A algunos kilómetros del centro de la ciudad y a pocos metros del barrio Punta de Rieles está la unidad 6 del Instituto Nacional de Rehabilitación (INR), más conocida como cárcel de Punta de Rieles. Desde su reinauguración, en 2010, este centro ha sido presentado como un modelo carcelario a nivel internacional. A diferencia de una cárcel tradicional, brinda a los reclusos la posibilidad de administrar sus actividades diarias y gestionar sus propios proyectos. Visitamos dicho centro y conversamos con algunos de los integrantes de Matices Culturales, centro cultural desde donde se gestan varios proyectos: una radio, que emite dos programas, Colectivo entre rejas y Somos lo que somos —ambos retransmitidos por Radio Pedal—, un grupo de teatro y bandas de música.
El INR, dependencia del Ministerio del Interior creada por ley en 2010 en sustitución de la anterior Dirección Nacional de Cárceles, Penitenciarias y Centros de Reclusión, tiene a su cargo 26 Unidades de Internación de Personas Privadas de Libertad que en enero de 2017 albergaban a unos 11.300 reclusos[1]. Aunque forman parte de un mismo sistema, cada uno de estos centros guarda características peculiares, y en este contexto la unidad número 6 de Punta de Rieles es presentada como la cárcel modelo en materia de inclusión social. Residen en este centro alrededor de 600 reclusos, de los cuales casi la totalidad desarrolla alguna actividad educativa y/o laboral.
Construyendo anti-destinos
La visita comenzó accidentada, uno de nosotros estaba vestido con bermudas, por lo que en la puerta de entrada uno de los guardias no demoró en advertir que de esa manera no podía ingresar: “si te dejo pasar así, te cagan a trompadas adentro” fueron sus palabras. Desconocíamos la normativa; la actitud del guardia era un tanto más predecible. Al avisar al contacto que nos esperaba adentro, uno de los integrantes de Matices, enseguida se puso a disposición y nos arrimó tres pantalones.
Una vez que se pasa a los guardias uniformados, impacientes por hacer notar su autoridad, los escáneres y los detectores de metales, que dan la pauta de que se trata de una cárcel, el paisaje cambia. El amplio terreno verde sobre el que se distribuyen una serie de construcciones de poca altura, un espacio donde las personas circulan de un lugar a otro, o bien se detienen en algún rincón a hacer sus actividades, rememora más la vida de una comunidad que la de una prisión.
A nuestra llegada nos fue a recibir Marcelo Marcona, integrante de Toke y Salga, una de las bandas gestadas en Matices. La lluvia nos impulsó a una caminata rápida hasta una cantina, uno de los tantos emprendimientos gestionados por internos, donde nos reunimos con los restantes miembros de las bandas. Desde que entramos nos sentimos bienvenidos. La ronda de mate y su presencia cordial sumada a algunas miradas cómplices reflejaban las ganas de ese encuentro.
La conversación condujo inevitablemente al origen y el funcionamiento de las bandas y del espacio cultural, su historia, sus motores y formas de gestionarse. Y de ahí, al sentido político de las prácticas culturales que desarrollan. Si hay algo que estos músicos saben y expresan con voz fuerte y clara es que su manifestación es artística y también política. Su imagen y la narración de sus vivencias rompen los estereotipos de “los presos”, y su aparición en el espacio público es un mensaje claro y contundente a toda la ciudadanía: las trayectorias delictivas sí pueden torcerse; las personas que cometieron delitos no dejan de ser personas, con intereses, capacidades, potencia creativa y proyectos de vida.
Adrián Baraldo, cantante de Toke y Salga, refiere a un concepto de Violeta Núñez —una autora que leyó recientemente en el marco de la carrera que está realizando de Educación Social—, quien habla de anti-destino, término que acuñó para dar cuenta de la capacidad de la educación de torcer los destinos esperados. Ellos están intentando ir por ahí. Construyendo su anti-destino, desarrollando proyectos artísticos, educativos y laborales para romper con el aislamiento y la exclusión cultural, social y económica.
En esa práctica de construir una trayectoria alternativa, pensándose y pensando la sociedad que los rodea y que los condena, cuestionan el concepto de libertad. Porque si bien se saben presos —aunque puedan organizar su cotidianeidad y desarrollar proyectos, las rejas que separan siguen estando presentes—, también se saben más libres que muchos, que, aunque tengan libre circulación por el mundo, siguen presos de sus destinos inmutables.
Acercarnos a esta realidad, nos enfrentó a algunas preguntas ineludibles: ¿qué hacemos como sociedad para que esa realidad sea diferente?, más específicamente, ¿qué se está haciendo desde el Estado para promover estos anti-destinos?, ¿qué modelos carcelarios se están desarrollando?, ¿qué oportunidades reales se les da a estas personas de reintegrarse?
Algunos de los integrantes de Matices Culturales nos cuentan de sus proyectos. Kung Fu, una de las figuras emergentes del ámbito del hip hop a nivel nacional, está vinculado con un proyecto de yoga. Marcelo, además de estar terminando el liceo y con la aspiración de estudiar Enfermería, está practicando para ser tatuador. Adrián, como mencionamos, está estudiando Educación Social, y ese sábado un par de compañeras de la carrera estaban allí en la cárcel para estudiar con él.
Claroscuro
Los integrantes de matices también destacaron las barreras que encuentran para desarrollar sus actividades, específicamente en relación con Matices. Si bien tienen la autorización para gestionar el espacio cultural, tuvieron que ganarse este permiso a fuerza de apropiarse del lugar. Inicialmente era un educador quien conservaba las llaves, y quien disponía del horario y de las actividades, hasta que lograron ser ellos los encargados.
Punta Rieles fue un centro de reclusión de mujeres durante la dictadura y el espacio físico donde funciona Matices hoy era el baño donde se torturaba a las mujeres. La energía en este espacio es cargada y ellos lo mencionan como forma de resaltar la importancia simbólica que adquiere y el contraste respecto de lo que fue. Ahora ese mismo lugar se encuentra lleno de colores en sus paredes y es allí donde vienen floreciendo distintos proyectos culturales. Con gran emoción cuentan que cada año reciben a las mujeres que estuvieron reclusas en aquella época y se realiza un homenaje.
Aunque hoy en día no tengan restricciones para hacer uso del lugar, tampoco cuentan con el apoyo institucional necesario para potenciar su desarrollo. Un aspecto que no resulta sencillo es conseguir y mantener los instrumentos. A veces las limitantes son económicas, no hay dinero para comprar equipos o repuestos; otras veces, incluso contando con los fondos no es fácil la gestión de los pedidos hacia el exterior sin sobrecargar a sus familias. A modo de ejemplo, hace semanas ensayan sin bajo porque se rompió una cuerda.
Las barreras no son solo materiales. Un hecho que transmiten con gran frustración es la suspensión del concierto previsto para el 9 de mayo en la Sala Zitarrosa. Ese día se harían presentes Toke y Salga, Kung-fu Ombijam y MC Mafía. Jorge Schellemberg, director de la sala, les había ofrecido ese espacio para hacer una presentación, tal como lo habían hecho el año pasado. Desde ese momento las bandas venían ensayando con vista a ese evento. Hace pocos días las autoridades de la cárcel les informaron que no iban a poder concurrir al toque, dado que no contaban con personal ni con vehículo para el traslado en el día previsto para el evento. Esta barrera institucional generó un impacto emocional fuerte por la expectativa que ya se había generado en torno a este recital, ya que se trataba de una de las pocas oportunidades que tienen de salir a mostrar su música. Nos cuentan y nos muestran videos sobre el toque del año pasado, lo recuerdan como un hito en la historia de sus bandas y su relato está lleno de anécdotas y emoción.
La gente de Matices sigue expresando sus ideas, que se ven reflejadas en las letras de sus canciones, en las que transmiten de forma contundente sus vivencias. Vivencias que se encuentran cargadas de profundidad, que reflejan horas de reflexión y crítica al sistema. Esto los lleva a estar lejos de sentirse delincuentes o victimarios, sin sentirse víctimas.
Sí, parecen ser muy conscientes y dueños de sus vidas, dentro de los márgenes de acción que tienen, aunque en sus ideas y creatividad estas barreras no se vean reflejadas. Esa parece ser su lucha cotidiana.
[1] Estas cifras fueron las declaradas por Juan Miguel Petit, comisionado parlamentario para el sistema penitenciario, según nota publicada en El País: país: Uruguay tiene récord histórico de presos (17/03/17).
Texto: Diego Cortés, Fanny Rudnitzky y Mariana Tenenbaum
Fotos: Fanny Rudnitzky y Mariana Tenenbaum
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