La fuerza del Estado, el poder de la Nación

Una vez más el conflicto parece recién estar comenzando. Resulta difícil hacer un análisis del proceso independentista catalán, luego de las impactantes imágenes que nos llegaron el primero de octubre.

Resulta difícil hacer un análisis del proceso independentista catalán, luego de las impactantes imágenes que nos llegaron el primero de octubre. La represión desmedida e indiscriminada de la Guardia Civil española hacia una población que nunca dejó de manifestarse pacíficamente, generó un contraste que hacía difícil que hasta el más indiferente no se solidarizara con los y las manifestantes. En el primero de octubre el referéndum pasó a un segundo plano y lo que se observó fue un gobierno que optó por la represión como única forma de defender sus intereses. Podían haber permitido votar a los catalanes y luego invalidar el resultado, pero prefirieron perseguir urnas, cerrar colegios electorales y reprimir votantes. De esta forma no solo fueron contra los independentistas sino contra el resto de los ciudadanos y ciudadanas que querían expresar su voluntad.

Está claro que al Partido Popular no le interesa que su imagen quede más deteriorada en Cataluña (son una fuerza minoritaria allí), el accionar fue dirigido al resto de España y en particular a su núcleo duro de votantes, algunos de los que días después marchaban por la unión de España con banderas franquistas y saludos fascistas. De todas formas, que el ejercicio de la violencia sea la única herramienta del gobierno en un tema tan complejo, muestra una pérdida de legitimidad con gran parte de la población. Esto no es nuevo en el gobierno de Mariano Rajoy, quien se ha decidido a resistir con todas sus fuerzas los cambios que se avecinan (pero que no se terminan de concretar) sin negociar sus posturas, es decir, sin hacer política. En la cuestión nacional es probablemente donde mejor se pueda ver este hecho, no reconocer la plurinacionalidad de España resulta, al menos, una torpeza política. La misma torpeza que fue y es la mejor aliada de los independentistas, quienes fueron juntando más fuerzas por cada negación de diálogo y de reconocimiento por parte del gobierno.

El problema no resuelto de la autonomía catalana, junto con el de todas las naciones que integran España, es una de las manifestaciones de la crisis de lo que se conoce como el régimen del 78, es decir, del pacto que resultó de la transición del franquismo hacia la democracia. Proceso que no significó una ruptura total con la dictadura sino que mantuvo algunos aspectos claves como la configuración territorial o la monarquía. La Monarquía también sale debilitada de este conflicto por un discurso del Jefe de Estado casi calcado al del Presidente del Gobierno, apelando exclusivamente a la legalidad, sin llamamiento al diálogo ni un mínimo de solidaridad con los ochocientos catalanes heridos por la represión de la Guardia Civil. El Rey Felipe VI dejó pasar, una vez más, una valiosa oportunidad de acercarse al conjunto de la población.

Por el otro lado, el gobierno de la Generalitat pareciera estar ganando la batalla cultural pero no poseer las herramientas necesarias para llevar a cabo el proceso. Se podría decir que mientras el gobierno de Carles Puigdemont concentra sus esfuerzos discursivos en lograr la hegemonía cultural tanto en Cataluña como en el resto del Estado, el Partido Popular apela a la coerción y al uso de la fuerza institucional como instrumento para defender sus intereses. El último gran movimiento político de Puigdemont fue la postergación de la Declaratoria Unilateral de Independencia y el llamamiento al diálogo con el gobierno. Es cierto que esta jugada fue una decepción para los militantes independentistas que se concentraron para escuchar el discurso que declarara la República Catalana. También trajo conflictos dentro de los sectores independentistas, el discurso de la Candidatura de Unidad Popular dejó en claro que no era lo que querían escuchar del presidente de la Generalitat y que esto era un golpe a la confianza entre los sectores. Sin embargo, este llamamiento al diálogo puede ser visto como una forma de generar legitimidad en la nación y en el resto del Estado. Se hace difícil sostener el discurso equidistante que reclama que ambos bandos no están abiertos al diálogo. Puigdemont sabe que mientras esté el Partido Popular en el gobierno el diálogo no va a ser posible, es por eso que este movimiento busca retratar al gobierno español y ganar apoyos en la opinión pública en la idea de que la única salida posible para Cataluña es la Declaratoria Unilateral de Independencia.

De hecho, esto fue visto con aprobación por una izquierda española que propone como única salida posible el diálogo y la concreción de un referéndum pactado. Esta postura tiene dificultades para ganar lugar debido al contexto de polarización existente. A su vez, resulta un tanto ingenuo aferrarse a la legalidad y al referéndum pactado como única salida posible cuando se sabe que el gobierno de Rajoy no está abierto a esa posibilidad. Le están pidiendo al pueblo catalán que espere a que Unidos Podemos sea gobierno para resolver sus conflictos. Si bien puede ser entendible que no apoyen la independencia por razones políticas, la izquierda española ha demostrado dificultades a la hora de comprender el proceso catalán. Una de ellas es el constante intento por deslegitimar la causa debido a que lo está llevando adelante parte de la derecha implicada en casos de corrupción y defensora de los recortes sociales.

El movimiento independentista en cataluña no puede verse como homogéneo. De hecho, gran parte de su importancia y alcance radica en su transversalidad. Los partidos independentistas se han unido en una coalición que va desde la izquierda radical de la Candidatura de Unidad Popular hasta la derecha del Partido Demócrata Europeo Catalán. Esto crea fuertes contradicciones a la hora de gobernar pero le da una fuerza mayor al proceso independentista. Que parte de la derecha independentista busque tapar sus miserias con nacionalismo e independencia no debe llevar a desconocer el carácter popular que tiene el proceso independentista. El tan denostado régimen del 78 está puesto en jaque y la izquierda española se aferra a la legalidad.

Otra de las críticas que se le hace es a su carácter nacionalista, entendiendo que los nacionalismos llevan a que los trabajadores se abracen más a su identidad nacional que a la de su clase. Esta postura tiene validez cuando se trata de un conflicto entre dos Estados de igual poder, no cuando una nación oprimida pretende reaccionar frente a su opresora. Si bien Cataluña es una región rica dentro del Estado español, la opresión se manifiesta en su limitada autonomía y en las imposiciones políticas que se le aplican. Las constantes manifestaciones en las calles de Barcelona demuestran que hay una insurrección popular, la izquierda no debería desconocerlo y podría aprovechar este contexto para trasladarlo al resto de España. El gobierno del Partido Popular, la configuración territorial e incluso la Monarquía se encuentran tambaleando. Los contextos cambian y las recetas no siempre son las mismas. Parece que a veces, por no comprender los momentos históricos, nos pasan las revoluciones por al lado.

La situación en Cataluña sigue entre la eterna amenaza de independencia de un lado y un gobierno apoyado por la derecha de Ciudadanos y la complicidad constante del PSOE, que se siente con fuerza para aplicar el artículo 155 de la constitución que significa una intervención por parte del Estado Español al gobierno autonómico. Continúa el clima de tensión política y promete nuevos capítulos, una vez más el conflicto parece recién estar comenzando.

 Texto: Daniel Cuitiño Volpe

Foto: HispanTV (http:www.hispantv.com)

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