En la sexta y última charla del ciclo Filósofos lunáticos, Darío Sztajnszrajber nos acerca a la obra de Jacques Derrida. Una vez más, la sala Zitarrosa se llenó de gente interesada en escuchar a este divulgador de la filosofía, que tiene la capacidad de atrapar con su discurso y de llegar al público, lego no especialista.
Durante dos horas y media, Sztajnszrajber se concentró en el concepto que más ha sistematizado la obra de Derrida: la deconstrucción. El hecho de que esta sea una palabra que trascendió los muros de los claustros y sea usada en el día a día da la pauta de que vino a cubrir una necesidad de expresión. Pero, ¿se sabe realmente qué significa? Cotidianamente se abusa del término, y esto desdibuja su acepción original.
Construyendo la deconstrucción
Lo primero que aclara el divulgador argentino es que lo que se deconstruyen son los textos. Aun más, los textos se deconstruyen constantemente. Ellos mismos ofrecen su faceta deconstructiva. “El ejercicio de la deconstrucción de un texto es como si el texto se sentara frente a su psicoanalista y hablara”, dice Maurizio Ferraris en Introducción a Derrida (2003). El psicoanálisis persigue los sentidos que se esconden detrás del discurso y que emergen a partir de los lapsus, los actos fallidos u otras manifestaciones del inconsciente. La deconstrucción busca las grietas por las que se cuelan nuevas interpretaciones del texto.
Explica Darío que la deconstrucción del texto es posible porque el lenguaje es en sí mismo variable: “vago, ambiguo, metafórico”. Deconstruir es escarbar en esa ambigüedad y resignificar los sentidos del texto. Los textos se deconstruyen porque están permanentemente sujetos a una relectura.
La deconstrucción no es desarmar una totalidad hasta llegar a los elementos constitutivos, como se entiende cotidianamente, aclara el argentino. Eso es solo una parte. Falta algo clave: el elemento político. Deconstruir es salir de la mirada oficial, romper con el sentido común. El poder es eficaz porque presenta conceptos como absolutos, como esenciales. El poder naturaliza un orden, un relato. “Lo que no puede ser de otro modo responde siempre a un interés”, dice Sztajnszrajber. Deconstruir es, precisamente, desentramar ese relato, mostrar sus tramas: es demostrar que el relato no es invariable.
Ahora bien, si lo que se deconstruyen son los textos, ¿por qué hablamos hoy de deconstruir las identidades?, ¿de deconstruir el género, la vocación, la patria, el fútbol, o el amor? Todas esas cosas son deconstruibles precisamente porque son texto. Derrida sostiene que “nada hay fuera del texto”. Nada hay fuera del lenguaje. No conocemos otra forma de acercarnos a la realidad que no sea a través del texto: lo que no puede ser enunciado no puede ser concebido; es, según Derrida, “lo imposible”. Lo imposible de ser dicho está ahí, pujando para ser simbolizado, para ser texto.
La identidad no es otra cosa que lo que me cuento de mí mismo. Es el relato que armo sobre mí mismo. Según Sztajnszrajber: “Se construye identidad desidentificándonos”. Si me deconstruyo, me peleo con aquello que se supone que tengo que realizar como ser humano. La identidad no consiste en ir en busca de lo que somos, sino en escaparle a lo que hicieron con nosotros.
Una obra provocadora
A lo largo de su obra, Derrida cuestiona, provocativa, e incluso, radicalmente: “Deconstruyamos todo”, dice. Para Sztajnszrajber, este cuestionamiento permanente a los sentidos instituidos sitúa a Derrida a la izquierda del espectro político-ideológico: “Siempre lo corrieron por izquierda, cuando para mí no hay pensamiento más de izquierda que la deconstrucción”, opina el divulgador. Como ejemplos cita la obra de Derrida Espectros de Marx (1993): “Todo el mundo se despide de Marx. Eso significa que es más necesario que nunca”, dice el argentino.
La misma defensa que hizo Derrida del autor de El Capital, la hará luego, a fines de los 90, con la religión. En su ensayo Fe y saber. Las dos fuentes de la religión (1997), defenderá el retorno de lo religioso, no como contrapuesto sino como complementario a la razón técnico-científica. En su texto Historia de la mentira (1997), Derrida demuestra la imposibilidad de hacer convenir la política con la verdad. Apunta, y dispara a los políticos. Pero, por otra parte, pregunta: ¿quién soportaría que le digan toda la verdad?
En 1967, Derrida publica tres libros con todo lo que escribió en los 15 años anteriores. Su estilo provocativo motivó críticas, pero también admiradores. Esto redundó en que fuera adoptado rápidamente en las universidades de Estados Unidos, donde enseñó durante años. Su aceptación ocurrió primero en el arte, no en las cátedras de filosofía. Haber sostenido que “la filosofía es un género literario” no fue algo que gustara a los filósofos de la época.
Los orígenes
Derrida es algo ilegible, ataja Darío, y refiere a Richard Bernstein: “¿Cómo no va a ser incomprensible y oscura su obra si es un judío francés nacido en Argelia?”. Derrida nació en El Biar, en 1930, y murió en 2004, en París.
En su texto Carta a un amigo japonés (1985), Derrida explica el surgimiento y adaptación que hizo —en función de sus propósitos— del concepto deconstrucción, que surge como traducción al francés de la idea de Heidegger Destruktion y de ahí construye la idea de “destruir la metafísica”. Deconstruimos conceptos que han sido objeto de una construcción histórica e interesada pero que han invisibilizado esa génesis. Hay un montón de conceptos que se han naturalizado y lo que hace Derrida es desnaturalizar toda realidad. Todo tiene un origen histórico, político y social.
Para empezar a leer a Derrida, Darío recomienda el libro ¿Y mañana qué? (2001), de Derrida y Élisabeth Roudinesco. También el libro que surge del último de los seminarios que el argelino-francés impartió en la École des Hautes Études en Sciences Sociales, en París, entre 2001 y 2003: Seminario La bestia y el soberano. Volumen 1 (publicado en 2010). En oposición, asegura que De la gramatología (1967) es ilegible.
Al final, siempre queda la paradoja. Toda la cultura ha sido hecha para que los textos no sean reinterpretados, pero la deconstrucción no busca montañas, busca caerse en el abismo. “Cuando deconstruyes estás abierto a lo que viene”, dice Derrida.
Texto: Javier Martínez
Foto: Fanny Rudnitzky