Basura que alumbra

Hay padres que les piden a sus amigos que no puteen cuando sus niños están presentes, madres que controlan y filtran el historial de navegación de sus hijos, progenitores que gastan su sueldo en el jardín de infantes más prestigioso y clasista de la ciudad y una señora en la última temporada de Black Mirror que le ensarta a su hija un chip en la cabeza para protegerla de todo lo horrible que tiene este mundo. Lo bien que hacen: durante los primeros años de vida la psique infantil absorbe, incorpora y repite conductas, expresiones y formas de pensar. Los pibitos pueden sufrir traumas con consecuencias vitalicias o adquirir herramientas que usarán todos los días, y es importante cuidar y prestarle atención al entorno en el que crecen. El problema es que nadie sabe en qué segundo de los 86.400 que tiene el día llegará esa frase, ese gesto, ese movimiento que alguien hizo sin pensar pero que por algún misterioso motivo una cabecita testigo grabó y recordará durante años como ejemplo de qué corresponde hacer o de qué nos tenemos que alejar. Sin ir más lejos, hay tres situaciones de mi infancia que me marcaron a fuego y que mis adultos responsables hasta ahora ignoraban.

1- “No le reprocharás cosas a la gente sin antes tener una mínima idea de sus vidas”.  ¡Grande, Pa!

Don Arturo (Arturo Puig) es un ricachón que se queda viudo y que entonces contrata a “una señora que ayuda en casa”, María (María Leal. Se mataron con los nombres.), para que limpie, cocine y les dé amor maternal a las chancles. Resulta que en un capítulo María saca a pasear a Rita, la perra, y las atropella un auto en una escena cargada de suspenso y efectos especiales. A los pocos días aparece la novia de don Arturo, quien no sabe nada del accidente, entonces acribilla a su pareja con insultos y gritos porque la tiene medio abandonada y hace mucho que no salen a cenar, incluso creo que sospecha que él la está cagando. Después del quinto “¿Me querés decir dónde estuviste?”, don Arturo exclama: “¡Estaba con Rita y con María, mientras una se moría y la otra se quedaba ciega!”. Lo primero que hay para decir sobre la frase es que no costaba nada agregar al final la palabra “respectivamente”, así evitábamos que la pobre novia tuviera que preguntar quién era la ciega y quién la muerta. Pero lo que más marcó mis jóvenes años fue la cara de “uh, qué pelotuda que soy” de la novia. Y ahí, en ese instante, entendí que a veces está bueno sacar la cabeza de la frazada de narcisismo que nos envuelve y poner en contexto las acciones de los demás, para así intentar evitar ser injustos o, lo que es peor, quedar como altos giles.

2- “Ser mujer puede no ser una mierda”. Jugate conmigo.

Es verdad que las historias de Cris Morena son bastante inverosímiles, que el tono new age de los diálogos y el pire psicodélico con los ángeles y los sueños dan un poquito de miedo y que ser huérfano no está tan bueno. Pero yo estaba creciendo en un mundo en el que las protagonistas eran unas controladoras boludas como la novia de don Arturo o esperaban pasivamente al príncipe azul, que solía ser su empleador (spoiler:  Sí, María y don Arturo terminan juntos), hasta que, cuando tenía ocho años, apareció un videoclip. Unas jovenzuelas se probaban ropa y se cambiaban varias veces porque sus novios se quejaban de que se les veían demasiado las tetas, se les marcaba mucho el culo o la pollera era muy corta. Llegando al estribillo se hartaban y cantaban “Celoso, baboso, no te banco más/Quedate en tu casa, salí con tu mamá”. Corría el año 1994 y a las niñas sudamericanas nos llegaba por primera vez la idea de que teníamos derecho a decidir qué ropa ponernos. Y si bien es cierto que las tipas del video cumplían a la perfección con los cánones de belleza preestablecidos y que la mayor parte del tiempo acataban varias conductas machistas de la época, hay que reconocer que muchas de las mujeres y niñas de los productos Cris Morena tienen más personalidad, carisma y valentía que la mayoría de las linditas inservibles que nos querían encajar como ejemplo de femineidad.

3- “No arriesgarte no es una opción”. Elige tu propia aventura.

Una de las tantas veces que arranqué un libro de la ochentosísima colección Elige tu propia aventura me sorprendió lo agradable y poco peligrosa de una de las opciones. Yo llegaba a un hotel y venía alguien a proponerme un plan ridículamente arriesgado, como ir a unas cuevas con zombies y cocodrilos e intentar capturar a unos asesinos seriales. “Si decides ir, pasa a la página 14. Si prefieres quedarte en la habitación del hotel y darte un baño caliente con hidromasaje, pasa a la página 36”. Suspiré aliviada. No estaba en un día demasiado audaz, así que decidí arrastrarme hasta la página 36. Enseguida vi las tres letritas del horror: te metés en el agua, estás sumergida y relajada mirando tele de un televisorcito que pusiste en un borde de la bañera. De pronto el televisorcito se cae, morís electrocutada, Fin.

Y es que la consigna del libro era clara: “Las posibilidades son múltiples; algunas elecciones son sencillas, otras sensatas, unas temerarias… y algunas peligrosas. Eres tú quien debe tomar las decisiones. Recuerda que tú decides la aventura, que tú eres la aventura”.  En otras palabras: yo tenía algo de libertad, siempre y cuando optara por una aventura. Y si la rechazaba cuando golpeaba a mi puerta para quedarme en una aburridísima bañera, pagaría las consecuencias.

Muchísimas veces tuve miedo a lo largo de mi vida. Tomé decisiones luego de grandes períodos de reflexión u opté por seguir mi instinto en raptos de inconsciencia. Nunca sabré cuántas veces o en qué medida me equivoqué. Lo que sí sé es que cada vez que estaba a punto de cerrarle la puerta a la aventura se me aparecía la imagen de ese televisorcito demasiado al borde, la sensación del contacto de la electricidad con el agua, la imposibilidad de seguir leyendo. Entonces no me quedaba otra que ir a la página 14, para que el libro durara un poco más.

Texto: Micaela Domínguez Prost

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