El discurso que revive a los dos demonios

Columna de opinión

La editorial del diario El País del día 8 de mayo no está dirigida a la murga Metele que son Pasteles ni al Colectivo Catalejo. Es pura manija. Evidencia los intereses de los grandes grupos empresariales que manejan la opinión pública y transan con este gobierno: defender su bien común, la economía y la propiedad privada por encima de todo.

Contrapone dos videos que nada tienen que ver, ni desde sus concepciones ni desde sus creadores; ninguno fue hecho en el mismo momento ni tiene el mismo objetivo. Resulta tan absurdo comparar a dos colectivos uruguayos horizontales y autogestivos con la BBC de Londres, “este prestigioso medio internacional”, que detenerme en ese punto sería llover sobre mojado. La comparación entre dos países que viven dentro del mismo es absurda y le falta el respeto a la inteligencia de su público, tergiversa el trabajo ajeno y basa su principal argumento en su propia ignorancia y desconoce, por supuesto, a qué se dedican los creadores del mensaje.

Por un lado, tenemos “el pueblo compatriota, la gente de a pie”, que se emociona con el corredor humanitario a pasajeros de un crucero y, por otro, los que invocan a la violencia, “adultos, ancianos y niños cantando, con cara amenazante”. O sea, el enemigo está entre ustedes. La pobreza y la izquierda, pero no toda, entonces, la delincuencia y la subversión calzan justito. 

Las editoriales de El País vienen con la intención de dividir aguas y allanar el terreno para gobernar con facilidad. Quedó demostrado en la región que la polarización genera brechas y facilita el camino para tomar medidas duras a los gobiernos de derecha que vinieron por todo. Criminalizar la protesta siempre fue la estrategia de la derecha desde tiempos remotos, y la LUC lo sabe. Invitar a manifestarse pacíficamente es invitar a encontrar tu plaza, es pensar en colectivo y accionar en conjunto, y eso al poder lo desafía. Manifestarse por los derechos conquistados y por conquistar es sinónimo de violentar la paz y el orden público, por lo tanto, es ser enemigo de la sociedad.

La acción directa, la solidaridad llana y la construcción de pensamientos colectivos no son parte de la agenda, no son noticia ni se promueven, salvo que se pueda teñir de amarillo, y ahí sí, sale en portada. Para la derecha, manifestarse está mal, se debe esperar que quienes tienen el poder político y económico con toda su bondad generen el orden, brinden seguridad y prosperidad para quienes las merecen. El poder necesita  generar enemigos y lo mejor es deshumanizarlos para caerles con todo y no sentir nada, señalarlos, burlarse y desacreditar sus discursos y cuestionamientos y ponerlos en TV Show, hacer reduccionismos y comparar lo incomparable, porque representan lo que está mal según el discurso generado y validado por los formadores de opinión. 

Ese discurso genera terreno fértil para que broten líderes protectores de la moral, la seguridad, la cultura, las buenas costumbres, la libertad. El pueblo indefenso se resguarda  bajo el ala y la necesidad de que alguien con poder lo proteja. La protección tiene implícita la vulneración del protegido, su debilidad e incapacidad de valerse por sí mismo. Nada más autoritario que simular la defensa de la libertad para que otros no puedan ejercerlas (ni la defensa ni la libertad). 

Este gobierno ha demostrado claramente que sus leyes vienen a apoyar a los grandes empresarios y en esa bolsa, ¡oh!, casualidad, entran los grandes medios de comunicación y las pocas manos que los manejan. Las manos tendidas entre coalición multicolor y este periódico están a la vista. El cuarto poder y este gobierno se manejan bajo las mismas lógicas neoliberales, los grandes empresarios son, en definitiva, los mayores beneficiarios a cartas vistas, ya que son los únicos capaces de sacarnos de la crisis sanitaria y económica, según ellos mismos.

Los grandes medios son empresas y, como tales, priorizan el capital. Sus dueños no son apasionados de la investigación y difusión del conocimiento, son empresarios que gestionan su rancho. Su producto final y más preciado no es la cantidad de noticias que producen sus periodistas, es la opinión final que generan en su público y eso es algo que se alimenta de a poco, se construye con tiempo, de forma sutil (a veces, no tanto)  y vale, vale mucho. Las editoriales no se firman y ni se consultan con los periodistas, son así, siempre fue así y chau, si no te gusta, te vas. Las definen las cabezas empresariales y, en esa línea, generan la opinión final, que es, en definitiva, lo que valoriza su trabajo en referencia a los otros poderes. No solo ganan ellos, también pierde el pueblo, caricaturizado y botijeado con razonamientos falaces. 

El País nunca fue una herramienta para empoderar, hacer conocer ni valer derechos ni generar una ciudadanía responsable, sino que ha sido y es un medio de comunicación que genera miedo, divide aguas, señala enemigos, apoya a las Fuerzas Armadas y que hoy está respaldado por la coalición multicolor.

El mismo que se declara oficialista. El mismo que justificó la dictadura. El mismo que apoya la idea de los dos demonios. El mismo que no entiende un mundo no binario. El mismo que cree que las organizaciones son verticales o no son y por eso se dirige a los “líderes racionales del Frente Amplio”, como si aquellas respondieran a ellos y existiera solo un tipo de racionalidad. El mismo que no puede entender que hay colectivos que no se identifican con partidos políticos y no creen en los caudillismos. El mismo que no concibe un mundo donde las marionetas pendan de muchos hilos. El mismo que se identifica como serio y objetivo es irresponsable y peligroso. 

Texto: Alejandro Cabrera

Ilustración: Federico Murro

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