
Pedalear Sudamérica me hizo entender que existe una diversidad de seres, culturas, países, pensamientos, pero el ENCU me demostró que toda esa diversidad puede convivir junta, de manera armónica y con total libertad, colaborando entre sí, ¡sumando y multiplicando! y en la compañía de la más alta diversidad de seres. Me encontré, siendo yo, disfrutando ser yo, aprendiendo, sintiendo y aceptando. Y la intensidad de emociones se hicieron eco. Y la libertad de expresión estuvo presente. Y la colaboración en equipo no dejó de mejorar.
Desde el momento en que se partió rumbo al ENCU, la alegría y adrenalina iban en aumento. Todo es parte de la aventura me dijo una amiga alguna vez… ¡y vaya que lo es! La magia sucede. Los encuentros tienen la sensación de que hacía mucho tiempo se estaban gestando. Las resonancias y las formas, las sombras y las luces, el cicloviaje y la vida misma.
Volví a pedalear contra todo pronóstico, con un médico insistiendo que no debía hacerlo, como si él supiera lo que corre en mis venas cuando me subo a mi bicicleta… No es solo sangre; es emoción, adrenalina, libertad, música, vibración; es alegría, satisfacción, felicidad. Como si pudiéramos explicarlo en palabras lo que nos genera el viaje en bici…
Dan ganas de invitar al mundo entero que se atreva, una vez al menos, experimentar esas sensaciones. Y así fue… Mi terquedad siempre hizo que no me rindiera y el lunes comenzó tempranito porque, desde Santa Ana, salíamos rumbo al ENCU y nos esperaban más de 240 km.
Fueron días de pedaleo bajo un sol radiante, conociendo lugares de Uruguay que aún no conocía, reconociéndome acompañada, aprendiendo de ello…
Y en el camino íbamos cruzándonos con cicloviajantes que se dirigían al ENCU. ¡Y la energía se iba sintiendo! Maravilloso es ver las rutas y los caminos del Uruguay llenitos de seres que aman viajar en bici.
Volver a cocinar en un fogón. Volver a acampar. Volver a sentirme una con la naturaleza. Volver a bañarme en los ríos. Volver a compartir en grupo. ¡Se extrañaba tanto!
Mates van, pancitos vienen… Se vivió intensamente. Se rió. Se lloró. Y se volvió a reír.
Se llegó a Fray Marcos para limpiar el sector de camping y esperar la llegada del resto de cicloviajantes (que no había visto jamás, pero que sentía que conocía de hacia mucho tiempo). Fueron cayendo a cuenta gotas durante todo ese jueves hasta altas horas de la noche. Nos pasamos disfrutando de sus aventuras y anécdotas y sintiendo que era necesario ya ese abrazo real que en las redes no podíamos darnos.
La previa al ENCU fue maravillosa. Fue la antesala de algo aún más espectacular y sin precedentes. Se lograba, por vez primera, un encuentro de cicloviajantes en Uruguay, organizado por cicloviajantes y amantes de la bicicleta que se la jugaron, que se pusieron la casaca y arrancaron a pedalear.
Y el viernes 29 nos dirigimos en manada desde el camping de Fray Marcos al camping Manguera de los Artigas en Casupá, Florida. Pasando por el pueblo de Fray Marcos, donde nos aprovisionamos y conocimos al señor que pintó la bandera del pueblo (foto mediante), comenzamos la pedaleada. Por momentos juntos como si de un pelotón se tratara. Se charlaba, se paraba, se comía, se tomaba agua, se reía, se descansaba. Se pedaleaba con viento en contra y un sol que “rajaba la tierra”. Hubo momentos en mi cabeza en los que me preguntaba si eso que estaba viviendo era real, porque no me cabía tanta alegría y emoción junta. Pero fue llegar al camping y comenzar oficialmente el ENCU, para darme cuenta que todo fluía, que todo se daba de manera mágica: la abundancia, la diversión, las enseñanzas, las charlas, las confesiones, las anécdotas, las experiencias…
Es que cada ser tenía mucho para aportar y cada quien aportó lo mejor de sí.
Supimos vernos con los ojos de la amabilidad, supimos escucharnos con los oídos de la empatía, supimos abrazarnos con la piel de la solidaridad, supimos saborear con el gusto pochinguero y supimos divertirnos con el alma desbordada de felicidad.
Disfrutamos del Cine debate bajo el cielo con mil estrellas sobre la lona mágica que siempre tenía espacio para alguien más. Hicimos juegos alrededor del fogón. Hubo masajes y disfrute de una de las noches más mágicas de estos últimos meses, en compañía de seres increíbles bajo un cielo que aún en la madrugada seguía estrellado. ¡Grappamiel y estrellas fugaces hicieron de ese momento un momento difícil de olvidar!
Sábado de desayuno pochinguero…
Chapuzones, remo, pedaleo, acroyoga, estiramiento, talleres de cocinillas y ducha, tips de reparación, charlas, circo, picnics y comidas compartidas. Caramelos, guisos, pizzas y baile que me encontró disfrutándolo como quien sabe si alguna vez disfruté. Seguro fuimos compañeras de bailanta, pensé, dije.
El sábado culminaba y amanecía el domingo, día del sorteo: regalos que fueron teniendo dueños…
Día también de despedidas, de retornos. Despedidas que tanto me siguen costando aceptar, tanto así que supimos disfrutar una noche más en el camping con un gran grupetongui, con juegos alrededor del fogón donde, ya no era la lona mágica, sino un barco peruano llenito de cosas mágicas el que nos acompañaba con cena gourmet y risas por doquier.
Me fui a la carpa con una gran sonrisa y amanecí el lunes con un canto extraordinario y demasiado armonioso de los pajaritos que por allí se encuentran.
Se volvió en grupo a Montevideo, con caramelos que me subían el ánimo. Días de nubes y lo que aún nos faltaba: la bendita lluvia que el universo se encargó de regalarnos como forma de acompañarnos a liberar esas emociones sentidas en todos estos días.
Hoy estoy segura de que este ENCU marcó un antes y un después en muchas vidas y feliz de conocer a seres tan mágicos como maravillosos. Merecíamos este encuentro, esta vibración tan alta que nos llevamos cada una, cada uno…
Contagiemos este tipo de viajes y vayamos regando el jardín de nuestros sueños dondequiera que el pedal nos lleve.
Les honro… Les admiro… ¡Les agradezco!
Pronta para el abrazo caracol en el próximo ENCU 2022.
Texto: Andrea Germanet
Fotos: Facundo Dumas y Alito Cabrera