En las últimas horas varias cuentas de Instagram se han puesto a disposición para recibir testimonios de mujeres que han sido violentadas, abusadas, acosadas, humilladas y violadas por hombres del mundo del carnaval, del mundo del rock y de ámbitos institucionales educativos. Todas estamos dolidas y movilizadas. Atravesamos las horas del día entre el asco y la conmoción, entre la rabia y el cariño, entre la tristeza y el orgullo. Las mujeres, entre nosotras, hemos sido capaces de ser un lugar seguro, un espacio de confianza, el contagio de este deseo de libertad y la ferviente convicción de que lo vamos a tirar. De que al patriarcado lo vamos a tirar.
Las mujeres nos hemos cansado de sufrir, de callar y de aguantar, y vamos encontrando las maneras de romper con nuestro silencio, el cómplice histórico de los varones, y lo estamos haciendo juntas. Porque solas podemos, pero con amigas es mejor.
Supimos desde siempre que el poder del varón es inherente a su condición y que los privilegios de los que goza son por ser varón, sin importar su clase, su poder adquisitivo o su reconocimiento social, político o cultural. Son nuestros docentes, nuestros músicos favoritos, son nuestros compañeros de militancia, nuestros compañeros de trabajo, son nuestros padres, nuestros hermanos y nuestras parejas.
Los casos puntuales develados ponen sobre la mesa nombres y apellidos, señalan y responsabilizan, y hacen justicia. De alguna manera, hacen justicia.
Si logramos hacer un análisis más amplio de la situación lo que más importa es la inestabilidad de la estructura, la ruptura del pacto patriarcal que tanto violenta y tanto calla y el empoderamiento de las mujeres.
Seguramente este hecho no supondrá el derribo completo de la estructura en su totalidad, pero todos los varones están haciendo repaso de su historial y experimentan, por fin, la pérdida de su impunidad para siempre. No queremos ser más el territorio de conquista de los hombres, donde hacen lo que quieren, como quieren y cuando quieren. No hay manera alguna de justificar la decisión de sus actos, y tampoco nada los irresponsabilizará de las consecuencias de los mismos. Toca asumir. La deconstrucción es aceptar el lugar que se ocupa y desaprender todo lo que ocupar ese lugar supone. Es decisión de cada uno gestionar la situación que le toca vivir y los resultados de las decisiones que fue tomando, pero aceptar y reconocer la violencia cometida puede ser un buen comienzo.
Quizá, poco a poco, ellos lo piensen dos veces antes de abusar de niñas, violar a compañeras o chantajear a seguidoras y estudiantes. Quizá dejen de pensar que somos indefensas y calladitas, y ojalá puedan recordar, antes de tocarnos sin nuestro permiso, que ya nos atrevimos una vez a señalarlos con nombres y apellidos y que no nos temblará el pulso si fuera necesario volver a hacerlo.
Texto: Ema Zelikovitch
Foto: Pedal