Un paréntesis en el encierro

El Comcar es una cárcel conocida popularmente y no por ser un modelo de rehabilitación, formalmente se le denomina Unidad Nº 4 de Santiago Vázquez y pertenece al Instituto Nacional de Rehabilitación (INR), dentro de ella hay un centro cultural que se mantiene por la sola voluntad de sus talleristas y gestores: El Almendro.

Para conocer cómo se desarrolla una propuesta cultural en un contexto de encierro conversamos con Rocío Morales y Mercedes González. Rocío contó que el Comcar está básicamente dividido en dos partes, la línea que lo divide es un portón: de un lado se encuentran las aulas de educación formal y el polo de trabajo, junto al comando y algunos módulos, del otro lado del portón la realidad más cruda.

Rocío atravesó el portón llevando talleres de literatura a los módulos, “ahí me di cuenta de la realidad del Comcar: en ese momento la unidad tenía casi 4 mil personas, 500 o 600 trabajando en el polo, 300 en ANEP, algunos asistían a actividades deportivas, pero no había oferta cultural”. La palabra Almendro significa “el que despierta” y la flor del árbol que lleva el nombre simboliza la esperanza.

Luego de redactado el proyecto y aprobado por el departamento de cultura del INR se conformó un grupo de educadores dispuestos a trabajar voluntariamente y comenzó la difícil tarea de encontrar un lugar dentro del predio carcelario donde llevar adelante el centro cultural. 

Les otorgaron un lugar abandonado donde había funcionado la Administración de los Servicios de Salud del Estado (ASSE). Junto a internos referentes del lugar comenzaron a trabajar este espacio. Entre maquinas abandonadas, agua podrida y alguna que otra rata trabajaron en la limpieza y refacción de lugar, mediante donaciones recibidas por redes sociales consiguieron hacer de ese espacio un lugar de trabajo y expresión.

El primer taller tuvo como eje la resolución de conflictos y lo dictó una psicóloga que, al ver una entrevista en televisión sobre el centro, se acercó al mismo. Este fue el puntapié inicial, a principios de 2017; actualmente son 13 talleristas y casi 400 internos inscriptos en los talleres. Rocío y Mercedes destacan la participación de tres internos referentes, que son quienes llevan El Almendro adelante, abren sus puertas, limpian, cocinan y acompañan a los talleristas.

Existe un trabajo administrativo dentro del centro que también se sostiene de manera voluntaria, “todo requiere de un permiso y una autorización”, además de las listas de asistentes, este centro habilita el decreto 225, redención de pena por trabajo y estudio, que también lleva su papeleo.

Hay talleres de huerta, bioconstrucción, electricidad, costura, expresión emocional, filosofía, peluquería, basquetbol, música, alfabetización, informática y murga. El Almendro ha avanzado mucho en poco tiempo, pero aún se encuentran con algunas trabas en su accionar diario; falta de funcionarios para que los estudiantes puedan asistir en hora a las clases y carencia de insumos.

El Almendro muestra más que cultura, muestra alternativas; Mercedes cuenta que donde era imposible plantar ahora tienen una huerta. “Es una huerta educativa más que productiva”, donde logran reconocer semillas, aprenden a plantar y realizar compost.

¿Qué es El Almendro realmente? Es un paréntesis en un lugar oscuro. Es una puerta naranja, es un lugar con rejas, pero rosadas, con paredes verdes y un mural con una flor. Para Rocío es “un espacio donde todos nosotros nos sentimos dignos, capaces de crear, de ser y de sentir”, y resaltó: “Es irónico encontrar un momento de libertad dentro de una cárcel”.

Si querés colaborar con El Almendro te podés comunicar por su fanpage (@ElAlmendroCentroCulturalCOMCAR) o vía mail a elalmendrocultural@gmail.com

Texto: Colectivos

Imagen: Centro cultural El Almendro

Escuchá la entrevista completa aquí:

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