En boca de todes

“Hay poques diputades que están indecises”, dice una militante argentina durante la lucha por la despenalización del aborto en dicho país (la cual puedes ver en este link: https://youtu.be/IwozaE24z_w). Su intervención, su discurso, tenía como fin informar sobre cuáles serían las medidas que el colectivo de estudiantes tomaría para sumarse a la campaña por el aborto legal seguro y gratuito. Una cuestión que dividió a la opinión pública, que sacó a relucir los más diversos y pintorescos argumentos en favor y en contra del aborto e interpeló a muchos y muchas de nosotros, llevándonos a pensar, y por qué no criticar, el mundo en el que vivimos y su considerable desigualdad que nos rodea en varios aspectos de la vida cotidiana. Pero el mensaje que la activista quería transmitir, el propósito de su discurso, la lucha que ella y miles de personas más dieron y siguen dando, quedan perdidos, en segundo plano, poco más que olvidados, cuando se comparte el audio o el video de esta entrevista. Esas “e” que aparecen súbitamente al final de algunas de sus palabras parecen molestar más que los problemas que esta estudiante encuentra en su país.

“¿Le pasa algo?” “¿No sabe hablar?” “¿Está loca?” son algunas reacciones de quienes se enfrentan al lenguaje inclusivo que usa esta estudiante y un montón de otras personas que entienden que las desigualdades de nuestro mundo son tan grandes que hasta están codificadas en la misma lengua que usamos todos los días.

Pero ¿qué es, en sí, el lenguaje inclusivo? Esta idea es, a grandes rasgos, el cambio del género gramatical de las palabras, tales como los sustantivos, adjetivos o pronombres, con la idea de así se puede ser más precisos a la hora de representar a una persona que no se identifique con el actual establishment del español, que es a partir de dos géneros: masculino y femenino. Por eso, se utiliza la “x” y la arroba (@) en la escritura y en el correlato oral se opta por sustituir la “a” y la “o”, asociados a lo femenino y lo masculino, respectivamente, por la “e”.

¿Y los lingüistas qué dicen?

Como estudiantes de Lingüística nos pasa que generalmente no hay mucho conocimiento sobre qué es lo que hacemos cuando, medio al pasar y sin entrar en detalles, decimos que los lingüistas estudiamos “la lengua”. Es en momentos como estos, en que un fuerte fenómeno relacionado con el lenguaje se manifiesta socialmente, en los que osamos meternos con el esplendoroso castellano, las personas a nuestro alrededor nos preguntan: “vos que sos lingüista ¿qué pensás de esto del lenguaje inclusivo?” o “¿viste a la gurisa diciendo “todes” en la tele, qué te pareció?”.

A nuestro entender, la discusión sobre el lenguaje inclusivo es mucho más política y social que lingüística, o al menos eso es lo que solemos decir cuando se nos arrincona para que demos una explicación. Aun así, es mucho lo que podemos aportar a esta discusión como estudiosos de la lengua. Al ver el video de la estudiante hablando, nos resulta evidente que está hablando español: su vocabulario es el que todos compartimos, la estructura de sus oraciones es la misma que usamos todos los días, su acento y entonación nos resultan familiares. Pero al final de palabras como diputados nos encontramos con algo extraño, algo inesperado. En donde todos esperaríamos encontrarnos con una “o” aparece una “e”: diputades. ¿Qué hace esa “e” ahí? Para dar respuesta a esta pregunta parece necesario hablar primero de algunas cuestiones sobre el funcionamiento de nuestra lengua, para luego poder ver con más claridad por qué está esa “e” ahí.

Incluyamos al género gramatical

Palabras como casaamigopoeta o sueño pertenecen a la clase de palabra que se denominan substantivos. En términos muy generales, se puede decir que esta categoría refiere a cosas o entidades del mundo que nos rodea, como en Mi padre vive en esa casaMi mejor amigo se llama Juan. Las palabras de esta clase tienen una propiedad inherente denominada “género gramatical”. En el español actual el género gramatical clasifica u ordena las palabras en dos grupos: las que corresponden al género femenino (casanubemadremanoilusión, etc.), y las que corresponden al masculino (bancocielopadrepiesueño, etc.). El género gramatical también es una propiedad de algunos pronombres, como él o ella. Y es una propiedad que pone condiciones a las palabras que se relacionan con los sustantivos en la oración. Por ejemplo, en la oración Ayer me comí una manzana roja, el sustantivo femenino manzana impone su género al artículo, una, y al adjetivo, roja. Pensemos en lo inaceptable que resultaría decir *Un manzana rojo. Además existe en el español un número reducido de pronombres de género neutro como loesoello, que, a simple vista, parecen de género masculino, pero que en realidad no lo son; no necesariamente refieren a entidades masculinas.

Estas apreciaciones tienen que ver con la información lingüística que todos los hablantes conocemos y sabemos usar. Ahora bien, ¿qué pasa entonces con el lenguaje inclusivo? A la hora de hablar de seres humanos, nos encontramos con que muchas veces el género de las palabras que usamos para referirnos a personas coincide con el sexo biológico de la persona a quien nos referimos. Al hablar de situaciones de la vida cotidiana, por ejemplo, podemos hacer referencia a las personas a nuestro alrededor y emitir oraciones como Me senté al lado de una muchacha muy alta en el ómnibus o El mozo del restorán es muy atento. Estos ejemplos no presentan mayores dificultades, en el primero hago referencia a una sola persona que parece ser una mujer, y en el otro hago referencia a una sola persona que parece ser un hombre; la forma de las palabras que uso para hablar de estas personas coincide. Dicho de otro modo, hay correlación entre el género gramatical de la entidad a la que se refiere y el sexo biológico de la entidad del mundo referida.

Pero, ¿qué pasa cuando quiero hablar de muchas personas, entre las cuales hay tanto hombres como mujeres? Lo esperable es que, al hacer referencia a grupos mixtos, por llamarlos de alguna manera, se usen las formas masculinas de forma “genérica”. La frase con la que se comenzó este artículo sería, pues, Hay pocos diputados que están indecisos. Esta oración se puede interpretar de dos maneras. En una se refiere a un grupo constituido solo por hombres, otra lectura hace referencia a un grupo constituido tanto por hombres como por mujeres. Es aquí en donde quienes promueven el lenguaje inclusivo encuentran las desigualdades de la sociedad impresas en la lengua. ¿Por qué se invisibiliza a la mujer usando formas masculinas? A esto hay que sumar aspectos que ya no tienen tanto que ver con cuestiones biológicas relacionadas con el sexo de los individuos, sino con cuestiones identitarias de género. Por ejemplo, hay personas que no se conforman con la clasificación binaria “hombre/mujer” “masculino/femenino”, sino que amplían el espectro de identidades e individualidades humanas.

La “e” al final de las palabras que marcan el género es uno de los muchos instrumentos de los que disponen los colectivos que, a través de la lengua en este caso, buscan cambiar las relaciones de poder que están establecidas en nuestras sociedades. Es mucho más que un mero capricho lingüístico, es un golpe, un sacudón que con suerte nos ayudará a repensarnos. Esta propuesta de cambio lingüístico parece venir a contrapelo de la sociedad, más aun de la lengua misma, que parece estar alejada de la voluntad de sus hablantes y de los cambios conscientes que estos quieran hacer en ella. Pero si la discusión sobre el lenguaje inclusivo es más política y social que lingüística, a lo mejor también lo sean sus cambios.

Texto: Néstor Bermúdez y Pablo Lérida

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