio de un salario mísero, en donde se genera una situación de total dependencia, cercana a la esclavitud.
Hoy en día, una de las posibles soluciones al problema es la de la demarcación de tierras por parte de la Fundación Nacional del Indio, responsable de delimitar el territorio junto a antropólogos y profesionales y así devolverles poco a poco las tierras a los indígenas. Sin embargo, este proceso puede llegar a tomar varios años y las comunidades están desesperadas, algunas viviendo al borde de las rutas, sin tener un lugar donde parar y donde ejercer su propio modo de vida, su cultura, su religión, sus costumbres.
Como opción más rápida y eficaz, estas comunidades guaraníes desamparadas acuden a las “retomadas”, que consisten en ocupar sus tierras una vez que pasan la primer etapa de la demarcación, es decir, la delimitación, echando a los estancieros que actualmente viven ahí. Una vez recuperadas estas tierras, en general, comienza el proceso de reconocimiento de las mismas como propias, incluso de parte del gobierno, que se ve forzado a tomar acción ante la presión ejercida por los indígenas.
Pablo explica que estas retomadas a menudo se vuelven violentas, se generan ataques a las comunidades, hay violencia con armas de fuego. “Brasil es el país con más asesinatos de líderes sociales de toda Latinoamérica”, sostiene el fotógrafo, que también cuenta que todos los indígenas con quienes estuvo en contacto tienen familiares asesinados. “Es un contexto de mucha violencia que pone en evidencia un modelo político y económico que no reconoce lo diverso, otras formas de vida. No se respeta la libertad de elegir de estas comunidades”.
Con respecto a la muestra fotográfica, el realizador cuenta que no sólo contiene fotos de los guaraníes Kaiowá, con quienes mantuvo contacto en su viaje por Mato Grosso do Sul, sino que también estuvo en Rio Grande do Sul con los guaraníes Mbyá que tienen otras particularidades como comunidad, y por último estuvo en Brasilia, en un campamento llamado “Terra Libre” en donde muchos indígenas de todos los orígenes del país se instalan para protestar y manifestarse frente al parlamento brasileño. “Toda esa diversidad se junta en Brasilia para que se respeten sus derechos”, y eso también se muestra en la exposición.
La experiencia del artista, al realizar este proyecto, fue muy intensa. “Una vez que llegué allá la realidad me pegó una piña en la cara”, sostiene Albarenga. “Vivir eso en carne propia y trabajar con personas que lo viven genera un vínculo y una empatía muy grande”. Explica también que la razón por la cual siguió con este proyecto durante todos estos años a pesar de no ganar dinero con él es que generó un vínculo muy intenso con las comunidades en lucha que terminaron siendo para él una segunda familia, y que “uno mismo llega a sentir las cosas que pasan ahí”.
Texto: Martina Vilar del Valle
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