Crisis de régimen e izquierda institucionalizada

La situación actual recuerda más a la vivida en los años 30 en Europa que a la de la segunda mitad del siglo XX; no parecen tiempos de reformismos sino de construir alternativas. No se trata de repetir la historia y las frustraciones pasadas sino de fabricar un nuevo proyecto de mundo que incluya a todos y todas.

Columna de opinión

En los últimos años hemos asistido a cambios significativos en la configuración política de países centrales del orden mundial. Si bien se están produciendo acontecimientos de igual o mayor relevancia en el resto de los países y continentes, vale aclarar que esta columna se centrará en algunas generalidades que se infieren de los casos particulares de los países de Europa central y de Estados Unidos.

La salida del Reino Unido de la unión europea (Brexit), la victoria de Donald Trump en la primera potencia política y económica mundial, junto con el auge de la extrema derecha en ciertos países claves, como es el caso de Francia, abren las puertas a un nuevo panorama político del que hay que dar cuenta.

En primer lugar, es necesario contextualizar este fenómeno. Estos países han sufrido una profunda y prolongada crisis económica que ha afectado tanto a la clase trabajadora como a una clase media que vio cómo año a año iba empeorando su nivel de vida. Esto último es, probablemente, el mayor factor explicativo de la situación actual, las clases medias constituyen la base donde se sostiene la legitimidad de los regímenes políticos y su empobrecimiento sostenido a lo largo de la última década sentó las bases de la actual crisis política.

Los modelos de austeridad y recortes que proponen organismos internacionales, y que se aplican como órdenes en estos países, lejos de parecer una solución, se muestran como, si no el causante, un agravante de la situación. Reformas laborales que acarrean pérdida de derechos en los trabajadores, recortes en sanidad, educación, entre otras medidas, constituyen un cóctel que explota en el nivel de vida de las poblaciones. Es así que la base de la crisis política en la que nos encontramos es la crisis económica de los últimos años.

Teniendo en cuenta esta situación, a la que se suman factores locales y “externos” (como la crisis de refugiados), no era una sorpresa su traducción política (partidaria). El proyecto político-económico que está en crisis en estos días es el de la globalización, ante eso nacen alternativas nacionalistas. Esta respuesta surge, de forma más visible, en una extrema derecha populista, con discursos en clave nacional, contrarios al modelo global y con un fuerte contenido de crítica al deslegitimado aparato político tradicional (establishment).

El nacionalismo, en estos proyectos, atraviesa las principales esferas: nacionalismo en lo económico, con la idea de cerrar fronteras para desarrollar un modelo proteccionista; en lo político, con el enfrentamiento de las organizaciones internacionales y el reclamo de su salida (se resalta el caso británico, pero también se puede observar en el enfrentamiento de Donald Trump con la Organización de Estados Americanos), y, por último, el nacionalismo en lo social, un discurso antinmigración que cada vez parece ganar más adeptos, sobre todo en la Europa que sufre la crisis de los refugiados sumada a los reiterados atentados terroristas.

Ante la caída de popularidad de las élites políticas tradicionales, ¿cómo está actuando la izquierda?

La respuesta a la crisis de régimen no vino únicamente de la extrema derecha, la izquierda internacional también ha jugado su papel en los últimos años. A continuación se intentará analizar cómo ha sido. Dentro de los partidos de la nueva izquierda emergente se destacan el caso de la formación Syriza, que logró llegar al gobierno de una Grecia devastada por la crisis, y la creación de Podemos, en España, que ha logrado cinco millones de votos en la primera elección nacional a la que se presentó. A su vez, el éxito de la formación morada ha servido de inspiración a Jeremy Corbyn (sorpresivo nuevo líder del laborismo británico) y a Jean-Luc Mélenchon, quien ha tenido una muy aceptable votación en las elecciones francesas. También cabe destacar la actuación de Bernie Sanders en las elecciones primarias del Partido Demócrata estadounidense.

Si bien estas formaciones han tenido un éxito relativo en cuanto al número de seguidores, considero que constituyen una respuesta tardía y con serios problemas para ganar batallas discursivas que se presentan claves. Uno de los factores a tener en cuenta es el eco que tiene el discurso de la extrema derecha en las clases trabajadoras, incluso en bastiones comunistas (como lo era la Confederación General del Trabajo francesa) se han volcado en masa a votar a la candidata del Frente Nacional, Marine Le Pen. Donald Trump también obtuvo un alto número de adeptos dentro de la clase trabajadora (principalmente, hombres blancos) norteamericana.

Ante esta situación, podemos pararnos desde la superioridad intelectual típica de la izquierda tradicional, que considera a dichos votantes ignorantes que adhieren a un discurso reaccionario (“el problema no es Trump, sino sus votantes”), o plantear el problema de la poca recepción que tiene el discurso de la nueva izquierda en las clases populares. La razón principal que identifico es la ausencia de un discurso radical y transformador. De hecho, el discurso radical (incluso clasista) ha sido acaparado casi en su totalidad por la extrema derecha. Ante las dudas y los temores que se observan en la izquierda, la extrema derecha responde con propuestas rupturistas. Un ejemplo puede observarse en el vínculo de los países con una Unión Europea que ha dejado de ser una solución para los pobladores del continente. El Brexit fue defendido por la extrema derecha británica, lo que generó una adhesión mayor a la esperada que llevó a la victoria del referéndum, mientras que la izquierda mantenía una postura dubitativa.

La defensa de la soberanía nacional debe ser una temática que preocupe y ocupe a todo movimiento político progresista. Se hace indispensable aún más teniendo en cuenta el accionar de la Unión Europea, que impone políticas económicas en los países del continente. Grecia constituye un claro ejemplo de ello, un gobierno obligado a aplicar las medidas dictadas por la Troika, más cercano a ser un protectorado que a un país soberano. Es cierto que los estados-nación han perdido poder de decisión en manos del capital financiero internacional, pero la solución no puede emerger de otro lugar que no sean los mismos estados.

Es necesario también atacar de frente el discurso sobre la inmigración, probablemente el arma más efectiva del discurso de la nueva derecha. Establecer una batalla discursiva que refiera a las causas y que logre cambiar el eje de conflicto de trabajador-inmigrante a trabajadores contra los verdaderos privilegiados de la situación.

Estos ejes temáticos han sido tratados, en mayor o menor medida, por los partidos políticos de izquierda emergentes en los últimos años, pero no con la suficiente potencia como para adherirse en el sentido común de la gente. Más aún en una clase trabajadora que parecería no conformarse con discursos reformistas. Quizá es tiempo de que el enemigo deje de ser el neoliberalismo y vuelva a ser el capitalismo.

En momentos donde discursos antisistema tienen gran aceptación, es necesario apropiarse de estos y desenmascarar la falsedad que radica en que un millonario capitalista como Trump sea quien se muestre como la alternativa al sistema actual. Si bien existen particularidades en los diferentes países, y en discursos más radicales que otros, la izquierda parece conformarse en sus programas con aplicar políticas keynesianistas que retornen al Estado de bienestar. La situación actual recuerda más a la vivida en los años 30 en Europa que a la de la segunda mitad del siglo XX; no parecen tiempos de reformismos, sino de construir alternativas. No se trata de repetir la historia y las frustraciones pasadas, sino de fabricar un nuevo proyecto de mundo que incluya a todos y todas.

La izquierda debe retomar y apropiarse del discurso de clase y no dejárselo a una derecha que apunta a la fórmula del penúltimo contra el último, de los trabajadores contra los inmigrantes. Esto no quiere decir que se debe conformar con ocupar un sector reducido del espacio político electoral, la izquierda debe presentar alternativas realmente transformadoras pero sin dejar de ser ganadora. Ese constituye el principal desafío en estos días.

Texto: Daniel Cuitiño Volpe

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