Hace un año el fenómeno @varonescarnaval sacudió a la sociedad e inundó las redes y las calles. Este artículo repasa esos hechos y reflexiona sobre el mecanismo que posibilitó las denuncias, las disculpas de algunos de los varones denunciados y la respuesta del movimiento feminista. Para no dejar que el olvido borre nuestra capacidad de decir basta, y para recordarnos nuestra potencia colectiva.
A veces el mar parece estar calmo, pero cuando hay un temblor lo suficientemente fuerte en el fondo, se genera un maremoto. No se puede predecir cuándo ocurrirá ni el tamaño que tendrá, pero cuando llega, arrasa. A fines de agosto de 2020 irrumpió @varonescarnaval y las redes se inundaron de denuncias, que rápidamente se extendieron a otros espacios de la vida cultural, social y política.
Esta no fue la primera vez que varones fueron denunciados por sus prácticas de acoso y abuso sobre mujeres y disidencias, pero posiblemente fue la que tuvo mayor impacto en nuestro país. La cantidad y gravedad de las denuncias que se acumularon en pocos días vinieron a mostrar que el abuso y acoso eran cotidianos, sistemáticos y estaban naturalizados. Gran parte de las denunciantes fueron mujeres que habitan el mundo del carnaval, que vienen intentando transformarlo desde adentro, disputando espacios y exigiendo visibilidad. Otras eran fans, muchas de ellas menores de edad. Los denunciados son figuras públicas, no solo del ámbito del carnaval, también de la música y los medios de comunicación. Estos hombres, en su mayoría jóvenes, vinieron a recordarnos la vigencia de una problemática que no encontró soluciones tampoco en estas nuevas generaciones, en la que pululan aliades y feministos.
La ola de denuncias más bien fue un tsunami que sacudió todo y ya no se pudo mirar para el costado. Los testimonios, en su materialidad concreta, y pese a ser anónimos, pusieron cuerpo y voz al problema. Las múltiples y perversas formas de la violencia patriarcal ya no podían ubicarse en el plano abstracto de aquello que nos puede llegar a pasar por ser mujeres y disidencias en este mundo. Eran reales, estaban ahí y afectaban a un montón de personas.
Se agita la marea
¿Qué factores favorecieron que la marea se agitara hasta desbordarse? Las olas se forman por la influencia de diferentes condiciones: los cambios de presión y temperatura del aire, la fricción del viento sobre la superficie, entre otros. Animarse a denunciar es un acto arriesgado, por eso la colectivización de la denuncia y su viralización ha sido una herramienta de gran impacto en los últimos años. Son ejemplo de esto #PrimeiroAssédio, en Brasil, en 2015, y #metoo, que se originó en Estados Unidos en 2017 y se replicó en muchas partes del mundo. Otro dispositivo altamente conmovedor fue el organizado por Actrices Argentinas para compartir la denuncia de Thelma Fardin en 2018. En Uruguay, las denuncias en las redes sociales comenzaron a principios de agosto de 2020 a través del uso del hashtag #MeLoDijeronEnLaFmed para señalar situaciones de abuso, acoso y destrato en el ámbito de la salud.
Todos estos antecedentes fueron friccionando una superficie calma solo en apariencia y pusieron sobre la mesa la denuncia pública como posibilidad, la potencia del colectivo para amplificar la voz y contener las represalias, y la máxima incondicional del Yo Sí Te Creo. Pero, ¿por qué tenemos la necesidad de organizarnos y generar estos mecanismos de denuncia? Porque el sistema judicial ni nos cree ni nos cuida. Y porque se trata de un problema a visibilizar para la sociedad toda.
Como lingüistas feministas, nos interesa especialmente lo que sucedió con @varonescarnaval, no solo por el alcance que tuvo sino porque pensamos que su impacto se explica en buena medida por las particularidades del dispositivo de enunciación que se creó para hacer las denuncias. El hecho de que se tratara de un perfil de Instagram, en vez de un hashtag, permitió recibirlas mediante mensajes privados, manteniendo el anonimato de las denunciantes y evitando su revictimización. Luego, esas denuncias se convirtieron en historias y posteos con igual diseño y formato. De esta manera, la denuncia individual se hace pública colectivamente. A diferencia del hashtag, que identifica a la persona que denuncia, porque la publicación se realiza desde su cuenta, el perfil de Instagram presta su imagen y su voz, las pone al servicio de quien necesite hacer una denuncia, las encarna de forma anónima y cuidada.
Las cuentas de Instagram creadas para hacer las denuncias (1) funcionaron entonces como una voz pública que recupera la experiencia personal pero no la individualiza; proporcionaron un espacio seguro para que cada situación pudiera ser contada y tuviera su lugar, pero al mismo tiempo reunieron todos esos relatos, cuyo efecto acumulativo mostró la magnitud del problema. Por otra parte, la posibilidad de contar con un espacio cuidado y seguro es importante no solo a la hora de hacer las denuncias, sino también después, cuando la violencia patriarcal toma la forma de cuestionamiento y agresión hacia las que osan romper el silencio. Cuando esto sucede, suele haber hostigamiento, culpabilización por el abuso y por las consecuencias que el secreto roto pueda haber generado, revictimización y vergüenza; es por esto que callamos. Pero esta vez no estábamos solas, el dispositivo de enunciación de @varonescarnaval constituyó una red tan densa de cuidado que habilitó a que muchas rompiéramos ese pacto de silencio del que nunca quisimos ser parte. Con esto no queremos decir que la violencia que sigue como reacción a la denuncia no haya existido, porque así fue y muchas compañeras, sobre todo las que administraban los perfiles, sufrieron ataques y amenazas de todo tipo. Aun así, el espacio colectivo evitó que la violencia recayera directamente sobre quienes denunciaron.
Después de la crecida
Entre los denunciados, la respuesta que más resonó fue el silencio. No sorprende, ya que abuso y silencio suelen ir de la mano. El silencio temeroso de las víctimas, el silencio cómplice de los testigos, el silencio funcional de los abusadores. Un silencio que aturde y se propaga. Un silencio que funciona como vehiculizador del olvido. En la medida en que la intención de estos varones no fue reparar el daño sino salvar su imagen pública, no hablar del asunto parece haber sido una estrategia, además de colectiva, exitosa. A un año de @varonescarnaval no se recuerda con tanta nitidez a quienes respondieron a las denuncias con silencio. La cancelación de la temporada de carnaval 2020-2021 por la pandemia impuso una distancia temporal altamente funcional a este proceso.
De las decenas de denunciados, solo cuatro se disculparon públicamente en algunas de sus redes sociales. Esto es predecible si tenemos en cuenta que hacerlo es en sí mismo amenazante para la imagen propia(2). Una disculpa pública no está dirigida a la víctima sino a la opinión pública, por lo tanto, se ponen en marcha mecanismos para salvar la imagen, por ejemplo, apelar a recursos como la excusa, la justificación y la mitigación.
Los denunciados que se disculparon públicamente manipularon el foco de las acciones abusivas de diferentes maneras. Por un lado hubo desplazamiento de foco de la responsabilidad, que pasa de ellos a las víctimas, a un yo anterior al que se disculpa, o incluso a la sociedad. Por otro lado, el foco se amplió tanto que pierde nitidez.
Al no pedir disculpas por sus acciones sino por “actitudes que son consideradas machistas”, si “alguna mujer sintió incomodidad”, o “si se sintió ofendida o violentada”, quien escribe traslada la responsabilidad a la víctima, como si el abuso dependiera de ella. El foco deja de estar en los hechos en sí y se posa en la interpretación subjetiva de quien los sufre. Parecería que las acciones no fueran objetivamente abusivas ni machistas, sino algo que elige construir la denunciante dentro de un mar de posibles interpretaciones.
Se apela también al recurso de desdoblamiento del yo; el que se disculpa ya no es el que cometió los actos de acoso y abuso, ese es un yo del pasado, anterior a los procesos de deconstrucción que atravesó el yo del presente. Algunos ejemplos ilustrativos de este desplazamiento son: “Hoy puedo entender que en mí habitan ‘muchas formas de poder’”; “Sé que hoy por hoy intento no ser eso”; y “nos vienen explicando que lo que era ‘normal’ no lo es”. Este yo del pasado, en tanto inexistente, tampoco puede hacerse cargo de los actos violentos, mucho menos de tomar acciones para reparar los daños causados o aprender a vincularse con las mujeres y disidencias de maneras no violentas.
Otra forma de evadir responsabilidad por las acusaciones es señalar a la sociedad y a la crianza como promotores infalibles de este accionar, que es natural y esperable de los varones: “Todos los varones de mi generación respondemos a esta crianza”; “violencias estructurales que sabemos que están en toda la sociedad, y también me atraviesan”; “Me he vinculado con las mujeres como lo que soy, un varón”; “He cometido abusos porque tengo un puesto de privilegio por mi género”. Este tipo de afirmaciones no solo asumen que no existe la posibilidad de reflexión crítica sobre los actos propios, sino que además refuerza y naturaliza estereotipos de género muy dañinos.
Con respecto a la ampliación de foco, sucede lo mismo que cuando queremos sacar una foto. Si ampliamos la entrada de luz de la cámara y aumentamos el nivel de zoom, la imagen pierde nitidez. Esto se puede trasladar al discurso. Disculparse por hechos indefinidos como “cualquier tipo de situación”; “alguna actitud de mi parte”; o porque las mujeres “se han sentido de alguna manera lastimadas”, desenfoca e invisibiliza el abuso, que no es nombrado. Al no hacerse cargo de identificar cuáles de sus prácticas fueron violentas, los varones nuevamente esperan que sea la denunciante la que lo determine, como si fuera imposible para ellos distinguir las acciones abusivas de las respetuosas. Es necesario dejar claro que no cualquier práctica puede ser interpretada como abuso o acoso, hay límites bien definidos, que los denunciados no deberían ignorar.
Los discursos no solo reflejan los valores y actitudes de quienes lo producen, sino que también los constituye(3). Lo que este tipo de estrategias discursivas deja en evidencia es que no hay un yo deconstruido que ha revisado y reflexionado sobre sus prácticas para desnaturalizar aquellas que son violentas y abusivas. Si estos nuevos yo fueran diferentes, también lo habrían sido sus pedidos de disculpas. Ninguno de estos varones utilizó sus publicaciones para asumir responsabilidades, sino que, amparados en su crianza y en las estructuras sociales, los cuatro reforzaron la idea de que el abuso hacia las mujeres es natural y esperable.
El agua que cura las heridas
Los insuficientes intentos de disculpas no fueron lo único que vino después del tsunami, también hubo una respuesta colectiva y amorosa del movimiento feminista. Es que a la ola de denuncias a varones le siguió una ola de indignación por parte de muchísimas personas. Entre ellas, las que desde colectivos y espacios feministas veníamos tejiéndonos para visibilizar las violencias. Luego de varios años de revuelta ya habíamos aprendido a transformar en lucha esa mezcla de dolor y rabia, por eso sabíamos que necesitábamos estar juntas y abrazarnos. Fue así que nos encontramos en dos asambleas, que fueron espacios de catarsis, pero también de reafirmación de la necesidad de acompañarnos tanto en la intimidad como en el espacio público. Decidimos dar una señal pública y colectiva de que no toleraríamos más estas violencias contra ninguna de nosotras y de que ya no contarían con la comodidad de nuestro silencio.
El 15 de septiembre se realizó una movilización que tuvo las mismas características y recorrido de las alertas feministas. La consigna fue: “En las redes y en las calles, juntas/es rompemos el silencio”. Un año después, queremos recuperar tanto esta consigna como la proclama que se leyó colectivamente al cierre de la marcha, que en su contenido, elaboración y forma de enunciación retomó los modos de hacer y decir que el movimiento venía construyendo.
La consigna enlaza e integra la ola de denuncias por redes sociales con la presencia sostenida del feminismo en la calle en los últimos años, reforzando la necesidad de ocuparla. A su vez, al plantear que tanto en un espacio como en el otro estamos juntas y juntes, se borran las fronteras entre las denunciantes y el movimiento, pasamos a ser todas las que, indistintamente, rompemos el silencio en uno u otro lugar. La idea de romper el silencio, sea en modo literal o figurado, ha sido manifestada por las feministas en diversos momentos y lugares, y resuena con fuerza como consigna en estos últimos años, en expresiones como “nunca más contarán con la comodidad de nuestro silencio” o “ya no nos callamos más”.
La proclama recupera el modo en que las mujeres que sufrieron abusos hicieron oír su voz: con estrategias colectivas que crean espacios de cuidado y garantizan la escucha y credibilidad; pero también con la construcción de un movimiento que denuncia y politiza las violencias, y con una lucha que empuja los límites de lo aceptable. Otro asunto que la proclama aborda es el pacto patriarcal: el problema no es solamente el abuso, sino el pacto de complicidad entre varones que lo hace posible y lo sostiene en el tiempo. Nuestra respuesta es superar las divisiones que el patriarcado nos impone: ante el pacto patriarcal que daña, reafirmamos un pacto feminista que cuida. Por otra parte, como en otros discursos feministas, la proclama habla en primera persona (“nosotras y nosotres”). Es inevitable comparar esta forma de construir una posición enunciativa con el indefinido, vago e individualizante “alguna” que utilizan los denunciados en sus disculpas. Con la presencia en la calle y la proclama el movimiento específica y colectiviza: son todos nuestros cuerpos concretos los que encarnan el “alguna”.
La proclama enfatiza también que las denuncias no son testimonios aislados, sino muestras de una práctica sistemática y extendida. Habla de la “cultura de la violación” y de la violencia como un problema de la sociedad. Es interesante observar, entonces, como la construcción discursiva de la noción de sociedad que hace el feminismo es diferente a la que hacen los denunciados. Mientras que estos apelan a la sociedad para justificar su accionar, diluyendo su responsabilidad individual en un todo vago, las mujeres refieren a la sociedad toda para evidenciar la profundidad del problema, lo que no implica eximir a ningún individuo concreto de los abusos que cometa. Otra contraposición posible entre las disculpas y el discurso del feminismo es que este último, al decir basta y marcar un límite, no solo busca frenar la violencia sino también establecer claramente cuáles son las prácticas que no se tolerarán, que son abusivas y no se admitirán más como “lo normal”.
Un último punto que queremos destacar es que, a diferencia de las excusas disfrazadas de disculpas de los denunciados, que no parecen visualizar alternativas de cambio, aquí se plantea un camino posible: “que en cada espacio se abra un proceso colectivo de justicia, que desarme la impunidad machista, que sea útil para sanar y crear espacios más vivibles para todes”. Además, se señala que esto debería ir de la mano con la necesidad de “construir una justicia en clave feminista, una justicia que no nos re-victimice y que trascienda las lógicas punitivas”. De este modo, el feminismo instala la preocupación sobre cómo sanar y ensaya la formulación de estrategias posibles, a la vez que reafirma el pacto de cuidado y acompañamiento.
Seguir siendo marea
Los tsunamis golpean con fuerza y rompen muchas cosas a su paso, pero podemos pensar la etapa de restauración como una oportunidad en vez de un paliativo. A partir del tsunami que en 2006 impactó contra las costas del océano Índico, comenzó a sonar el concepto Build Back Better (volver a construir mejor), que consiste en recuperar la comunidad y sus estructuras pensando en reducir riesgos de daño ante futuras catástrofes, no únicamente en reconstruir lo que fue destruido. Esta idea podría invitarnos a considerar las olas de denuncia como oportunidad para discutir sobre las prácticas violentas que los varones ejercen sistemáticamente contra mujeres y disidencias, y reflexionar como sociedad. Sin embargo, todo el tiempo aparecen discursos que se empeñan en confirmar privilegios y mantener todo como hasta ahora.
La pobreza de las disculpas en relación a lo sucedido; las pocas o nulas acciones tomadas por las instituciones, colectivos u organizaciones a las que los denunciados pertenecen; el que sigan ocupando lugares destacados en ámbitos culturales, académicos y políticos; la lentitud de la justicia, que sigue sin lograr acompasarse a las necesidades de quienes sufren violencia de género; y, para el caso del carnaval, las penosas declaraciones de varios referentes de Daecpu pueden hacernos sentir que nada es suficiente, que nuestros esfuerzos no alcanzan para desarmar las estructuras de poder que sostienen los privilegios de estos varones violentos. En esos momentos de desazón vale la pena volver a nuestra experiencia de rebeldía feminista para recuperar claves que nos permitan relanzar la lucha y la esperanza.
La ola no se forma si no hay agua y, para nosotras, el tsunami de 2020 no se explica sin considerar que antes hubo intensos años de politización feminista. Las denuncias fueron posibles porque un dispositivo compañero y cuidadoso permitió hacerlas, pero también porque la lucha alimentó esas aguas. Como señala Raquel Gutiérrez(4), las luchas contra las violencias son uno de los torrentes que nutren la revuelta feminista en toda América Latina. Hoy, como otras veces en la historia, el feminismo nombra las violencias, señala su carácter estructural y se dispone a ponerles límite. Por otra parte, cada testimonio fue posible porque el movimiento funciona como habilitador de la palabra. Es un entramado de afectos que politiza la experiencia personal y asegura las dos condiciones básicas que posibilitan el testimonio: la escucha y la credibilidad. Como plantean Fabiana Graselli y Sabrina Yáñez(5), el feminismo ofrece un espacio donde las mujeres pueden narrar su experiencia, en un acto ético y político que hace audible lo inaudito y lo transforma en palabra pública y colectiva. Finalmente, es muy relevante que la marea feminista esté compuesta también por las propias mujeres del carnaval, que hace años vienen creando sus espacios de organización, encuentro e intercambio, politizando así su vivencia específica.
Quizás la pista sea entonces ser como agua donde la realidad es como piedra, como dice María Zambrano(6). Porque sea en forma de tsunami o de gota persistente, lo que importa es que mantengamos abierta nuestra tenaz capacidad de corroer al patriarcado.
Texto: Verónica Viera Izeta y Victoria Furtado
Imagen: Rebelarte
(1) @varonescarnaval, @varonesteatro, @varonesfpsico, @varonesdelapublicidad, @varonesmvdeo, @varonesdelhiphop, @varones política, @varonesdeladanza, @varones_municipales, @varonesdegastronomía, @varonesdelrock, @varonesfrikis, entre muchas otras.
(2) Goffman, Erving (1955). On Face-Work. Psychiatry, 18 (3), 213-231.
(3) Caldas-Coulthard, Carmen (2020). Judged and Condemned: Semiotic Representations of Women Criminals. En J. Angouri (ed.), Handbook of Language, Gender and Sexuality. London: Routledge.
(4) Gutiérrez, Raquel (2014). Las luchas de las mujeres: un torrente específico y autónomo con horizontes subversivos propios. Revista Contrapunto, 5, 77-85.
(5) Grasselli, Fabiana y Yañez, Sabrina (2018). Los vínculos entre lenguajes-experiencias-genealogías en escritos de dos autoras feministas del sur. Cuestiones de género: de la igualdad y la diferencia, 13, 265-280.
(6) Zambrano, María (2002). España, sueño y verdad. Barcelona, Edhasa.