Una aproximación al 8M

¿Qué quiere decir sororidad? No está seguro de haber escuchado bien, podría pensarse que dicen “sonoridad” pero no, la ronda de mujeres canta fuerte y claro. Al buscar en el explorador del celular, el corrector ortográfico la cambia, hay que volver atrás y entonces sí, hacer la búsqueda. La explicación está en los artículos de prensa: sororidad tiene un origen equivalente a fraternidad solo que en vez de venir de la voz latina frater (hermano) viene de soror, que quiere decir hermana. Es la amistad, pues, entre mujeres.

Es martes y en dos días será la marcha del 8 de marzo. Una comparsa femenina ensaya en Isla de Flores, cincuenta en la cuerda, más tres vientos y una treintena que canta, en corro, tomadas de la mano. Sororidad y sonoridad al palo.

En estos días el hombre que se considera bien pensante anda como con miedo de que se le escape el machismo. Apoyar la causa feminista y ser machista, aunque sea a su pesar, tiene eso. No sabe si hay que saludar o no, opina con tiento, simpatiza en silencio. Este año se interesa un poco más y lee artículos de prensa, sigue el tema en Twitter, ve el monólogo de Malena Pichot, piensa ir a la marcha.

En la calle ocurren cosas que antes no pasaban. Caminando cerca de Tres Cruces ve venir a una piba lindísima. Adelante suyo dos muchachos se la cruzan antes y uno le dice algo. Ella lo increpa y el tipo le pregunta: ¿Qué te dije yo? No te dije nada malo.

Es que no le tenés que decir nada, cabeza —piensa el neo macho, pero no interviene—. La cosa queda por esa pero él se queda pensando que lo bueno es que muchas mujeres ya no aceptan que nadie venga a decirles nada por la calle.

En los grupos de Whatsapp de hombres circulan chistes sobre el 8M. Como siempre. A veces hay alguno que está bueno, pero la mayoría son malos y a algunos se les nota la mala leche. Sin embargo, en un grupo de 40 hombres, alguien envía un video de Playground en el que se muestra que es más fácil entrar a un museo como musa desnuda que como artista con nombre femenino. En 1985 solo el 5% de los artistas del Metropolitan de NY eran mujeres mientras que el 85% de los desnudos eran femeninos. Hoy por hoy, los números no han cambiado mucho. En 200 años de historia el Museo del Prado recién inauguró un monográfico sobre una mujer en 2016: Clara Peeters, pionera del bodegón. Escondía pequeños autorretratos en sus pinturas, reflejos sutiles en objetos, una manera de señalar que el arte también tiene rostro, y nombre de mujer. Nadie contestó con burlas, nadie contestó con íconos. Nadie contestó y no se sabe si eso es el medio vaso vacío o el medio vaso lleno.

La víspera del 8 de marzo toca Tatita Márquez en la azotea del Centro Cultural de España. En el salón de exposiciones de la planta baja hay una exposición llamada Feminisarte y en la entrada, una mesa grande con libros sobre feminismo. Mientras espera la hora del toque, elije uno que le parece adecuado para él: Feminismo para principiantes, de Nuria Varela. El primer capítulo es una introducción histórica: allí lee que “las mujeres de la Revolución Francesa observaron con estupor cómo el nuevo estado revolucionario no encontraba contradicción alguna en pregonar la igualdad universal y dejar sin derechos civiles a todas las mujeres”. La Revolución Francesa cuestionó los privilegios de cuna, pero no los de género. Las mujeres que levantaron el dedo terminaron en la hoguera. También lee sobre Christine de Pizan, una mujer nacida en 1364 que publicó La ciudad de las damas en 1404, considerado por muchos el primer libro feminista. Nunca había oído hablar de ella.

El 8 de marzo amanece como cualquier día. Al llegar al trabajo el tema está arriba de la mesa, y él cuenta el episodio del piropo malogrado. La oficina es un cubículo donde seis varones comparten la rutina.

—Pero entonces, ¿no se puede decir nada? ¿Ni algo lindo? ¿Cómo se conoce la gente? —replica uno.

—¿Cuántas parejas conocés vos que se hayan conocido porque él le dijo un piropo? En Alemania es absolutamente impensable que un hombre le diga algo a una mujer en la calle.

—Pero ahí también juega la idiosincrasia. A mí me parece que se pasan.

—La idiosincrasia no es algo fijo, es cultural, se puede cambiar.

—Sí, pero mirá que las minas también se molestan dependiendo de quién lo diga: si el pibe estaba buenísimo, te quiero ver si se daba vuelta y lo increpaba.

Para la marcha queda en encontrarse con una pareja de amigos suyos que irá con su hija de un año. Mientras los espera, en 18 y Vázquez, ve llegar la cabecera de la marcha, con su triste parecido a la del 20 de mayo. Los nombres de las mujeres asesinadas por sus parejas son un espejo espantoso de lo que somos. Conocernos como sociedad no siempre es una cosa alegre, no somos el pueblo lleno de virtudes que nos han hecho creer, no somos mejores que otros, y podemos ser mucho peores, y allí está la ausencia de estas mujeres que nos avergüenza y nos duele.

Los drones sobrevuelan la marea humana y sacan las fotos de las portadas del día siguiente. Ve pasar cuatro cuadras de mujeres con tanta variedad de frases en cartones y pancartas, y cantos, que resulta evidente la cantidad de matices y de formas de denunciar, de reclamar, de decir que están hartas, y también de demostrar que se han juntado, que existen muchos colectivos, que abarcan muchas problemáticas, que saben que han avanzado pero que queda mucho por hacer, y que no hay que dormirse porque también pueden perderse logros.

La hija de su amigo viene en hombros de su padre, con un colero violeta que le recoge los bucles. Detrás siguen ocho o más cuadras, cuando hayan llegado a la Universidad el mar de gente se perderá en la curva de 18 y el Gaucho. Mientras marchan, los cantos dan lugar a la conversación, al intercambio de sensaciones, y el hombre, que al principio se sentía un poco sapo de otro pozo, termina por sentirse parte, caminando, sin darse cuenta.

Al mismo tiempo que los partidos políticos no saben cómo capitalizar esto, por suerte, no hay otra causa que convoque más gente hoy por hoy en Uruguay. No hay otra causa más justa, más ancha, más antigua. No hay otra manifestación más elemental y más obvia, y que a la vez promueva un cambio más profundo. Porque hay cosas para reclamar al Estado, sí. Pero el cambio mayor es de cabeza y es de cada uno y no hay una causa que promueva un mundo mejor y más justo que el que surja de este cambio.

Texto y foto: Javier Martínez

Este texto fue publicado por primera vez en Detintalimón el 21 de marzo de 2018.

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