Un artista no miente

Nos encontramos pasado el mediodía en una sala de ensayo en el barrio San Luis, de Bogotá. Yo fui en TransMilenio, agazapado, bastante asustado por la cantidad de personas en ese ómnibus. Llevaba termo y mate, un dulce de leche Conaprole y unas galletas para compartir. Iba a encontrarme con Andrea Echeverri, de Aterciopelados.

Finalmente, llega el momento. Aparece Andrea al final del ensayo donde la banda prepara giras por Estados Unidos y México. Sospecha que soy del sur; me dice enérgica: “El disco está bueno, en vivo suena chévere”. Inmediatamente enganchamos una charla en que ella se expresa, libre. Busca las palabras, sin perder espontaneidad, gestualizando todo lo que dialoga; a veces hasta consigo misma.

Interpretar los hechos con canciones

Aterciopelados es un dúo de músicos provenientes de Bogotá, Colombia. Han permanecido, metamorfoseándose en una búsqueda musical, artística y estética, desde hace 25 años. El 2018 es muestra fehaciente de la inquietud del dueto, con un disco de estudio, de canciones nuevas, recién editado, luego de diez años. Claroscura (Sony Music 2018) acaba de ganar un Grammy al mejor álbum de música alternativa.

Los lugares en que escuchan los discos recién grabados son selectos, porque el proceso conlleva una saturación casi ineludible. Se han encontrado reproduciendo las canciones de Claroscura, por ejemplo, en la camioneta que los transporta en giras y eventos. En sus núcleos privados, siempre en familia: el disco se reproduce con sus hijos. Según Andrea, esto permite “medir” un disco en dos niveles: un nivel micro —cómo reacciona su hijo, de ocho años, ante las canciones— y uno macro —cómo reaccionan ellos, compositores y músicos—. “El disco suena chévere”, repite.

Claroscura es un disco que, en palabras de Andrea, los encuentra “maduros”, en la pretensión continuar dándole forma a un mensaje de honestidad y búsqueda de libertad. Por este motivo, funciona abiertamente en el discurso que la banda ha ido construyendo sobre el amor, el contacto con las raíces, la vanguardia y la curiosidad: “Este lío es lo que vengo a ofrecer” (de la canción “Tumbao”).

Desde el título de la obra, se advierten luces y sombras. Un juego maniqueo que pretende ser despistado y supone la construcción consciente de dos personajes inmensos en la música latinoamericana que llevan más de 20 años de rodaje y asumen la huida del tiempo y la pulsión por trascender. “Envejecer es una mierda”, dice Andrea con total transparencia. Y pienso en la idea de que el amor y el arte son una linda forma de contestarle a la muerte.

Desde la propuesta visual, el disco propone una especie de grieta y juega con el concepto de luces en femenino: “claroscura”. Simbólicamente, los guiños contienen una historia de amor, sus cercanías y distancias, con amor enamorado y con amor en clave de transformación y cuestionamiento.

Experiencia y expectativa

Andrea cuenta que luego de tres años de distancia, a causa de una ruptura del dúo, advierte una revolución propia, interna, que le da de bruces con lo femenino, y se permite, a partir de allí, interpelar y aceptar roles. Alude a ese momento con sus claroscuras, con sus intensidades y doloras. Es a partir de entonces que se permiten reencontrar y continuar construyéndose como artistas en compañía de Héctor Buitrago, esa síntesis inefable que es Aterciopelados. Hay un intento de revisión histórica, desde su propia perspectiva, en la canción “Dúo” (Claroscura), donde repasan el transcurso del vínculo, resumiendo: “Dúo dinámico, somos un clásico”.

Andrea y Héctor tienen un perfil bajo para ser íconos. Me hace gracia la expresión de ella, casi gritando: “Ser famoso es una vaina rarísima”. Se refiere a la sobreexposición, a la necesidad de guardar cosas internamente: “No quiero que sepan lo que pienso, es mío”, dice al pasar. Pero respondiéndose a sí misma afirma: “Es necesario mostrarse en las redes, tampoco una es boba”. Ella misma en su relato manifiesta esa necesidad humana de crear espacios para desaparecer, espacios donde el tiempo transcurre en otra dirección y en otros sentidos; su taller de cerámica es ese biombo ontológico que le sirve de escape.

La charla se centró por un momento en su pasado familiar y su vínculo con su ser reivindicativo. De ahí su costumbre por defender ciertos espacios de ruptura: “Mi casa fue muy estricta en mi educación”, recuerda, y expresa esa insistencia en sostener lugares inesperados para su seno familiar, “eso te entrena y te da información sobre quién sos”. También reflexiona sobre su rol como madre, y manifiesta que las decisiones erróneas son casi inevitables.

Las canciones y el poder

Le pregunto por el pasado reciente de Colombia, por el conflicto, por su complejidad. Ella inmediatamente me dice que más allá de que por muchos años se negaba a ver los noticieros, sí reaccionaba, desde la composición, desde la necesidad de emitir un mensaje diferente. Al respecto, se cuestiona sobre las incidencias del arte: “¿Hasta dónde llega una canción?”. Hablamos concretamente de la canción “Errante y diamante” (2008), de esa movilidad humana explicada por la violencia, la tragedia de quien debe irse porque “me tocó”, como dice el tema. Los efectos de la canción sobre las personas que sufren ese hecho, en carne propia, son muy difíciles de estimar. Según entiende Andrea, muchas veces pretende direccionar energía hacia esos sectores que deben sobrellevar dolores y eso es político.

Si bien Andrea explicita el poder transformador del arte, a veces le gana el escepticismo. Reflexiona sobre la incidencia del capitalismo y sus tentáculos, que todo lo tocan. Le pregunto directamente si está haciendo alusión al reguetón, y me dice que no: “El reguetón ha capitalizado algo que se viene construyendo hace tiempo. Hay cerebros de negocios que son perversos, pero inteligentes, y hacen negocios con algo instintivo, como la sexualidad. Pero hay otras cosas iguales de feas y mezquinas”. Y profundiza: “La cotidianidad del arte también se vincula con defender un espacio; desde mi lugar, siento que debo emitir otras imágenes, otras energías, otra información”.

Sin quererlo, estamos hablando de reguetón. Conversamos sobre una experiencia personal que me suscita la expresión “más carne” y pienso en ese ícono femenino que ha logrado construir Andrea al transgredir esa demanda patriarcal sobre el cuerpo. En toda su obra hay una construcción de discurso reivindicativo de la mujer; Claroscura, no es una excepción, con la canción “Despierta mujer”. Otra vez, aparece esa perspectiva de defender espacios incómodos, que rompen ciertos encuadres de lo esperado. Le pregunto en qué cree y se da algo mágico que aún resuena en mi cabeza. Dijo algo así, al pasar: “Creo en que nos toca defender el ahora, que también se relaciona con buscar nuestra identidad, con nuestras raíces”.

En la obra de Aterciopelados hay una tensión presente que transcurre entre tradición y vanguardia, entre lo que se conserva y lo que se rompe. Me parece que ahí es donde han encontrado una propuesta estética interesante, con una postura política clara. Entiendo que a eso se refería Andrea al principio de la charla: al haber madurado en este álbum de nombre Claroscura.

Escucho nuevamente el disco. La canción “Tumbao” resume conceptualmente el intercambio: “Un artista no miente”.

Texto: Agustín Silvera

Fotos: Aura Cristina Restrepo

Para escuchar y leer, a sugerencia de Andrea Echeverri:

Las Añez. Dúo Colombiano.

This is the Kit. Banda Británica.

Marvel Moreno. Escritora Barranquillera. Libro En diciembre llegaban las brisas.

Esta nota también estará a publicada próximamente en granizo.uy

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