“Si la regla es que nada tiene sentido, entonces todo vale”

Luego de cinco años sin estrenar una obra en Montevideo, Gabriel Calderón puso en escena y desmenuzó con los dedos algunas delicadas fibras sociales, familiares y políticas. If, Festejan la mentira estuvo en cartel solo nueve días, en la Sala Verdi, y es la cuarta de su pentalogía. Uz, Or y Ex son las tres anteriores, falta una.

El hecho de mantenerse en cartel por pocos días responde a la intensidad que concierne al teatro en nuestro país: “Cambió la forma de hacer teatro en Montevideo, ahora las obras giran, los actores también hacen otras cosas y eso no les permite mantener un compromiso de varios meses; es una manera de hacer, no la elegí. Es como es, no hay una sala que pueda tener tanto tiempo en cartel una obra, es una manera de hacer posible lo imposible”.

“Juego al chancho va en Uruguay”, dice Gabriel. Cada vez que pasa más de dos meses afuera del Uruguay empieza a pasar mal, su centro emocional, amigos, grupo creativo, pareja, a pesar de que cambiaron con el tiempo, siguen estando acá. “Lo mío no es una opción intelectual, es más emocional, no puedo hacerlo”.

Aun frente a las varias dificultades para hacer teatro en Uruguay, elige hacerlo acá. Le han ofrecido trabajar en el exterior varias veces desde su primera gira con Mi muñequita, hace más de 10 años. “En el resto del mundo hay otras dificultades, estrenar una obra con 19 años no es posible”. Al día de hoy tiene 12 estrenos y más de una veintena de obras escritas. En Francia ha tenido alumnos de 35 años que aún no estrenaron un espectáculo. “Las dificultades no se solucionan yéndose a otro lado”. Prefiere aprender a convivir con ellas.

Sus obras fueron representadas en Argentina, Brasil, Panamá, Perú, España, Francia y México y sus textos han sido traducidos al francés, alemán, inglés y portugués. Las posibilidades de no quedar conforme con la puesta en escena de sus obras, dirigidas por él o por otros directores, son altas. “A mí me cuesta mucho hacer una obra como a mí me gusta en mi país, con gente que conozco, con una cultura con la que medianamente dialogo. ¿Qué puedo pretender de gente que no conozco, que no sé cómo ha sido su vida ni cómo es su sistema de producción? Lo que pido es que agarren con pasión el material y si se equivocan por lo menos que se equivoquen con decisión por hacer teatro y no por respetarme a mí”.

“El teatro no es lugar para los acuerdos”

Calderón entiende el texto dramático como un mapa: “El teatro es otra cosa, el teatro es el territorio, un buen texto de teatro promete un buen tesoro en un buen territorio. Cuando ves una obra es lindo no ver el mapa, y preguntarse cómo se hizo esto, de dónde salió”.

Gabriel encuentra la riqueza del proceso de creación en equipo en las diferencias, “pasa a ser mucho más importante que algunas cosas que yo pienso despierten diferencias entre los otros, y cuando ello emerge hablar de eso y ver si lo podemos traducir artísticamente, a eso le llamo ensayar”.

“Resolver algo artísticamente no te asegura seguir resolviéndolo, como esto es una regla, prefiero no centrarme en la repetición, sino en cómo hacer para cambiar drásticamente. Tal vez es el único fracaso que sería soportable, voy a intentar hacer lo que creo que no sé, entonces si no llego, no importa”. Tampoco cambiar por cambiar lo motiva, sino también darle valor a lo viejo, lo que se desecha y cree que aún se puede aprovechar. Pero en arte, repetirse lo considera “robar la plata”.

La actual pieza teatral tardó cinco años en escribirse pero no pasó ese tiempo con el lápiz en la mano. Calderón considera que la escritura de una obra empieza aun cuando no empezó la escritura. La vida personal afecta y moviliza la creación de cualquier artista, y en determinado momento del proceso de escritura se dio cuenta de que se la iba a dedicar a su abuelo. “En un rango de tiempo medio corto se me murieron los dos abuelos, uno era muy bueno y el otro era muy malo. Dedicársela a mi abuelo es no definir a quién, porque si salía mal, sabía que se la dedicaba al malo, y si salía bien, se la dedicaba al bueno. Hay partes de la obra que fueron escritas pensando en el sorete y partes, en el bueno. Mi abuela Gloria –mujer de mi abuelo bueno–, me dijo: “¿Vos escribiste esto pensando en el abuelo? ¡Las partes buenas sí, abuela, las partes malas en el malo!”.

La obra vio la luz pocos días después del fallecimiento repentino de su hermana, Jimena. No supo hasta último momento si iba a poder llegar a estrenarla. Su amigo y colega Ramiro Perdomo le tendió una mano en los últimos días. La frase del director brasileño Antonio Araujo le acompañó, como siempre le sucede: “El día anterior a estrenar siempre siento que dejé crecer un error y ahora no lo puedo echar para atrás”. Cuenta Gabriel que la única que estaba convencida de la obra era Jimena, ella estaba muy ansiosa.

En la obra hay una frase de Antón Chejov que lo ayudó: “Cuando estas personas rozaron esta felicidad como ellas lo rozaron y cuando lo pierden como ellas lo perdieron, se marchitan, se vuelven malignas, el fallecimiento del abuelo fue como el derrumbamiento de un campanario, y ellas eran las campanas y ya no suenan más”. Gabriel se sincera: “Cuando falleció mi hermana, una persona en la flor de la edad con tanto por venir, con tantos logros, [en este tipo de situaciones] evidentemente uno se cuestiona las cosas más íntimas, y cae en las frases hechas de estilo ‘que injusto’, pero si uno decide que la regla es que nada tiene sentido, entonces todo vale. Me parece que el paso a marchitarse y volverse maligno es inmediato, entonces lo que uno puede hacer es resistirse a marchitar. Uno de los mecanismos que encontré para enfrentar el fallecimiento de mi hermana es que las cosas que tenía conmigo no se marchitasen, entre ellas, la obra.”

“Días antes de que muriera le conté que había sacado de la obra la canción Total Eclipse of the Heart, de Bonnie Tyler, y ella me dijo: ‘Ah no, si no está la canción yo no voy’. Bueno al final falleció, no vino, pero puse la canción. Esas son las ironías de la vida”.

Texto: Alito Cabrera

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