Embestida. La apropiación de la derecha

Está instalada en la vida democrática liberal, para todos los actores que participan de ella y especialmente para los partidos políticos, la urgencia de conseguir el apoyo de la opinión pública, estableciendo en este camino dinámicas análogas a la que utiliza el mercado para conseguir consumidores. Esto promueve que dichos actores manipulen y se apropien de prácticas, imágenes, sentidos y valores que no son característicos de sus propuestas políticas.

Nuestra democracia, lejos de escapar a las dinámicas del capital, ha experimentado en los últimos años un proceso que las reafirma, así como la política opera desde las demandas y órdenes que la economía impone. Estamos afianzando, con nuestras prácticas democráticas electorales, relaciones de competencia que utilizan a las personas como medios, basadas en la necesidad de captar más votantes, llegando a promover estrategias delirantes similares a las que utilizan las empresas para vendernos sus productos. La lucha sangrienta e inescrupulosa para conseguir votos, que se evidencia en las campañas electorales, es la expresión concentrada de dinámicas que se dan en la actividad política partidaria diaria. Se le exige a los partidos, estén de acuerdo o no, transitar el proceso de elecciones utilizando estrategias de marketing político y publicidad, que llevan a entender al candidato como “producto” y al votante como “consumidor”. El marketing participa de la vida democrática con el objetivo de ganar elecciones, aprobar leyes, manipular la opinión pública e incidir en las encuestas. El voto es la transacción final que hace el consumidor y el trabajo de los cinco años previos a las elecciones es para posicionar al partido político como el producto elegido. 

Quizás establecer esta analogía entre nuestra democracia electoral partidaria y el mercado aporte para entender por qué los partidos de derecha –que nos han facilitado la tarea de identificarlos al agruparse en la nueva coalición multicolor– están utilizando en estos últimos tiempos la estrategia de apropiarse de aquello que tradicionalmente se identifica con propuestas alternativas y especialmente contrarias a las suyas. Con el objetivo de crear opinión pública favorable a su gestión, que devenga en futuros votos y consumidores (combo inseparable para la derecha empresarial), utilizan el poderío de sus medios de comunicación, campañas publicitarias y los trolls en las redes, para instalar el relato de que lo simbólico característico de las izquierdas, de los feminismos, de movimientos sociales, comunitarios y de trabajadores, también lo es de la derecha. 

Sartori ayuda a construir casas a los pobres, Argimón elige la canción Revolución para su playlist, Loli Ponce de León arma canastas, el gobierno canta a coro A Don José, Lacalle come empanadas con soldados rasos, Bartol se muda para Casavalle con el Mides. No queremos reducir ese movimiento de apropiaciones a los partidos políticos, pero para dejarlo más claro podemos imaginar otras situaciones: Tabaré recorre el campo a caballo y con bombacha de gaucho, Constanza juega al polo, Lucía en una 4×4 junto a un Solo Uruguay, Yamandú Orsi y su familia en el yate de Punta y Andrade se pega un chapuzón en la pisci de la Tahona.

Pero…

¿Por qué nosotras, vinculadas a los movimientos comunitarios y no a los partidos políticos, estamos en este momento atendiendo esta embestida de la derecha partidaria con toda atención? En estos últimos meses la coalición de derecha multicolor ha ido por la apropiación de una de las prácticas más potentes que puede tener una comunidad para transformarse creando relaciones que promuevan la empatía, la diversidad, lo común, el cuidado, el afecto, la ecología y economías sustentables: la solidaridad. Este movimiento de apropiación propone: por un lado, reafirmar relaciones que utilizan a las personas como medios y no como fines, buscando resultados que sean beneficiosos a sus intereses electorales y empresariales; por otro, presentando la solidaridad como lo hacen, debilitan la potencia que tiene ese modo de relacionarnos las personas, lo banalizan, mercantilizan, asociándolo a una estética publicitaria y utilitaria.

Las intenciones éticas de este gobierno multicolor para con nuestra comunidad quedan develadas cuando nos detenemos en la Ley de urgente consideración y las políticas que están impulsando las cuales liberan de responsabilidades a los grupos empresariales, aumentan la fuerza represora del estado hacia quienes menos tienen, ponderan la propiedad privada por encima de la vida humana, desmantelan la educación pública y la cultura, depredan las áreas naturales protegidas, arremeten contra los adolescentes que cometen delitos, sacan a la fuerza a la gente en situación de calle, desregulan los mercados. 

Quienes están en el gobierno llaman solidaridad a la beneficencia o caridad. Por más que intenten instalar en el imaginario común que son solidarios, es evidente que las políticas que impulsan tienen como objetivo crear relaciones capitalistas, jerárquicas, clasistas, utilitarias, individualistas, patriarcales, depredadoras y desintegradoras. Con esta estrategia de apropiación de lo simbólico vuelven a subrayar que para la derecha las personas somos un medio y no el fin.

La solidaridad no es lo mismo que la beneficencia o la caridad. La solidaridad es una interrelación de compromisos que se establecen entre iguales. No es dar lo que nos sobra y entender al otro como el débil, no es un dispositivo de emergencia o de construcción de imagen, no se trata de sacarse la foto con el paquete de arroz y fideos o exigir que te persignes para darte una cena, hacer una olla patrocinada por tu empresa, pagar una almuerzo de 1000 dólares en beneficio de una fundación, organizar junto a emprendedores la gestión de donaciones empresariales. No es solidario el estado y quienes trabajan en él. Cuando un gobierno está incentivando políticas que atienden a las personas, está haciendo su trabajo, no solidaridad.

La “ola de solidaridad empresarial” que se menciona constantemente desde las esferas del gobierno se utiliza para elaborar un relato que posibilite una nueva visión de la derecha y su modo de accionar. Es una apropiación que crea opinión pública a través de un aparato publicitario sin precedentes, favorable a intereses económicos privados y electorales. 

La solidaridad es una manera de vivir. Es crear relaciones afectivas que desde lo sensible se expresan en todos nuestros gestos, es encontrarnos asumiendo nuestras complejidades, contradicciones y conflictos. Hoy se crean acciones solidarias que llevan adelante organizaciones comunitarias, colectivos y vecinxs que no buscan rédito alguno. Las ollas, meriendas, canastas, colaboraciones, trueques, la insistencia, el trabajo, la presencia, la mirada, la constancia, el afecto y el reconocimiento es una práctica de las personas que entienden a las demás como parte valiosa e indispensable de sus vidas. Estas prácticas existen más allá de la emergencia sanitaria y social puntual, pero no tienen visibilidad en los medios masivos de comunicación ni en los discursos oficiales. Tampoco persiguen adaptarse a las lógicas de consumo de imagen y aprobación de la opinión pública que están instaladas en la dinámica publicitaria, no cuentan con asesores de imagen. Quienes viven de este modo no buscan hacer visibles sus acciones para conseguir rédito y legitimación, no elaboran proyectos artísticos, sociales o políticos solidarios para posicionarse. La solidaridad es anónima. 

Nosotras estamos lejos de poder entender cómo salir de esta dinámica instalada en la política partidaria que pervierte cualquier intención de trabajar para una sociedad más justa y digna. Quienes se consideran personas solidarias, y son parte activa de la democracia y la política, tendrían que estar atentas a no reproducir prácticas de apropiación cultural o simbólica y a no utilizar a las personas y sus necesidades como medios para conseguir beneficios propios. 

Por respirar en este sistema capitalista y neoliberal nos toca revisar nuestros deseos y los gestos más simples de nuestras relaciones para descubrir dónde reposan sus mandatos. Quizás esto implique dejar por el camino prácticas de poder y control, así como privilegios y reconocimientos otorgados en este orden social. Podremos vivir en comunidades solidarias si lo hacemos juntxs, si creamos otros modos de cuidarnos y acompañarnos, si entrenamos lo sensible de nuestras miradas y pieles para que el afecto se instale en nuestra cotidianidad. 

Texto y Foto: Federica Folco y Cecilia Graña

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