No morir con las botas puestas

Los resultados del balotaje que acabamos de vivir quizás nos hayan dejado una sensación extraña. Todavía difícil de interpretar, afectiva y políticamente.

Los resultados del balotaje que acabamos de vivir quizás nos hayan dejado una sensación extraña. Todavía difícil de interpretar, afectiva y políticamente. La brutal movilización proveniente de diversos mundos de las izquierdas, la remontada del Frente Amplio (FA) y el apretado resultado (a pesar de lo que anunciaban las encuestas) debieron traer esperanzas frente al cuco que nos movilizó y obligó a juntar esfuerzos a muchos.

Sin embargo, las matemáticas son precisas para una instancia como el balotaje. Quien gobernará los próximos cinco años será la fórmula del Partido Nacional, Lacalle- Argimón, liderando una “coalición multicolor” que conjuga elementos liberales, neoliberales, conservadores, patriarcales, xenófobos y un partido militar con clara tendencia al autoritarismo.

Varios analistas políticos de los medios privados, afiliados a corrientes liberales, proponen que esta división en dos partes iguales del electorado es una oportunidad única para la democracia, los acuerdos y el diálogo. Al mismo tiempo, otros análisis pusieron la disputa del balotaje como una defensa de la democracia frente al ascenso de un partido outsider y militar. De ser así, que la mitad de los habilitados votara por Daniel Martínez se transforma en una victoria. Puede que así sea. Ambos análisis coinciden en poner a la “democracia” y a las instituciones políticas como los bienes más relevantes que estaban en juego en el balotaje.

Lo que esconden estos análisis, y que no deberíamos olvidar, más allá de las elecciones, es que nos encontramos en un momento en el que están en juego aspectos sustanciales de la política y la sociedad en un sentido amplio. A nivel local y regional existe una fuerte reacción conservadora y de derecha dispuesta a utilizar los procedimientos que más le sirvan: la vía democrática (hasta que le sea útil), la persecución jurídica o, directamente, la violencia militar. Mayormente, en consonancia con los intereses estadounidenses a través de las embajadas o la Organización de los Estados Americanos (OEA).

A la par, y por debajo, esta ofensiva viene acompañada de una considerable movilización popular o, al menos, de cierto consenso en el que se mezclan la ideología emprendedurista, patriarcal, racista, xenófoba y fascista. Que Macri haya obtenido el 40% de los votos luego de una brutal crisis económica no se nos puede pasar por alto.

El ascenso de Cabildo Abierto y el triunfo de la “coalición multicolor” deberían pensarse, más que como preferencias electorales, como la expresión de sensibilidades que están cambiando luego de 15 años de los gobiernos progresistas y sus logros, que sí los tienen. Más que un cúmulo de errores de gestión, hechos de corrupción o dificultades de comunicación, deberían verse como la incapacidad del progresismo y la izquierda para elaborar un proyecto interpelante alternativo al capitalismo neoliberal y a las frustraciones que genera al depositar en el individuo las culpas de las desigualdades colectivas.

Aprovechar el susto y el espanto para pensar este momento, más allá de las elecciones, desde un punto de vista estructural del campo político, tendría que servirnos para proyectarnos hacia delante. Se vienen momentos jodidos, es difícil poner en duda eso. Me gustaría plantear tres momentos o ejes que, en tiempos distintos (pasado, presente y futuro), creo que pueden servirnos para pensar dónde estamos.

(I)

Recuperada la democracia, sobre todo luego de la derrota en el referéndum por la Ley de Caducidad en 1989, el Frente Amplio (fuerza hegemónica de la izquierda) inició un corrimiento hacia el centro para ganar el gobierno. En términos simbólicos, significó una resignificación de lo que se entendía por “izquierda”. En el sistema político, implicó la asunción del discurso “sanguinettista” sobre la democracia y su institucionalización en un sistema de partidos que paulatinamente se correrá a la derecha y al liberalismo.

Si la movilización popular de la apertura traía significados que asociaban la democracia con transformaciones estructurales de orden socio-económico, y había cierta desconfianza en la izquierda de la “democracia burguesa”, el corrimiento al centro implicó entrar en un campo de sentidos donde cualquier radicalidad podía ponerla en riesgo. Aunque no en todos sus sectores, supuso la adopción de una oposición responsable y una política realista que poco podía cuestionar al sistema capitalista. El proceso, acompañado de una elitización de las cúpulas políticas y alejamiento de la bases del FA, fue jalonado por la formación del Encuentro Progresista, en 1994, el proceso de “actualización ideológica” de 1997, la realización de una “oposición responsable” en 2002 y la llegada al gobierno, en 2004. Se consolidó el “progresismo”.

De todas maneras, el FA se consolidó como oposición al neoliberalismo de los años 90 apoyándose en el movimiento sindical y, tras la crisis de 2002, se abrieron las puertas para que entrara al gobierno como alternativa. Con la adopción del paradigma de derechos y con un fuerte impulso de los movimientos sociales de la “nueva agenda de derechos” fue posible para el gobierno progresista legislar sobre asuntos que significaban ampliaciones de la ciudadanía. Pero todo esto se hizo desde un modelo neodesarrollista de “capitalismo en serio” que, a pesar de contar con un fuerte componente de justicia social y redistributiva, no modificaba las bases estructurales del sistema.

Estas transformaciones en la izquierda partidaria tuvieron su correlato en parte de la izquierda social. Los años 90 significaron para varios movimientos sociales transformaciones importantes. Si permitieron una mayor incorporación de sus agendas al debate público, la posibilidad de obtener éxitos legislativos y en políticas públicas, implicaron la adopción de prácticas ONGistas, una transnacionalización de sus discursos alineándose con los organismos internacionales de Derechos Humanos y una elitización de los movimientos con líderes que se especializaron y tecnificaron. Se limaron así sus aspectos más radicales, muchas veces en pos de una identidad más particularista y fragmentada.

El proyecto progresista, del que muchos participamos (desde los movimientos sociales, desde el Frente Amplio o desde la simpatía), tiene sus límites. No solo en cuanto a transformaciones, sino también respecto a su respaldo social. Tanto desde la izquierda, pero sobre todo desde la derecha. La alianza progresista logró filtrar las demandas más radicales de los movimientos sociales a través del Estado y no pudo avanzar en transformaciones profundas. A la vez, generó un discurso y unas políticas que —aunque justas— son vistas por una parte de la población, que no puede afrontar las expectativas que el sistema neoliberal le genera, como privilegios que afectan su bienestar individual y a sus valores: ¿Por qué el odio a los “pichis” y “vagos” que viven del Estado? ¿A las feministas, a las identidades disidentes y a los sindicatos?

Si el corrimiento hacia el centro fue efectivo para lograr conquistas importantísimas, que transformaron la vida de mucha gente y en la que varies compañeres dejaron muchas horas de su tiempo, cabeza y cuerpo,  hoy esa estrategia y sus conquistas están siendo impugnadas. En un lenguaje políticamente incorrecto y reaccionario —donde la democracia y los derechos no son bienes sustantivos— comienzan a confluir una elite de derecha para la cual el neodesarrollismo es una barrera para sus intereses y una parte de la población.

(II)

Ganó la derecha y es jodida. El poder del Estado quedó al mando de una coalición  que no solo engloba elementos conservadores, autoritarios y fascistas, sino que viene con un programa que en materia de distribución de la riqueza tendrá un claro perfil de recomposición del poder de clase. Si el balotaje definía quién ocuparía el Ejecutivo, el Parlamento estaba definido desde octubre con mayoría de la “coalición multicolor”.

El avance de la ultraderecha es regional. En Uruguay, las fuentes de las que bebe siguen todavía allí. A pesar de que nos jactamos de nuestra excepcionalidad democrática en relación al resto de América Latina, poco ha escapado el país a los grandes ciclos políticos latinoamericanos. La sociedad amortiguadora, amortigua, no salva.

Las declaraciones de Manini Ríos en el video que convoca a las tropas a votar por Lacalle (poco importa si rompió o no la veda) no pueden no interpretarse separadas del  editorial de la Nación difundido por el Círculo Militar, que llama a la extirpación del marxismo. Tampoco de los dichos de Silva Valente (presidente del Círculo), que manifestó que las Fuerzas Armadas están preparadas para enfrentarse a los sindicatos; o las del video de un militar retirado que amenaza de muerte a Tabaré Vázquez, Mujica y Daniel Martínez.

Las declaraciones no solo demuestran hasta dónde están dispuestos a llegar, sino a favor de qué programa lo harán. En el mismo sentido, existieron prácticas concretas de ataque hacia militantes de izquierda. Al diputado Sabini y a otros militantes del Movimiento de Participación Popular (MPP) les rompieron el vidrio de la camioneta y amenazaron con un arma de fuego al estar pintando muros. Hubo atentados contra un comité del Partido Comunista de Uruguay en el departamento de Canelones. Un ataúd con el número 609 (lista del MPP) se vio el domingo del balotaje entre los militantes de la fórmula Lacalle-Argimón en el acto que organizaron en Bvr. Artigas.

Pero no son solo unos “loquitos” de derecha. Desde posiciones que se identifican como liberales aparecen discursos, un poco menos categóricos, que apuntan en la misma dirección. Basta escuchar alguna entrevista al periodista y ahora político del Partido Independiente (el ala “izquierda” de la coalición), Gerardo Sotelo. No hace mucho, en “La Tertulia” de En Perspectiva una panelista no entendía cómo en el siglo XXI seguía existiendo el Partido Comunista.

Más allá de los “líderes” de la derecha, estos discursos pueden encontrarse también a nivel popular en los foros de internet. Y tengo la sensación de que se empezarán a expresar cada vez más públicamente. Los líderes no solo ambientan, sino que legitiman y promueven este tipo de pronunciamientos, mientras corren la vara de lo que es legítimo decir y hacer.

Los pronunciamientos del resto de la coalición multicolor y sus principales líderes frente a las expresiones de su costado derecho aparecen  bastante tibios. El Partido Nacional y el Partido Colorado, que podrían funcionar como diques para Cabildo Abierto, ya resolvieron pactar con la ultraderecha. Y a la vez, cada uno tiene entre sus filas elementos conservadores y autoritarios. Desde la bancada evangelista del Partido Nacional, hasta el ex fiscal Zubía en el Partido Colorado.

La historia es caprichosa y la contingencia puede sorprendernos siempre. Existe la posibilidad de que Lacalle Pou busque otro tipo de alianzas y se desmarque de Cabildo Abierto. No todas las derechas son iguales. Sin embargo,  si miramos al pasado, el herrerismo y los sectores de derecha del Partido Colorado, frente a momentos como el actual, siempre se han inclinado al lado autoritario de la balanza. Por si fuera poco, el “wilsonismo” liderado por Larrañaga ha dado pasos agigantados a la derecha.

No solo es un problema de líderes, alianzas de gobierno y preferencias electorales. Aunque no hayan mostrado el contenido de la Ley de Urgente Consideración, es de esperar que el gobierno de la “coalición multicolor” venga con un programa que pretenda avanzar sobre los logros de los gobiernos progresistas. Frente a ello se encuentra una sociedad que todavía guarda importantes grados de organización y movilización. Para llevar adelante dicho programa es probable que tenga que utilizar la violencia. El riesgo de una deriva autoritaria es posible, y hay una parte de la sociedad uruguaya que quizás la quiere.

(III) 

Habrá que resistir y la resistencia nos debe encontrar juntes. No todo lo que se puede sacar de estas elecciones es terrible. Aunque se puso el acento sobre el video de Manini Ríos, parece bastante claro que fue una movilización social diversa la que permitió la remontada electoral del Frente Amplio. Esta pasó por encima de las cúpulas partidarias y, de alguna manera,  recuperó la mística y cierta práctica movimientista que el partido supo tener.

Organizaciones de profesionales, gente nucleada en los barrios, etc. se movieron y manifestaron por la  candidatura de Daniel Martínez, de forma autónoma y autoconvocada. Pero quizás fueron los comités de base, olvidados muchas veces por las cúpulas partidarias, quienes canalizaron más la movilización, peinaron barrios, organizaron pintadas, etc.

Si bien el Frente Amplio mostró que todavía es una herramienta política que convoca, no debe engañarse: muches descontentes fueron también quienes se pusieron al hombro la campaña. Todavía hay una parte importante de la población que está dispuesta a salir a batallar por defender los derechos conquistados y por un proyecto que se incline a favor de las mayorías populares.

Pero va a ser insuficiente con resistir y defender los logros de 15 años del gobierno progresista. Va a ser necesario construir un proyecto de izquierda que sea más profundo y que a la vez interpele a partes importantes de la sociedad, incluso a aquelles que reclaman una vuelta de la derecha. Si no, si la “coalición multicolor” fracasa, volverá un progresismo que tendrá que disputar un centro que se corrió aún más a la derecha, como sucedió en Argentina con la vuelta del peronismo.

El cambio de gobierno quizás permitirá que nos encontremos de forma más cercana les que participamos en los diversos niveles del gobierno frenteamplista, los que pasamos de los movimientos sociales al gobierno, los que participamos activamente de la alianza progresista y nos alejamos hace un tiempo, y quienes nunca estuvieron y han cuestionado duramente al Frente Amplio.

Nos vamos a tener que encontrar desde un compañerismo profundo sin mezquindades ni chicanas, que permita acompañarnos en la resistencia, pero también procesar diferencias para construir. Sabiendo que el Frente Amplio todavía es una fuerza que convoca, que hay muches compañeres valiosísimes en él —a nivel de las dirigencias y de las bases— que están dispuestes a empujar más allá, pero también que muchas de las críticas que desde la izquierda ha recibido el Frente Amplio son correctas y que no se las puede tratar de infantiles, radicales o descartar por la urgencia o el realismo.

No se puede obviar lo aprendido en la militancia de estos años. Los movimientos sociales han demostrado ser capaces de desplegar prácticas que muchas veces son exitosas para obtener conquistas: desde la ley de responsabilidad empresarial hasta el “No a la Reforma” de estas elecciones. Pero la campaña por el balotaje dejó bien en claro que una parte extremadamente relevante del partido que toca jugar debe ser en el territorio, en su organización, y en generar procesos de construcción colectiva. Los barrios deben dejar de ser solo objeto de políticas públicas para convertirse en sujetos activos de la transformación social.

Habrá que encontrar las prácticas y el lenguaje. El discurso democrático y de los derechos no puede ser nuestro horizonte para vivir. Cada vez convoca e interpela menos. Esto no quiere decir que haya que dejar de defender la democracia, pero habrá que devolverle su valor sustantivo asociado a transformaciones radicales que alteren las relaciones de poder. El miedo a la ultraderecha no puede llevarnos a querer asustar a la sociedad con el “está en riesgo la democracia”. Ella será insuficiente para detener la avanzada reaccionaria que parece llegar tarde o temprano. El régimen de la transición se está acabando. Sería ingenuo y equivocado que muriéramos con sus botas puestas.

Texto: Diego Grauer

Foto: Santiago Mazzarovich

 

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