¿Qué hacen los estados frente al desperdicio de alimento? ¿Cómo se trabaja sin datos para implementar políticas públicas? ¿Qué hace la sociedad civil frente a este problema? A continuación presentamos la segunda entrega del informe acerca del desperdicio de alimentos que intenta no solo responder a estas preguntas, sino también generar nuevas (ver primera entrega aquí).
Basura, abundancia de basura, desperdicio de basura son las metáforas más obvias del sistema mundo: que unos tiren lo que otros necesitan, que a unos les falte lo que a otros les sobra, destaca Martín Caparrós en su libro El Hambre.
En Dinamarca, por ejemplo, no existe el concepto de tirar productos a la basura a causa de su próximo vencimiento. Los supermercados del país nórdico han optado por bajar el precio de este tipo de alimentos al menos 50 % para incentivar su consumo, y evitar su desecho. “Al mismo precio siempre vas a elegir la manzana perfecta. Se necesita lograr que el esfuerzo que yo tengo que hacer para comprar ese producto sea mínimo y que compense esa bajada de calidad”, analiza Gastón Ares, de la Facultad de Química.
Una encuesta en línea realizada por el Núcleo Interdisciplinario Alimentación y Bienestar revela las preferencias de los consumidores por los alimentos óptimos. Según cuenta Ares, 746 personas convocadas por las redes sociales fueron consultadas sobre la probabilidad de elegir entre un pan de molde por vencer, una lata abollada, una papa deforme o una manzana machucada, cuenta Ares.
El 58 % eligió el pan, bajo el entendido de que su aspecto era normal, a pesar de no ser fresco; 45 % eligió la papa, “porque lo único que se veía afectado era la conveniencia de su uso (lleva más tiempo para pelar que una papa común), pero no están comprometidas sus características”. El 40 % eligió la manzana, porque “está comprometida su frescura y sabor”, y en último lugar, 35% eligió la lata de arvejas abollada, debido a que “se cree que está comprometida la calidad del producto”, resume.
Uruguay no cuenta hasta el momento con un panorama claro en cuanto a la cantidad de alimentos que se desechan. Ares reconoce que es muy difícil investigar sin datos, y también cuestiona cómo se llega a ellos, cómo se miden y estiman los desperdicios en hogares: “Incluso en datos europeos las estimaciones y las calidades son distintas”. Pronto sabremos cuál es la realidad de Uruguay; según informa Andrea Canedo —representante de la FAO en nuestro país—, hoy, 10 de abril, se presenta oficialmente un informe que busca saber qué cantidad de alimentos se desperdicia en el país y en qué parte de la cadena se producen más pérdidas de alimentos.
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Existen otras experiencias a nivel mundial que actúan ante la preocupación por recuperar alimentos de todo tipo, incluso industrializados y envasados. Entre ellas, se destacan los Bancos de Alimentos (BdA); se trata de organizaciones sin fines de lucro sustentadas con trabajo voluntario que buscan recuperar alimentos y redistribuirlos entre quienes lo necesiten, y evitar cualquier desperdicio o mal uso. En Uruguay comenzó a funcionar tímidamente en 2011 con donaciones de productos próximos a vencerse por parte de empresas alimentarias.
El volumen de alimentos recuperados y la cantidad de beneficiarios se multiplicó en sus siete años de funcionamiento. En sus inicios recuperaban 50.000 kilogramos al año, hoy son 100.000 kilogramos, explica Dolores Battro, una de las cinco responsables de BdA Uruguay. Pasaron de contribuir con 30 organizaciones beneficiarias a 150, y calculan que los alimentos recuperados alcanzan a 15.000 personas. Actualmente, las empresas con las que negocian son Nestlé, Pepsico, Mondolez y Unilever, que, mediante la donación, se ahorran los costos de destrucción de los alimentos (obligatoria una vez que estos vencen).
Comparar el BdA en Uruguay con modelos internacionales sería comenzar por el final, señala Battro. En Europa existe una Federación de Bancos de Alimentos que funciona hace 30 años. Solo en 2016, repartió 531.000 toneladas de comida diariamente, y llegaron a 6,1 millones de personas. La federación está asociada a más de 37.000 organizaciones caritativas.
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En Uruguay, fue presentado en 2016 un proyecto de ley para el mejor aprovechamiento de productos alimenticios a iniciativa del diputado y actual secretario general del Partido Colorado, Adrián Peña. La idea busca prohibir a los supermercados y a otros comercios tirar alimentos que estén por vencer a la basura. Propone, por el contrario, que estos sean donados a las ONG que funcionan en el país. La iniciativa contó con el visto bueno del Parlamento, pero aún no vio la luz verde.
Para algunos actores que trabajan de cerca con esta problemática el proyecto tiene varias falencias. Una de las críticas es que sean las ONG las que se hagan cargo del “retiro, conservación, depósito y refrigeración necesarios para gestionar las donaciones”, además de la distribución, ya que supone el desconocimiento de los pocos recursos que estas organizaciones manejan.
Otra de las críticas radica en que en el proyecto de ley no figura ninguna regulación en cuanto al destino de esos alimentos. En opinión de Ares, generalmente se vuelcan a un sector de la población menos favorecido —por ejemplo, los centros educativos—, pero destaca la relevancia de que los productos que se destinan a estos lugares deberían tener determinado perfil nutricional, no se puede entregar cualquier tipo de alimentos.
Por su parte, Battro opina que hay dos leyes que deberían aprobarse: “La ley de donaciones especiales, que incentiva a las empresas a donar descontando impuestos, y la ley del buen samaritano, que implica responsabilidades compartidas a lo largo de la cadena para que la empresa no cargue con la totalidad del compromiso en caso de consecuencias no deseadas”.
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Las llamadas “grandes superficies”, más conocidas como supermercados, tienen gran responsabilidad en la correcta manipulación y desechos de alimentos. Macromercado se caracteriza por vender productos de consumo doméstico por mayor bajo el lema “cuanto más comprás, menos pagás”. No obstante, el lugar no cuenta con una política particular para el manejo de residuos alimenticios, según Graciela Braica, secretaria general del lugar, sino que, según explicó a Radio Pedal, se limitan a cumplir las normas municipales.
Este gran mercado de consumo no cuenta con información sobre el volumen estimado de alimentos que ingresan ni tampoco de residuos que desechan. En otras palabras, no tiene cuantificada la basura que generan. “Cada local de acuerdo a su actividad tiene sus desechos, pero en los mismos no solo van alimentos, muchas veces también insumos, bandejas, cartones, etc.”, según Braica. Tampoco tienen personal específico para esta tarea; la secretaria general asegura que no existe el desecho por fecha de vencimiento: antes de que el producto caduque, lo donan.
En junio de 2017, la noticia de que 15 millones de kilos de manzanas iban a ser desechados a causa de la sobreproducción generó indignación en la sociedad y tuvo gran repercusión y reproducción en los medios. La explicación de este hecho que dio el presidente de la Confederación Granjera, Eric Rolando, fue que las manzanas no podían colocarse en el mercado. La industria del dulce y la sidra no podían absorber esa cantidad y el sector jugos no competía en precio con productos de importación.
Ningún mecanismo de distribución se activó ante esta situación. Ninguno de los recursos del Estado fue dispuesto para hacer llegar los excedentes a quienes tienen carencias alimentarias. Los indignados en las redes sociales olvidaron lo sucedido al día siguiente y el tema desapareció de la agenda, como tantos otros.
En la tercera y última entrega de este informe conoceremos datos de Uruguay: qué cantidad de alimentos se desperdicia en el país y en qué parte de la cadena se producen más pérdidas, según el estudio del comité en Uruguay de la FAO.
Texto: Sofía Umbre y Valentina Machado
Imagen: Fanny Rudnitzky
Ver tercera y última entrega de esta nota aquí: Otra inseguridad: pérdida y desperdicio de alimentos