El Palacio Legislativo se encuentra emplazado en el barrio de La Aguada, circunvalado por la Avenida de las Leyes y rodeado de lugares destinados a la memoria democrática de este país, como lo son la plazoleta Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz, establecida entre Yaguarón y Profesor Enrique Tierno Galván, esa que ahora ostenta un mural de fondo con figuras de la cultura uruguaya y que mucha gente la utiliza como espacio libre en horas de la tarde o los fines de semana.
Y si uno parte de ahí caminando, hacia la zona de la parte de la Plaza 1º de Mayo, en la esquina de Avenida de las Leyes y Hocquart, se va a topar con el Espacio Libre Plebiscito 30/11/1980, para llegar finalmente a la plaza de los trabajadores y mirar al palacio de las leyes de frente y sin pestañear.
Todo lo que rodea al Palacio Legislativo es historia, pero va con una gran carga de memoria, por eso lo de la nomenclatura que le acompaña alrededor.
Es símbolo de nuestra democracia y de los vaivenes que ha sufrido. Las tanquetas lo rodearon el día del Golpe de 1973 y en estos días, casi cincuenta años después, muestra más vallados alrededor que en anteriores períodos legislativos. Esa es la primera gran señal: vallarlo y rodearlo. Eso es para que no se pueda llegar “tan cerca”, ya que es destino de casi todas las manifestaciones que se generan en el centro y adyacencias de nuestra capital.
Otro aspecto es el del edificio de mármol por dentro. Escenario de momentos icónicos en nuestra memoria, como el discurso de Wilson en blanco y negro antes de la disolución de las cámaras, la foto de los militares con Gregorio Álvarez caminando a sus anchas dentro del edificio, la votación de la Ley de Caducidad, el intento de la ley interpretativa en 2011 y el voto nulo y nada inocente de Víctor Semproni del Movimiento de Participación Popular del Frente Amplio, el amparo en los fueros de Manini Ríos.
El Palacio Legislativo es memoria por dentro y por fuera. Una memoria acompañada por verdad y justicia. Reivindicada todos los 20 de mayo, memoria que luchó en la calle mediante dos referéndums con veinte años de diferencia para eliminar una ley que otorga impunidad. Una memoria atacada con presidentes que le dieron la espalda a las organizaciones de familiares de detenidos desaparecidos o gobiernos que no se pusieron la mano en el bolsillo para arreglar una máquina que estaba realizando excavaciones en un batallón.
Porque ahora se abrió esa “Caja de los Cucos” con la presencia de un partido de corte militar que presenta un proyecto de ley para otorgar prisión domiciliaria a responsables de delitos de lesa humanidad, más la iniciativa en paralelo de un grupo de “liberales” de un #thinktank de derecha llamado “Foro de Montevideo” cuyos representantes se reunieron en Torre Ejecutiva con Lacalle Pou exigiendo la liberación de los presos de la cárcel de Domingo Arena y abogan por “Una Navidad sin presos políticos”.
Un preso político es otra cosa y acá no hay que desayunar de esos entreveros y humaredas hechas con bolsas de nylon. El contexto político actual propicia el movimiento de tales organizaciones que, escondidas bajo una careta de “libertad”, encierran propuestas de carácter conservador y reaccionario. Porque el libre mercado, las asociaciones rurales e industriales y las clases dominantes, fueron los grandes aliados, pero también partícipes, de las dictaduras que se desarrollaron desde los años 60 y 70 en Latinoamérica.
Ahora es su momento para embestir por ese lado, pero ojo que siempre estuvieron allí y más cuando a esa caja nunca se le pusieron suficientes clavos en la tapa. Acá se sometió a voluntad popular la ley de impunidad dos veces con resultado negativo, ley que viola tratados de derecho internacional. Posteriormente no se pudo derogar por una ley interpretativa y fue la misma izquierda quien la dinamitó. Acá se separó de su función a una jueza que trataba casos de desaparición de personas durante la dictadura, en un gobierno de los que se proclaman progresistas. Y de la manifestación que fue a apoyar a Mariana Mota en la Suprema Corte de Justicia, se persiguió y amenazó a militantes y periodistas, para finalizar con un procesamiento de carácter penal en este año para algunos de ellos, por esos sucesos del año 2013 en el Uruguay del presidente Mujica Cordano.
Este año fallecieron José “Nino” Gavazzo y Gilberto Vázquez, Manuel Cordero sigue amparado en la Ley de Caducidad, Cabildo Abierto propone prisión domiciliaria, más los ataques sistemáticos desde el sistema político a organismos como la Institución Nacional de Derechos Humanos o el Servicio de Paz y Justicia (SERPAJ) y las apariciones de grupos liberales que hablan de liberar a responsables de crímenes de Estado, adjudicándoles un rol de víctimas que no es tal, ni por equivocación. Todo eso aderezado por declaraciones de la Secretaría de Derechos Humanos de Presidencia de la República, que en pasados días organizó una actividad en la que dejó entrever la responsabilidad directa del MLN para la concreción del Golpe de Estado de junio de 1973, más editoriales como el del matutino El País del pasado 6 de diciembre, en donde bajo el título Falsear la historia se le adjudica a la izquierda una actitud orwelliana de querer muñequear la historia a su favor en el tema de responsabilidades y precedentes en torno a la instalación de la dictadura.
Es otro tiempo político, se nota y no se esperaban actitudes contrarias a las que se están desarrollando, con un gobierno herrerista y con participación de un partido encabezado por un representante de una de las familias con más arraigo en el sistema político y militar de este país. Son otros tiempos, que conllevan a otros intereses que están mostrando la cara. Pero acá hay que volver a esa memoria y justicia que es el sustento de las acciones a tomar ante estas actitudes. Memoria que es clave en determinar este 2021 con tejes y manejes para intentar liberar a estos presos o “aliviarles” el procesamiento. Estos tiempos son hijos de todos los errores del pasado, de la complicidad con la impunidad, de no tomar las decisiones en base a los pactos del pasado, de los que cada vez se sabe menos y esa fue la idea desde el principio. De las responsabilidades de una fuerza política, que dejó una deuda muy grande en ese aspecto, que va más allá de la instalación de los sitios de memoria, porque la verdad, es muy fácil construir monumentos.
Ahora es tiempo de enfrentar a esta oleada, de confrontar a ese cuentito, en esta época en que tanto se habla de relato, pero el combustible esencial tiene que ser la memoria. Siempre presentes tienen que estar los hechos y actitudes del pasado, para construir futuros, pero para, fundamentalmente, reconocer que los errores y trampas del pasado otorgan estos presentes.
Todo se cimenta en la construcción y la preservación de esa memoria, que va más allá del nomenclator que acompaña a las afueras del Palacio Legislativo. La memoria también es poder admitir de nuestros errores y chanchullos como sociedad, de nuestras hipocresías y zancadillas, de los cabildeos a oscuras de nuestro sistema político. Porque hasta que no se bregue por la verdadera búsqueda de memoria, verdad y justicia, que como parte fundamental incluye la derogación de una ley que solo brinda impunidad, seguiremos simplemente confrontando a sus nuevos cuentitos.
Texto: José Luis Rodríguez
Ilustración: Tom Moreno