Columna de opinión
La semana pasada tuvo lugar el II Seminario Internacional sobre cuidados, “Políticas de cuidado: perspectivas y desafíos para la igualdad”, dictado por la Dra. Juliana Martínez Franzoni y organizado por Flacso Uruguay. Participaron alrededor de cuarenta personas de diferentes espacios de militancia y trabajo, y se debatieron las desigualdades que surgen del cruce entre género y clase, que se reflejan en la distribución de las tareas domésticas y de cuidados, los cambios demográficos en las configuraciones familiares en América Latina y las políticas públicas que abordan estas temáticas. El seminario cerró con una mesa de diálogo en el PIT-CNT, moderada por Carmen Beramendi (directora de Flacso Uruguay), para discutir sobre el régimen de cuidados en Uruguay con Julio Bango (director del Sistema Nacional Integrado de Cuidados —SNIC—) y Tatiana Antúnez (del Secretariado Ejecutivo del PIT-CNT).
Hablar de cuidados es volver a decir que “lo personal es lo político” poniendo sobre la mesa lo que la economía clásica invisibiliza: el trabajo no remunerado que sirve a la reproducción de la fuerza de trabajo sucede dentro de los hogares y es realizado casi exclusivamente por mujeres. Esto incluye las tareas de cuidados (que estas brindan a niños, personas mayores, personas en situación de discapacidad y hasta a adultos autónomos), así como el trabajo doméstico necesario para sostener la actividad laboral fuera del hogar. Esta labor tiene un peso económico, en tiempo y calidad, que no es reconocido, y que se asocia incluso al amor y al altruismo, en oposición al interés económico vinculado al funcionamiento del mercado. Esta falsa asociación es un obstáculo más para politizar aquello que ya nos habían enseñado las feministas de la segunda ola: lo que sucede en la privacidad del hogar también responde a cuestiones políticas.
A pesar de que las mujeres se han incorporado masivamente en el mercado laboral (lo que se considera una verdadera “revolución silenciosa” para América Latina), las tareas del hogar no han sido paralelamente asumidas por los varones. Las mujeres han cambiado enormemente sus vidas en las últimas décadas sin que esto fuera acompañado de cambios significativos en las biografías masculinas. Esto ha aumentado enormemente las horas de trabajo para las mujeres, quienes han tenido que buscar diferentes estrategias según sus posibilidades.
En este sentido surge la búsqueda por una mayor corresponsabilidad social en los cuidados, que menciona Julio Bango en la conferencia. Una corresponsabilidad de actores públicos como la familia, el Estado y el mercado, pero también una corresponsabilidad de género: entre varones y mujeres. Así, el SNIC es todo un hito en la región, puesto que plasma discusiones que han sido históricamente postergadas en acciones políticas concretas. El sistema busca la desprivatización y la desfamiliarización parcial de los cuidados, pensando a las personas en sus entramados de relaciones y en sus diferentes ciclos de vida, siempre en interdependencia. La cuestión está en hacer que el trabajo no remunerado, pero socialmente necesario, sea horizontalmente distribuido, es decir, igualitario.
Actualmente, hay cinco mil quinientas personas con derecho o en trámite para ingresar al programa de Asistentes Personales del SNIC y quedan setecientas personas por visitar, de las cuales se estima que el noventa por ciento ingresará al programa. Hay, además, nueve mil personas anotadas para formarse en tareas de cuidados, y mil quinientas están siendo calificadas por INEFOP. A través de la formación y la regulación laboral, se pretende profesionalizar y dignificar a las personas que cuidan, así como asegurar a aquellos que precisan ser cuidados una atención de calidad.
No obstante, la participación masculina, tanto en la práctica del trabajo no remunerado como en su discusión, sigue siendo escasa. Los hombres dedican en promedio dos horas por día al trabajo no remunerado (según datos de J. Martínez y F. Filgueira) sin importar el ciclo de vida en el que se encuentren, si tienen familia o no, o si están o no empleados. La participación masculina en el trabajo no remunerado es, en términos económicos, una variable inelástica. Esto se tradujo también en la participación masculina en el seminario en cuestión, por ejemplo, únicamente con la presencia de un compañero varón, así como entre quienes se postulan para desempeñarse como asistentes personales para el SNIC: el noventa por ciento son mujeres.
“Somos mayoritariamente mujeres, lo que no es habitual en esta sala”, señala Tatiana, del PIT-CNT, a la vez que habla de la importancia de disminuir las brechas salariales de género y señala que la pobreza sigue estando concentrada en la primera infancia. Además, afirma que si bien ha habido avances en regulación, son múltiples los desafíos que enfrentan las trabajadoras en cuidados y tareas domésticas en el fortalecimiento de sus condiciones laborales. En este sentido, la situación de América Latina es única en el mundo. Según información de la Organización Internacional del Trabajo, la principal ocupación femenina en la región es la del trabajo doméstico (generalmente precarizado y mal pago) que agrupa a un total de veinte millones de mujeres. Esto es, mujeres que contratan a otras mujeres en una cadena femenina de reparto y delegación de tareas socialmente necesarias para todo el resto. Entonces, ¿cómo construir masculinidades que puedan ser cuidadoras?
Juliana Martínez señala la pérdida de poder masculino en el control reproductivo, en la responsabilización femenina en los cuidados y en el monopolio de los recursos (cada vez más mujeres cuentan con ingresos propios), no ha significado en todos los casos mayores niveles de igualdad: la proporción de mujeres por hombres pobres ha aumentado en los últimos años. Dicha pérdida conlleva, además, como toda pérdida de poder, conflictos, tensiones y, sobre todo, violencia, en un intento de los hombres, cual manotazo de ahogado, de reafirmar aquello que ya se les escapó.
Dada la insostenibilidad del modelo de hombre proveedor que entra en crisis por la flexibilización del mundo del trabajo y por la incorporación de las mujeres en este, la masculinidad debe pensarse y reconstruirse desde otros lugares. Nuevas masculinidades cuidadoras requieren de nuevas visiones respecto de la vida y la autonomía, requieren comprender que un hombre que, por ejemplo, se dedica a la política no es una persona necesariamente independiente, puesto que existen múltiples trabajos que otros y otras realizan para hacer posible su desempeño como tal. Por ello es necesario tematizar a los hombres como cuidadores, y también como seres autónomos en cuanto a la reproducción de su propia vida (lo cual debería ser, tal vez, el primer paso).
Según Juliana Martínez, Uruguay está hoy en un momento de transición de su régimen de cuidados, a raíz de las políticas concretas en las que se ha embarcado en el último tiempo, que incluyen: la formalización del trabajo doméstico, la ampliación de los servicios de cuidado infantil, las reformas en las licencias maternal, parental y paternal, y las intervenciones en los embarazos tempranos no intencionales. Estas reformas impactan profundamente en las desigualdades (de clase y de género, en menor grado), lo que genera nuevas oportunidades, nuevos pisos de protección social. En este sentido, la doctora afirma: “No queremos eliminar la interdependencia, queremos horizontalizarla”. Ojalá llegue el día en que las transformaciones que hoy pueden parecernos difíciles o, hasta radicales, sean entendidas con la obviedad con la que hoy pensamos, por ejemplo, en la ley de ocho horas.
Texto: Sofía Cardozo Delgado y María Inés Martínez Echagüe
Imagen: Luis Dávila
A propósito, les recomendamos la entrevista de (H)ablando ciencia a los licenciados en Desarrollo Jimena Curbelo y Alejandro Sosa Sánchez, disponible en este link: Y en casa, ¿cómo andamos?.