Comenzó el ciclo de charlas “Libros los lunes”, de Darío Sztajnszrajber, en la Sala Zitarrosa. El lunes 29 de abril le tocó al “Génesis”, de la Biblia.
Y comenzó a partir de las ya conocidas palabras de Sztajnszrajber “cada texto es una excusa”, en tanto “hace rato creo que no tiene sentido una clase de contenidos, cuando estos están circulando en redes e internet [por esto], lo que se van a llevar es un abordaje”. Pero para hablar del “Génesis”, hay que hablar de su origen, la Biblia.
La Biblia es un texto sagrado, y como tal, según la Iglesia, no fue escrito por un ser humano. Existen dos vertientes: una dice que directamente la escribió Dios y otra que lo hizo Moisés bajo inspiración divina, Sztajnszrajber ironiza y compara este texto con la historia sin fin, ya que en la Biblia se describe a Moisés escribiéndola.
Creo que no creo
No es lo mismo religión que religiosidad. Así lo explica el filósofo argentino: “Estamos todos acá (en la sala) porque hay algo que no nos alcanza. Preguntas que trascienden lo que hay, que buscan un sentido más amplio. Estas preguntas son, de alguna manera, religiosas. Otra cosa es la religión como un conjunto de instituciones que en algún momento de la historia monopolizan estos textos abiertos y estas preguntas por el sentido, se apropian de ellas y les dan respuesta absolutamente ordenadas, tematizadas y clasificadas para que esos individuos las administren y ejerzan poder a partir de ellas”.
Una pregunta religiosa es, por ejemplo, “¿hay algo más?”. A esto, la Iglesia responde. “Sí, se llama Dios y es así: hombre, viejo, blanco, heterosexual, eterno, etc.”. En esta lectura nadie traiciona más el espíritu religioso que la religión. La religión como institución se lleva puesta la religiosidad, que busca desbordar el dique conceptual, la normativa, no solo porque define a Dios o el “más allá”, sino porque cobra y postula represiones de forma ética para alcanzar ese “más allá”.
El filósofo italiano Gianni Vattimo plantea que el retorno de lo religioso es un fenómeno que se da a nivel cultural y filosófico en tres dimensiones. Una son los fundamentalismos, versiones ultraortodoxas de las religiones tradicionales. Sztajnszrajber destaca que se trata de un fenómeno muy actual, que puede llevar presidentes a la cima y hacernos retroceder en derechos conseguidos. La segunda dimensión son los procesos de modernización de religiones tradicionales; el traspaso del papado de Benedicto a Bergoglio es un claro ejemplo: Francisco aggiorna la Iglesia y los fieles retornan porque la opción religiosa se vuelve más “copada”. Esta dimensión apunta al fiel harto de la ortodoxia. La tercera atiende al retorno religioso como experiencia posreligiosa; es la distensión de la religión tradicional, el emergente de la religiosidad por sobre las religiones, es creer en algo, pero no en las instituciones. Ante la pregunta “¿hay algo más?”, desde esta perspectiva la respuesta es “sí”. Pero, “¿qué hay?”. “No lo sé, o no lo digo para que no se institucionalice”. Se entiende que tiene haber algo más, o al menos que no puede no haberlo.
Así, la frase de Vattimo “creo que creo” resignifica el verbo creer, porque siempre se cree en lo que no se sabe. Salvo en su uso religioso, el verbo creer siempre tiene que ver con la duda, supone estado de incertidumbre. El primer creo en Vattimo es débil, el segundo es fuerte. Lo mismo se puede formular al revés: “creo que no creo”. El primer creo te coloca en lo abierto y el segundo en el dogma, la creencia absoluta.
El mesías y la estructura mesiánica
Tanto para el judaísmo como para cristianismo el texto en cuestión contiene la palabra de Dios, pero su principal diferencia y causa de escisión es la proclamación de Jesucristo como mesías. Por esto la Biblia tiene dos partes, el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. En el primero, se anuncia la llegada del mesías, constantemente, que nunca se concreta. Es en el Nuevo Testamento donde el cristianismo introduce a Jesús como Cristo (el mesías). Por lo cual esta segunda parte constituiría un texto de ficción para el judaísmo.
Sztajnszrajber explica que la estructura mesiánica tiene que ver precisamente con que el salvador nunca llegue; se necesita una promesa que no se cumple que permita la tensión hacia algo que no termina de plasmarse, que deje abierta la posibilidad de lo distinto, de lo que va a cambiar todo. Ambas religiones mantienen de diferente forma esta estructura, el judaísmo cree que el mesías aún no llegó, mientras que el cristianismo postula que sí llegó, y aún más, que murió por nosotros y va a volver el Día del Juicio Final. Así, nosotros tenemos que hacer “los deberes” para su retorno.
Sin embargo, el retorno desde la perspectiva cristiana es más compleja. Para que vuelva el mesías (Cristo, Jesús, el salvador) primero tiene que llegar el Anticristo, que hará que todo esté a punto de derrumbarse y obligará a Cristo a volver, de manera definitiva, para salvarnos, poniendo fin a la historia; lo que se conoce como Parusía. Dado que la llegada del Anticristo es una postulación muy incómoda y genera miedo, la Iglesia la retiene. Esto trae como consecuencia que no llegue el Día del Juicio Final, por lo que el mundo seguirá como está, sin nadie ni nada que lo salve. El profesor se ríe y comenta que si el mundo está como está es por culpa de la Iglesia, que no permite la aparición del Anticristo.
Autores y traducciones de la Biblia
Existen además relatos apócrifos, que no están incluidos en el texto bíblico, que comentan el texto central. A estos relatos complementarios se los conoce en la religión judía como Talmúdico, que refiere a la sabiduría oral que interpreta, completa y problematiza el texto bíblico. ¿Por qué no están incluidos? Según el docente, porque “un grupo de élite decidió que la Biblia llegaba hasta determinado lugar y limitó el texto como quien limita un territorio”.
La Biblia y sus traducciones suponen algunos problemas. En un primer momento la Biblia contaba con una única versión en hebreo. Luego contó con cientos de traducciones, se dice incluso que es el libro traducido en más lenguas hasta el momento. La Septuaginta, fue el órgano encargado en lo que refiere a la traducción al griego koiné, conocida como la Biblia griega. Hubo unos 70 sabios que tradujeron a la misma vez, aunque aislados entre sí: el Pentateuco (para el cristianismo, los cinco primeros libros) o la Torá (para el judaísmo). Luego se cotejaron las 70 traducciones para ver los errores y las diferencias. A propósito, el expositor pregunta retóricamente al auditorio: “¿Saben cuántos errores hubo? Ninguno”. Y nos recuerda que “traducir es traicionar” antes de introducir el siguiente problema.
En el segundo libro de la Biblia, el “Éxodo”, Moisés se encuentra con Dios en una montaña y le pregunta su nombre, a lo que Dios responde “soy el que soy”. Esta traducción está en tiempo presente para el lenguaje grecorromano (soy), presente que instala la idea de un dios absoluto. Pero en la versión en hebreo el verbo ser aparece conjugado en futuro, por lo que la respuesta debería traducirse como “seré lo que seré”. Este futuro habla de un dios abierto, maleable, flexible y dinámico. Incluso hay otra versión introducida por la teología de la liberación latinoamericana que utiliza el verbo estar.
El origen como idea original
Los libros del Pentateuco se conocen por su primera palabra. En el caso del “Génesis”, la traducción sería “en el comienzo”, las tres primeras palabras con las que comienza el texto. El primer problema filosófico que se plantea aquí es el problema de la creación. Todo pueblo necesita una metafísica que avale el lugar donde se encuentra, no es distinto a la refundación de identidades y héroes nacionales, creamos momentos fundantes para todo, incluso familiarmente, les ponemos una gran carga a nuestros antepasados porque tenemos que provenir de algo grande y así ensalzamos nuestro pasado.
El “Génesis” tiene 50 capítulos en los que se trata dos grandes temas: la creación del mundo, (en los primeros 11), también llamado etapa cosmogónica o del origen del cosmos, y los patriarcas, los cuatro padres del pueblo hebreo: Abraham, Isaac, Jacob y José, el príncipe de Egipto (en los 39 capítulos siguientes).
El capítulo I, sobre la creación del mundo, instauró como cuestión válida la pregunta por el origen del universo y con ella determinó que hay un origen, si bien según Sztajnszrajber lo más lógico es que no haya habido origen. “No se me ocurre un momento original donde haya un pasaje de la nada al ser”, por eso afirma que “el principio del mundo es un dispositivo instalado”, una forma de ordenar la realidad desde causas, efectos y consecuencias. Así, cada uno cree en su propio origen, ya sea Dios creando o el Big Bang explotando, pero difícilmente alguien no crea en que existe un origen.
“Empezar es un invento humano, el mundo viene siendo desde siempre, nunca empezó y nunca va a terminar, no lo podemos soportar porque todo empieza y termina en el mundo humano, las películas, el fútbol, las relaciones, y esperamos que en el universo pase lo mismo”, sostiene.
Interpreto que creo
Uno de los problemas centrales de los textos en filosofía es la interpretación. Sztajnszrajber advierte que en los textos religiosos hay una dificultad doble en este aspecto porque “existen instituciones vigentes que se creen dueñas de ellos, ya que gran parte de su normativa depende de que sean los únicos administradores del sentido de ese texto”. Una segunda dificultad en este sentido son las traducciones. Hecha la advertencia, entonces, ¿por qué nos convoca la Biblia? ¿Por qué hacer filosofía a partir de este texto? Occidente tiene una madre y un padre: “por un lado, la cultura grecorromana, y por otro, la tradición judeocristiana. Estas son las dos grandes estructuras que podemos llamar la civilización occidental”, explicó. Según el docente, podemos ser creyentes, ateos, agnósticos, todo a la vez o ninguna de ellas, pero, de todos modos, la Biblia habla de nosotros, la Biblia nos estructura e incluso conocerla nos ayuda a conocernos como sociedad.
La pregunta suena en el auditorio: “¿Alguien puede entender la sociedad patriarcal reinante si no es desde el relato fundante más opresivo que ha existido entre el varón y la varona, como dice el texto bíblico?”. Hay mucho del “Génesis” presente en nuestra vida cotidiana, influencias en la vida de pareja y en los vínculos en general, por ejemplo. Por eso, aclara Sztajnszrajber, comienza el curso con un libro religioso, dado que, como dice Vattimo, “no podemos no ser religiosos”. Entre el creyente y el ateo, la filosofía no puede tomar partido por ninguno, no se puede abordar el “Génesis” como un ateo, “porque me pierdo la mitad de lo que tengo que deconstruir, parto de una certeza y yo quiero abrir la interpretación, no cerrarla”.
De hecho, Sztajnszrajber sostiene que la cultura literaria es heredera de la cultura religiosa, porque la cultura religiosa es una cultura del libro. Biblia significa “libro” en griego. Nosotros, intérpretes de textos, somos provenientes de una cultura del libro, y, entonces, de una cultura religiosa, “somos como un cura haciendo exégesis de los textos”.
Por lo dicho, la deconstrucción del texto bíblico muestra la fuerza que tiene el texto en nuestro orden u organización social. Para eso hay que salirse de los lugares estructurados, el texto es sagrado porque admite diversidad interpretativa, no porque lo escribió Dios. De cada relato se puede hacer un abordaje sociológico, filosófico, científico y místico. Para que el texto crezca en interpretaciones posibles, hay que sacarlo del juego de la verdad.
Si Dios creó todo, ¿quién o qué creó a Dios?
En el principio creó Dios los cielos y la tierra, y la tierra estaba desolada y sin forma y la oscuridad prevalecía sobre la faz del abismo y el viento de Dios revoloteaba sobre las superficies de las aguas. Entonces Dios dijo que haya luz y hubo luz.
Existen varias interpretaciones de este comienzo. Una es el creatio ex nhilo (creación desde la nada), que marca un punto de inflexión: ¿Qué había antes del principio? Nada ¿Cómo de la nada surge algo? Porque Dios es un supuesto. Surge entonces una segunda opción, creatio ex teo (creación desde Dios): había algo antes, era Dios, y este creó desde sí mismo, entonces antes del principio estaba Dios. Si estaba Dios, entonces había algo. Ante el supuesto de que Dios es todo, ¿cómo es posible crear algo si ya es todo? Todo lo que cree estará fuera de él, si está fuera del todo, entonces deja de ser todo.
Las teologías nihilistas explican este supuesto a partir de la idea de la totalidad: cuando Dios crea se retrae para dar origen al mundo. En esta línea, Sztajnszrajber refiere al filósofo Philipp Mainländer, quien sostiene que Dios se mutila para crear. Cada cosa creada supuso que se cortara una parte de sí mismo, Dios se autocadaveriza. ¿Por qué hace esto? Por amor, en tanto retracción, en oposición a la expansión. ¿Qué es amar? Retirarme para que el otro sea. Así se presenta a un Dios que se suicida y sufre.
Luego de esa creación, Dios ordena —“Es una especie de administrador de empresa”, clasifica todo—: Entonces dios dijo que haya luz y hubo luz. A propósito, el profesor apunta que “la luz es una de las peores metáforas con las que convivimos desde la Biblia en adelante”, aquello que ilumina se esclarece y, por tanto, se entiende. La luz es la metáfora de la oscuridad como algo negativo, de aquí que la carencia también lo sea, y de ahí, las grandes discriminaciones de la historia puestas en la carencia: la mujer es carencia de varón, el negro es carencia de blanco, y todas las lecturas negativas que de esto se desprende: “Las metáforas son hijas de la materialidad de su tiempo”, dice Sztajnszrajber, y la expresión surgió en una época donde no había electricidad, “si tuviéramos que inventar la metáfora de Dios hoy, no diríamos que es luz”.
Otra interpretación del comienzo surge de la mística judía, también llamada Cábala, que busca el mensaje enigmático de Dios encriptado en la letra escrita. Dios reveló su verdad en la Biblia, y tuvo que escribirla en grafía humana para que la entendiéramos. Su palabra es creadora, si el habla, aparecen cosas, y si leyéramos su palabra nos mataría. En este texto hay un mensaje trascendente que para desencriptarlo hay que adjudicar un número a cada letra. Sobre la base de la numerología, establece cálculos que siempre cierran, ironiza Sztajnszrajber. Cada coma en la Biblia tiene una razón de ser. “Es lo mismo que hacemos nosotros, solo que en vez de buscar el mensaje de Dios encriptado queremos saber qué quiso decir tal autor en tal texto o libro”. El Zohar, libro de la mística cabalística judía, descifra la biblia y va analizando cada uno de los relatos. Tiene su propia interpretación del “Génesis” y nombra a Dios a partir de un tetragrama: HYWY, de donde se desprenden, en una pronunciación forzada, los nombres de Iová, Yavé o Jehová.
Relatos salvajes
El Dios creador y ordenador muestra otras facetas en distintos relatos del “Génesis” que han quedado afuera del Nuevo Testamento. Para cerrar la charla, el filósofo argentino destaca algunos. Entre estos, el sacrificio de Isaac, el hijo de Abraham y Sara. Dios le pide a Abraham que para demostrar su fe sacrifique a su hijo Isaac, de 13 años. Abraham, dispuesto a quemarlo, se alivia cuando un ángel le toma la mano a su hijo y lo aleja de la hoguera, entendiendo que Dios solo lo estaba poniendo a prueba. Otro es sobre Lot, el sobrino de Abraham, relato que se sitúa en Sodoma y Gomorra, dos ciudades lujuriosas cerca del mar Muerto, donde Lot vivía con su esposa y sus dos hijas, que Dios quiere destruir. A sabiendas de que la ciudad sería destruida por pecaminosa, Abraham comienza una negociación con Dios para salvar a algunas personas. Intransigente, Dios dice que no, aunque muestra un mínimo de piedad y permite que Lot escape con su familia, bajo la condición de que lo hagan sin mirar atrás. La esposa de Lot mira atrás y se convierte en una estatua de sal. Además, luego la hija mayor queda embarazada, de Moab. Esto enfada a Dios y echa a toda la familia de la tierra prometida. El dato interesante de este relato es que Moab, hijo de un incesto, es ancestro directo de Rut, madre de David, padre del rey Salomón (tercer y último monarca del reino unido de Israel). Darío se sonríe al decir que toda la dinastía bíblica parte de un incesto.
Otro relato es sobre la primera mujer de Adán, Lilith. Existen dos versiones según la traducción del “Génesis”. En la primera creación Dios creó al ser humano a su imagen y semejanza, macho y hembra los creó. En la segunda creación, Dios tomó barro, le dio forma de hombre y le insufló vida, le dio alma y creó entonces a Adán. Este hombre recién creado le pide compañía a Dios tras haber probado con varias especies animales de la tierra. Literalmente, expresa: “No he encontrado ayuda idónea para mí”, a lo que Dios lo duerme, le saca un costado y crea a la varona: Eva. La mujer de la primera creación es la historia que no se cuenta, es Lilith.
Lilith no aparece en la Biblia, sino en los textos apócrifos, es lo contrario a Eva: una mujer confrontativa y autónoma. Lilith es flaca, alta, pelirroja y disfruta del sexo, con el paso del tiempo empieza a cuestionar la relación con Adán y entiende que es una relación política, se revela y deja de tener sexo con él, entonces Dios la destierra y la envía al mar Rojo con otros demonios que habían sido desterrados anteriormente. Lilith tiene sexo con los demonios y, consecuentemente, muchos hijos e hijas. Al tiempo, arrepentido, Adán quiere que vuelva, entonces Dios envía a tres ángeles en su búsqueda. Lilith no quiere volver, es feliz. Dios, como siempre, se enoja y manda a matar a todos sus hijos e hijas, ella enloquece y jura venganza.
Y así comienza el mundo. El desafío para seguir en él es encontrar, leer y reinterpretar historias como la de Lilith, textos subversivos que dejen ver otras maneras de andar, incluso en lo dogmático.
El lunes 3 de junio se presentó El Banquete, de Platón, lo seguirán El Spleen de París, de Baudelaire (24 de junio), Así habló Zaratustra, de Nietzsche (29 de julio), El Aleph, de Borges (26 de agosto) y por último el Manifiesto contrasexual, de Preciado (30 de setiembre).
Texto: Valentina Machado
Producción: Manuel Viera
Imagen: Alberto Montt