A casi medio siglo de la declaración de Estado de Guerra Interno en el mismo Palacio Legislativo, Manini Ríos cuestionó al Poder Judicial, continuó con la defensa de los ancianos torturadores y apeló a la figura metafórica típica de los defensores de la dictadura: la de pasar la página.
Las repercusiones en torno a las declaraciones del senador Guido Manini Ríos generaron un nuevo cortocircuito en la coalición del gobierno, todo acompañado por piezas de vergüenza ajena, mentiras y/o trolleo. Antes de que pasara a mayores, Lacalle Pou expresó complacientemente que “todo el mundo está en su derecho a opinar”, aunque tildó de inaceptable el Rivera Elgue gate y continuó calibrando las perillas. Lo cierto es que negar los crímenes de lesa humanidad y poner en el lugar de víctimas a ex militares genocidas provoca, aún y gracias a la memoria, reacciones.
“¿Hasta cuándo se procesará a militares octogenarios por hechos ocurridos hace 50 años?”. Así criticaba el ex comandante en jefe del Ejército y actual líder de Cabildo Abierto al Poder Judicial a partir del procesamiento del capitán retirado Lawrie Rodríguez por el asesinato de Iván Morales Generalli, en 1974, a causa de las torturas.
El nostálgico Manini Ríos, en la previa a la sesión parlamentaria del 14 de abril, se dedicó a repasar ciertos hechos que se sucedieron mientras dirigía el Ejército. Al presidente de ese momento, Tabaré Vázquez, le planteó una serie de casos de militares procesados, uno a uno los citó en el Parlamento y los tildó de injustos. Los apoyos a su relato cayeron en el uso de términos tales como “sediciosos”, a la hora de justificar la represión estatal, y refirió que la ex jerarca de Defensa Nacional, Azucena Berrutti, usaba la “venganza” como motor del accionar judicial.
Desde el ámbito ejecutivo, la respuesta salió por parte del ministro de Relaciones Exteriores, el colorado Ernesto Talvi, quien aseguró que el respeto de las sentencias son garantía de DDHH. El campo de exposición fue Twitter y una respuesta contundente e inesperada llegó por el mismo canal. El cabildante Rivera Elgue, número dos en Defensa Nacional, fue con la pierna en alto y atendió a Ernesto Talvi, y fue aún más duro con el ministro de Trabajo, Pablo Mieres.
A partir de ahí las versiones fueron cambiando frente el embrollo generado en la interna multicolor. Por un lado, un supuesto hackeo; por el otro, el subsecretario tiene más de una cuenta de Twitter y se confunde lo personal con lo laboral. Luego del humo del inicio, apareció la versión final de la mano de Elgue, quien responsabilizó a su entorno de confianza por los tuits en cuestión.
Cuando el ministro de Defensa Nacional, Javier García, afirma que su cartera trabaja para la unidad y la paz, su soldado sale sin concesiones contra el gabinete. Estamos en abril, y repreguntar por el acuerdo preelectoral parece atinado, ya que las señales enceguecen sobre todo cuando es el Terrorismo de Estado el que enciende el debate. Un obstáculo, el cual Manini Ríos jamás olvida pero busca que la sociedad sí lo haga. Trabajar neciamente para dar vuelta la página cuando continúan desaparecidxs es no ver que aún se está escribiendo. O, peor aun, no querer que se siga escribiendo.
La alocución de Manini Ríos busca pintar un soldado valiente, protector de los ancianos y sus garantías y defensor de la patria. Pero no dedica un segundo a narrar la juventud de estos militares que fueron contra Julio Castro y María Claudia García. Tampoco en su relato destaca las violaciones, las torturas, el secuestro de niñxs, los asesinatos, el genocidio en manos del Estado. Su colega parlamentario, el nacionalista Sergio Botana, lejos de acusarlo de atentado a la democracia o apología de la dictadura, lo asiste afirmando a La Diaria que Uruguay está hemipléjico porque censura a un solo lado.
Incentivar el olvido en estas temáticas despierta señales y marcan que la pugna sigue en pie. No ha pasado suficiente agua bajo el puente, hay implicados que siguen vivos y aún las diferencias entre lxs que buscan olvidar y lxs que buscamos memorias que se mantienen calientes. Así será hasta que se pueda contar esa historia que diferencia la muerte de la ejecución política, esa historia con mayúscula que se erige al saber que en una madrugada de abril del año 1974 los militares entraron disparando a una casa y masacraron a Laura, Diana y Silvia. En definitiva, una historia que marque un presente sin nuevas normalidades, que solo son nuevos marcos normativos para justificar atrocidades.
Texto: Sebastián Penni
Foto: Valeria Amaro