La dinámica global de la basura, otra relación de dominación

13 de septiembre de 1987. Goiás, estado central del gigante Brasil. En la ciudad de Goiania, para ser más específico. Dos recolectores de basura buscan encontrar algo de chatarra para poder vender y llevar un poco de comida a sus casas. Tras recorrer las calles deciden ingresar al Instituto Goiano de Radioterapia, una clínica privada abandonada dos años antes en la que se realizaban tratamientos a personas con el poder adquisitivo suficiente para poder pagarlos.

Roberto dos Santos Alves y Wagner Mota Pereira jamás hubieran podido ingresar al hospital en los tiempos en que se encontraba en funcionamiento. Los parias del medio continente, los filhos da mesma agonía, no acceden a estas tecnologías para hacerse tratamientos que pueden salvarles la vida. Tienen acceso a este tipo de instalaciones cuando se convierten en desechos, la resaca de los pudientes, del mundo desarrollado.

En su aventura dieron con una unidad de teleterapia que en su interior tenía material altamente radioactivo. Desarmaron el aparato a martillazos y dieron con un corazón azul lleno de veneno. Sorprendidos por una luz azul brillante creyeron encontrar oro y compartieron su hallazgo con otras personas de su comunidad: al menos cinco familias vecinas tomaron contacto con el elemento que resultó ser Cesio 137, originando así el mayor desastre nuclear hasta la fecha en nuestro continente.

La contaminación por este elemento se extendió por todo el estado. El informe del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) publicado un año después de los hechos, reveló que más de 110.000 personas tuvieron que ser examinadas. Se encontraron niveles significativos de material radioactivo en 249. En total fueron hospitalizadas 20, y pese a la atención médica, cuatro de ellas fallecieron.

Así están divididas las sociedades, así está dividido el mundo. Una pequeña cantidad de personas que consumen grandes cantidades de bienes y servicios disfrutando de las oportunidades que brinda el capitalismo, tirando lo que ya no sirve mientras otras encuentran en ello la posibilidad de sobrevivir. De la misma manera existen en la actualidad países catalogados como desarrollados que ven al resto como su tacho de basura.

Dale esto, total ya no se U.S.A.

Según un informe de 2016, elaborado por el Banco Mundial, en el planeta se generan aproximadamente 2.010 millones de toneladas de residuos. La mayor parte de estos es originada por países del primer mundo, como es el caso de Estados Unidos, responsable de producir el 12% de los desechos planetarios. Tiene apenas la capacidad de reciclar un tercio y exporta el resto a países como Filipinas, Senegal, Camboya, Indonesia, Malasia, Vietnam y China, entre otros.

Países convertidos básicamente en basureros, no tienen la capacidad de tratar de manera eficiente ni siquiera sus propios desechos. Estos se acumulan en basurales a cielo abierto o islas de plástico. En la mayoría de los casos son incinerados o van a parar a corrientes de agua como ríos o arroyos trastornado para siempre la vida de esos lugares.

¿Ahora dónde ponemos todo esto?

En 2018 la dinámica global de la basura sufrió un cambio drástico. China, país encargado de recibir la mayoría de los desechos plásticos del mundo decidió prohibir la importación de 24 categorías de material reciclable. Los contenedores que salían cargados de productos elaborados para el consumo del mundo capitalista, retornaban llenos de basura con destino a las grandes empresas que hacían del reciclaje su principal emprendimiento.

El gobierno chino daba grandes facilidades y bajos controles al ingreso de estos contenedores, hasta el año pasado, cuando cambió su postura en busca de una “economía verde”. A este cambio se han sumado otros gobiernos como el de Vietnam, Hong Kong y Malasia, ocasionando así un problema importante para las grandes economías que tuvieron que salir a buscar nuevos “países volquetas” donde destinar su basura.

Un buen empresario ve una oportunidad donde tu ves un problema.

El pasado 26 de agosto el presidente argentino Mauricio Macri salió al socorro de su gran amigo Donald Trump, mediante la firma de un decreto que flexibiliza los requisitos para permitir el ingreso de sustancias y objetos procedentes de otros países. La normativa vigente hasta ese momento exigía la presentación de un certificado de inocuidad sanitaria y ambiental que expedían previo al embarque, las autoridades del país de origen.

Esta desregulación abre la puerta al ingreso de cualquier tipo de basura sin tener en cuenta la capacidad real que tiene el Estado argentino para su tratamiento. En la actualidad, el sistema de gestión de recursos está colapsado, hay aproximadamente 5.000 basureros irregulares a cielo abierto sin ningún tipo de control. De acuerdo a las cifras del Banco Mundial, en el país vecino de un total de 2,7 millones de toneladas de residuos plásticos que se generan, 273.000 que no se recolectan y a su vez sólo el 5% del total se recicla.

Al caso argentino se le suma la decisión del gobierno paraguayo de modificar la ley de gestión integral de residuos sólidos. Esta ley prohíbe la importación de basura para su disposición final, salvo algunas excepciones. Con este cambio, Paraguay se convierte en otro destino para los desperdicios globales.

El país ubicado en el corazón de Sudamérica (con gran parte de su territorio sobre el acuífero guaraní) tampoco es un ejemplo a seguir en materia de gestión eficiente de los residuos domésticos. Este año, la Junta Municipal de la capital paraguaya declaró la emergencia ambiental a consecuencia al volumen de basura y residuos en lugares públicos. Se alertó de la amenaza de rebrote de varias enfermedades por la gran cantidad de desechos que van a parar a cauces hídricos.

La basura es un recurso.

Coacheados y utilizando frases marketineras, las autoridades utilizan la idea ecológica de la basura como un recurso, lo cual es cierto si el país tiene la disposición de invertir en herramientas y sistemas eficientes para convertir los residuos en energías renovables, como es el caso de Suecia, que recicla cerca del 90% de la basura que genera. De lo contrario, convierten sus países en gigantescos tachos de basura, obteniendo rédito económico a costa de la salud de sus ciudadanos.

De esta manera se construye el planteo discursivo de una solución falsa que configura el nuevo plano global donde los países del primer mundo ya no solo consumen recursos naturales de países pobres como dictamina la doctrina clásica del imperialismo. Al mismo tiempo, exportan a estos países millones de toneladas de objetos y sustancias peligrosas que se acumulan, provocando la destrucción de ecosistemas enteros, una merma en la capacidad productiva y la imposibilidad de explotar de manera sustentable sus propios recursos, todo como resultado de la contaminación

Mientras, de este lado del tablero, nos vamos pareciendo a aquel hospital abandonado de Goiania, a aquellos despojados buscando en la basura de los ricos una oportunidad con el riesgo de destruir todo. Ellos barren bajo la alfombra del progreso económico todo lo que ya no es útil en el afán de mantener esta dinámica perversa. Ya no cambiamos espejitos de colores por oro. Nos ofrecen su basura, se llevan los recursos y además pagamos por ello.

Texto: Manuel Viera.

Ilustración: Miopía Progresiva.

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