…sobre gente que abre un restaurante

Muchos hemos pensado en algún momento que sería una brillante idea tener un restaurante propio. Por suerte al rato nos olvidábamos del plan, pero seguiría ahí, latente, esperando cualquier pavada para volver a cruzarse en nuestro camino: una tarta que nos quedó particularmente bien, una receta que no prometía mucho pero terminó siendo un gran descubrimiento, un local con alquiler barato en una esquina que nos gusta, un amigo que podría diseñar el lugar, ganas de renunciar a nuestro trabajo actual.

Muchos hemos pensado en algún momento que sería una brillante idea tener un restaurante propio. Por suerte al rato nos olvidábamos del plan, pero seguiría ahí, latente, esperando cualquier pavada para volver a cruzarse en nuestro camino: una tarta que nos quedó particularmente bien, una receta que no prometía mucho pero terminó siendo un gran descubrimiento, un local con alquiler barato en una esquina que nos gusta, un amigo que podría diseñar el lugar, ganas de renunciar a nuestro trabajo actual. La proliferación de series y películas sobre el mundo de la cocina nos ha llevado a conocer el “detrás de escena” de este fascinante y tortuoso mundo. Ahora sabemos que ser chef es estresante, demanda mucho tiempo y energía y no es tan divertido como parece. Pero existe algo más estresante que tener un restaurante: abrir un restaurante. Hoy recomiendo tres películas sobre gente que tuvo esa alocada idea y la llevó a cabo, o al menos lo intentó.

Tampopo (Japón, 1985. Dirección: Jûzô Itami)

Unos camioneros paran a comer en un barcito de mala muerte. Se pelean con unos gánsteres que acosan a la dueña del lugar y deciden asociarse a ella con el fin de ayudarla a reabrir el restaurante, con un aspecto renovado, y lograr dar con la receta del ramen perfecto (una especie de sopa con fideos tipo “noodles”, verduritas, carne, salsa de soja y cosas raras que no logro identificar). Durante la película veremos a nuestro equipo inmiscuyéndose en diferentes cocinas para robar secretos culinarios, enfrentándose a malhechores y viviendo aventuras graciosas y absurdamente japonesas. Todo esto alterna con viñetas sobre el vínculo con la comida, de personajes que no forman parte de la historia pero que nos ofrecen un pantallazo complejo e interesantísimo de la gastronomía japonesa.

La graine et le mulet (Cous cous. Francia, 2007. Dirección: Abdellatif Kechiche)

Una familia de origen tunecino, radicada en Sète (sur de Francia), está pasando por una situación económica complicada y el padre de familia, Slimane Beiji, tiene la genialísima idea de abrir un restaurante de cous cous en un barco abandonado. Slimane tendrá que solicitar préstamos (recordemos que es un inmigrante tunecino, la burocracia francesa no estará de su lado), pedirle a su exmujer que cocine (hay miembros de su familia actual y de la anterior enfrentados, lo cual no facilitará las cosas) y superar millones de prejuicios culturales e ideológicos, tanto de la comunidad francesa como de la magrebí. El uso de actores amateurs para interpretar a los queribles personajes y la cámara en mano le aportan a Cous cous frescura y espontaneidad. La solidez del guión y el ritmo del montaje generan un estrés y un suspenso tales que experimentaremos por un rato lo que siente las 24 horas cualquier manager de un restaurante.

For Grace (Estados Unidos, 2015. Dirección: Mark Helenowski, Kevin Pang)

Curtis Duffy es un conocidísimo chef de Chicago que deja su trabajo como empleado para abrir su propio restaurante, Grace. El documental muestra el proceso entero: el galpón inicial que se va transformando, el papelerío que atrasa todo, la expectativa de los medios; a la vez que vamos conociendo a la persona detrás del exitoso cocinero. Curtis tiene un pasado complicadísimo y un presente solitario: se divorció recientemente porque, como cualquiera que haya visto alguna serie/película sobre alta cocina sabe, para ser un gran chef es indispensable trabajar 16 horas diarias y renunciar a prácticamente todo. Y esto es lo que más me gustó de esta historia: a nivel fílmico no es “wow” (es un documental con una estructura y recursos muy yanquis, una musiquita medio pedorra y sin grandes sorpresas), pero por suerte no intenta transmitirnos la falsa idea de que el tipo es un triunfador, sino todo lo contrario; mientras lo vemos preparando esos sofisticados platos de comida chiquitita no podemos evitar preguntarnos: ¿realmente vale la pena sacrificar tanto por una estrella Michelin?

Texto: Micaela Domínguez Prost

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